Los nuestros sí que eran veranos azules

La cándida inocencia. / MZ
La cándida inocencia. / MZ

La autora relata la felicidad de veranos pasados. Tres meses de risas, juegos, secretos, peleas, celos, travesuras, mentiras, verdades, gritos, playa, fiestas...

Los nuestros sí que eran veranos azules

Al llegar mayo ya empezaba a estar inquieta. Contaba los días. Cuando sus madres empezaban a limpiar y preparar la casa de mi abuela para su llegada, estaba tan contenta que les proponía mi ayuda. ¡Cómo si fuese necesaria la ayuda de una "renacuaja" enclenque que apenas levantaba un palmo del suelo!

El mes de junio volaba… volaba el mes y volaba yo, al salir del colegio, sabiendo que las tardes estaban repletas de risas, de juegos, de complicidad y de despreocupación. Era buena estudiante por necesidad. La necesidad de disfrutar plenamente de los veranos y poder acumular fuerzas para los largos y oscuros días de invierno.

Tres meses de risas, juegos, secretos, peleas, celos, travesuras, mentiras, verdades, gritos, playa, fiestas, cumpleaños, conciertos… ¡Y qué conciertos! Los primeros y los mejores, ¡gratis!  subidos a la mesa del "tinglado" (la terraza cubierta del jardín) representando, con escobas a modo de guitarras y micrófonos de papel "Albal", la canción de Eurovisión de ese año, o su último éxito: "Frana, Mona, Jacoba la escoba"…

¡Los nuestros sí que eran veranos azules! y verdes, y amarillos ¡y de todos los colores! Excepto para ver "Las aventuras de los cinco", no necesitábamos perder el tiempo delante de la televisión. Teníamos de todo: concursos hípicos con las sillas del comedor en el campito, carreras de caballos en las piedras del muro de la finca de Juanita, competiciones de bicis hasta el bosque, batidos de frutas verdes recién arrancadas, hechos con la batidora de juguete de Elena, partidas de "Centinela Alerta" en el patio, o jugar al escondite en el desván y en "La Robleda" bajo la atenta mirada del gran castaño. En un abrir y cerrar de ojos dejaríamos de construir cabañas bajo su sombra, el año que decidieron cortar ese viejo y fiel amigo de aventuras. El trazado de la nueva carretera por el antiguo camino del tranvía, transformó para siempre nuestra zona de juegos y nuestras vidas… Me hice mayor de golpe el primer verano que no vinieron.  Todos nos hicimos mayores.             

Ya no regresarían nunca más.

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