¿Hay novedades en la hipótesis de Pilar Urbano sobre el Rey y el 23-F?

Pilar Urbano titula su último libro: La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar. / republica.com
Pilar Urbano titula su último libro: La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar. / republica.com

Según el periodista Fernando Ramos, Estados Unidos conocía el “golpe de timón” que el Rey Juan Carlos impulsaba y por eso Haig dijo que la asonada era un “asunto interno" de España. Para este profesor universitario y analista político de MUNDIARIO, Pilar Urbano recopila cosas sabidas.

¿Hay novedades en la hipótesis de Pilar Urbano sobre el Rey y el 23-F?

Según el periodista Fernando Ramos, Estados Unidos conocía el “golpe de timón” que el Rey impulsaba y por eso Haig dijo que la asonada era un “asunto interno" de España.  Para este profesor universitario y analista político de MUNDIARIO, Pilar Urbano recopila cosas sabidas.

Hace algunos años, un periodista norteamericano, de origen español, buen conocedor de las relaciones entre los Estados Unidos y España, bien relacionado con la Casa Blanca y el Pentágono, me contó que, cuando el ex comandante en jefe de la OTAN y entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, Alexander Haig, dijo, tras conocer el asalto al Congreso de los Diputados por Tejero, el 23 de febrero de 1981, que “era un asunto interno de España”, no se expresaba al albur. Sabía lo que decía y conocía el papel y la implicación del Rey Juan Carlos en lo que luego y ahora se llamó “el golpe de timón”. “A Haig –decía mi amigo- le causaba gracia el enfado oficial de España y no añadió nada a lo que consideraba un paripé que a veces exigen las relaciones internacionales.

El libro que publica Pilar Urbano sobre las tensas relaciones entre Juan Carlos I y Adolfo Suárez aquellos días, y la responsabilidad del monarca en los hechos que se desencadenaron ordena lo que ya se sabía y le da forma casi novelesca. Pero basta con repasar  lo que ya se conoce y fue publicado para concluir que abundan los testimonios en el sentido que corroboran lo que ahora se vuelve a exponer.

Veamos algunos de estos hechos:

Emilio Romero, pocos días antes de la asonada, arremetió ferozmente contra Adolfo Súarez en el Abc y propuso un “golpe de timón”, sugiriendo el nombre del general Armada para presidente de Gobierno. Luego, cuando se grabaron sus conversaciones con el golpista García Carrés, no mostró asombro alguno por el desarrollo de los acontecimientos.

En el proceso a que fue sometido con los otros golpistas, Tejero reveló que "tanto el gobierno de EE UU como el Vaticano habían sido sondeados por el general Armada". Es decir, que Haig sabía lo que iba a suceder, de ahí su comentario.

El mensaje de despedida de Suárez, diciendo que las palabras ya no eran suficientes y que no quería que la democracia fuera un nuevo paréntesis en la historia de España, cobra especial patetismo, luego de que el Rey lo dejara solo frente a las presiones de los generales (sin ejercer, por cierto, la tantas veces invocada condición de mando superior de los Ejércitos.

En su libro de memorias, titulado curiosamente “Al Servicio de la Corona”, Armada reitera su lealtad al Rey y se refiere a una entrevista sostenida con el monarca día antes del 23 F y a un documento sobre la misma que, dada su naturaleza, pide permiso –sin obtenerlo- a la Zarzuela para ser usado en su descargo. Esta es una de las piezas esenciales. Armada incluye en su libro que el 23 de marzo de 1981 este párrafo: “Pedí a su majestad autorización para utilizar en mi defensa la conversación del día 13 de febrero en su despacho y que esta petición me fue denegada. Cumplí la orden, bien a mi pesar. Estoy convencido de que la carta llegó a su destino. Tengo pruebas escritas de ello”.

En sus “Memorias”, Carrillo recordaba que al reunir a los líderes políticos, a las pocas horas de conjurada aparentemente la sublevación,  “El Rey nos leyó una declaración en la que, en definitiva, se nos exhortaba a hacer una política que superara hechos como los acaecidos, pues si se repetían no era probable que a él le dejaran las manos libres para sofocarlos. Se nos decía además que era preciso exigir responsabilidades a los jefes comprometidos, con energía, pero sugiriendo que la represión no alcanzase a demasiada gente pues podría provocar un problema mayor: aunque no fueran éstas exactamente las palabras pronunciadas, ése, inequívocamente, era su sentido”.

Con respecto a la posición del Rey con los golpistas de 23 F de 1981, el 5 de febrero de 2012, el diario El País recogía una información, publicada en Alemania por el semanario Der Spiegel, según la cual Juan Carlos expresó “comprensión, si es que no incluso simpatía” por los sublevados. El origen de tan sorprendente afirmación se situaba en un despacho del entonces embajador de Alemania en Madrid, Lothar Lahn, quien llegó informar a su Gobierno de las palabras “casi de disculpa” que el Rey dedicó a los militares sublevados contra el Gobierno de Adolfo Suárez.

Y uno de los protagonistas del 23-F, el ex comandante Pardo Zancada, en un documentado libro, titulado “23-F, la pieza que falta”, no sólo dice que la autoridad que llegó (Armada) era la que se esperaba, sino que insiste en que todos los momentos creyeron actuar con el impulso real y afirma: “Los monarcas no organizan nada, ni se espera de ellos que lo hagan. Tienen quien trabaje para ellos, con o sin su dirección o impulso. El general Armada ofreció una solución para ese cambio. El secreto de si la iniciativa fue del Rey o suya sólo lo tienen ambos, y en ese punto por más que sea un desiderátum general, no hay quien entre. Ahora bien: el nombre del Rey se utilizó. Lo invocó Armada, que ería darle una salida a la situación por la vía de sustituir al que consideraba culpable de casi todo: a su rival, a Suárez”.

O sea, que está claro. Pilar Urbano nos refresca la memoria.

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