...nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti

El escritor Ernest Hemingway.
El escritor Ernest Hemingway.

El espeluznante episodio de Lampedusa sobrecoge por la dimensión trágica del número de víctimas. Sin embargo, el ocurrido en Sevilla es la reverberación de aquél: la muerte sin paliativos.

...nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti

El estertor de la muerte ronca y silba en mar y tierra como una letanía sorda que se alza desde los cuerpos vencidos y yertos, en el fondo submarino o en el sofa de un albergue municipal. Sevilla y Lampedusa descienden al abismo más oscuro, lóbrego y silente: el principio del fin. Los guarismos no cambian el hecho luctuoso de un drama que no es fortuito ni azaroso. Es maléfico. La Cabalgata de las valquirias resuena en mi interior. Richard Wagner eleva la batuta y la sacude dentro de mí como un badajo que reclama el dolor ajeno como propio. Hay ausencias que son crímenes. En Carpe diem, de Saul Bellow, el doctor Tamkin, un embaucador de las emociones, dirigiéndose al errabundo Tommy Wilhelm, sentencia: "Capital y crimen empiezan con C. Cálculo. Corrupción (...) Hay algo que debería tener claro a estas alturas: ganar dinero es un acto de agresión".

 

Evoco al poeta andaluz, fallecido en el exilio, Manuel Altolaguirre, "Era mi dolor tan alto, / que la puerta de la casa / de donde salí llorando / me llegaba a la cintura". El muchacho polaco moribundo apenas pesaba 30 kilogramos. Una bronconeumonía ahogó su respiración. El nutrido grupo de eritreos naufragó y el agua salada anegó los pulmones de hombres, mujeres, adolescentes y niños. Pietr Piskozub feneció en los brazos de la paupérrima sociedad del bienestar. A la sombra de su desmantelamiento. Amamantando el pecho flácido y agrietado de la compasión mecida por el tintineo del pecunio. Los sinnombre se llevaron consigo la memoria de los suyos. Nadie sabrá de ellos. A nadie les importó. Sólo el mar se apiadó. Abrió su garganta azul y los sumió en un sueño eterno.

 

Miguel Hernández hace de la elegía a su amigo Ramón Sije, uno de los más bellos cantos de amor y dolor de la literatura universal. Su insobornable muestra de inconformismo y rebeldía le valió su propia muerte, "Quiero escarbar la tierra con los dientes / quiero apartar la tierra parte a parte / a dentelladas secas y calientes" porque "Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento". Y es que la miseria no es signo material. También lo es oneroso en el espíritu, si en el afán de enmascarar la realidad rinden tributo a la represalias o al encogimiento de hombros. El Ayuntamiento hispalense expulsa del albergue a la persona que grabó las imágenes que ponen rostro a la muerte. Según datos de la Organización Mundial de las Migraciones, desde 1993, unas 20.000 personas han muerto en el intento de arribar a las costas europeas. Son las faces invisibles, cubiertas por las mareas.

 

Ernest Hemingway publicaba en 1940 Por quién doblan las campanas. La novela a la que incorporó su propia experiencia como corresponsal en la Guerra Civil Española. El titulo proviene de un hermoso poema de Jhon Donne, fechado en 1624, que el escritor norteamericano utilizó también como cita en el mismo. El fragmento es un mandamiento del humanismo que recoge el sentir fraternal entre los seres humanos. Frente a la hipocresía de los estados, la solidaridad de los hombres y las mujeres: "Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti".

 

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