Noches de Riad, Waiting for a Miracle

Mujer.
Mujer.

Me miró fíjamente y sonrió, fueron apenas unos segundos, su pelo era negro como el carbón, su piel más oscura que la de una mujer mediterránea y sus ojos, del color del espacio, hicieron que saliese de la biblioteca jadeando hacia mi habitación.

Noches de Riad, Waiting for a Miracle

Una de la mañana, 16 de Febrero de 2035, es lo que indicaba el reloj de aquella tortuosa habitación. Por un momento, bañado de sudor en aquel sofá, pensé que me encontraba en Londres, pues los británicos poseemos la imperiosa necesidad de llevar nuestras costumbres allá a donde la corona llegue, incluyendo el mobiliario.

Ya había manchado la moqueta de Whisky en tres ocasiones. Aquella noche sin duda estaba siendo la peor de mi vida, y no conocía cual iba a ser mi reacción cuando me sacasen de la embajada británica en coche diplomático hacia el aeropuerto de Riad, en donde un avión militar me llevaría directo a Londres. Yo siempre me negué a hacer este viaje, pero los ocho soldados del SAS (1) que me retenían me impedían tomar otras opciones.

Siempre quise ser diplomático. Desde pequeño me contaron las historias de aquel lejano familiar que ayudó a los árabes a deshacerse del yugo otomano, y era el mayor de mis sueños vivir, por lo menos, la milésima parte de las aventuras que según mi padre sintió en sus propias carnes Thomas Edwar Lawrence (2).

Recuerdo aquellas fotos guardadas en un viejo baúl de nuestra casa en la campiña. En concreto aquella en la que una mujer con piel marrón, senos uniformes, nariz algo aguileña, y una mirada negra dirigida firmemente hacia la cámara realizaba aquella danza sugerente, oriental, hipnótica en todos sus aspectos. Cada vez que subía a hurtadillas a aquella buhardilla, con el único pretexto de observar la fotografía, comenzaba a sentir la presión en mi sexo, pues me imaginaba a aquella mujer acariciándome, besándome, observándome con aquellos ojos, hijos de la oscuridad, que me hacían sentir el calor del desierto a seis mil kilómetros de distancia mientras mis manos acariciaban mis testículos, llevándome a un éxtasis que jamás pude obtener de otras situaciones similares.

Posteriormente vino la mudanza a Cambrige, en donde comencé mis clases de derecho internacional. Siempre fuí muy meticuloso en mi trabajo, y desde la primera semana acudía diariamente a la biblioteca del Trinity para ordenar, en mi cabeza, las lecciones que diariamente recibíamos. Allí fue donde se produjo el milagro.

Por un momento me quedé helado, mi espalda se volvió rígida como el acero al sentarse, enfrente mío, la chica que descansaba en el depósito de los recuerdos de Thomas. Sin embargo Zoraida, como supe que se llamaba tiempo después, llevaba una media melena que me permitía contemplar todo su cuello. Fue en ese momento cuando la temperatura de mi cuerpo comenzó a subir bruscamente, más al comprobar que venía con una camiseta de tirantes azul turquesa en la que se marcaban sus senos y su vientre.

Me miró fíjamente y sonrió, fueron apenas unos segundos, su pelo era negro como el carbón, su piel más oscura que la de una mujer mediterránea y sus ojos, del color del espacio, hicieron que saliese de la biblioteca jadeando hacia mi habitación. Allí comenzaron los espasmos, apenas me dio tiempo a sujetar mi miembro mientras me tumbaba
en la cama. Me la imaginaba desnuda, besando todo mi cuerpo mientras yo la acariciaba su cuello, sus mordiscos al hacerlo cada vez más intensamente. En mi mente ella seguía bajando por mi pecho, por mi vientre, y pude sentir como si fuese real el momento en el que sus pechos chocaron con mi pene ahora mucho más erecto. Ahora llegaba con sus besos a la entrepierna, y en aquel increíble momento me miró fijamente en mis ojos, sintiendo cómo un volcán en erupción se apoderaba de mí.

Dormí desnudo hasta la mañana siguiente, y allí estaba, dos filas mas atrás en la clase de derecho internacional. No pude escuchar absolutamente nada, ya que solo me podía concentrar en el papel que tenía delante. Cuando acabó la clase, me levanté como un rayo y me di la vuelta. Sus ojos negros como el ébano ya estaban irradiándome, haciendo que mi decisión de acercarme a ella para entregarla mi nota fuese todavía más firme.

“Llámame,
00 44 3333333
Patrick Lawrence”

Las leyes de su país, después de las últimas reformas, ya permitían que un hombre y una mujer pudiesen dormir juntos. Sin embargo, sus servicios secretos seguían siendo igual de eficaces que antes. Cuando Al-Qasim entró en la habitación mientras nos acariciábamos, solo pude coger la pistola y disparar. Zoraida gritó, yo me bloqueé y cogió el arma de mis manos. Gracias al rastreador que llevaba, el SAS llegó antes que la policía Saudí. Zoraida, con el objeto del delito en las manos, habló con el teniente galés que ordenó mi detención. Cuatro soldados me llevaron hasta la furgoneta del servicio secreto. Fue en el viaje hacia la embajada cuando me dí cuenta de que yo era el único detenido.

Los periódicos locales ya lo habían mencionado a lo largo del día 15. Zoraida sería ejecutada en la plaza Deera, en el momento en el que yo estaría a diez Kilómetros de altura de la superficie rumbo a Londres. Estampé la copa a apenas unos centímetros del retrato del rey Guillermo (3), maldiciéndome por no recibir yo el frío beso del acero.

En aquel momento recordé mi rango de diplomático, y mi cabeza comenzó a ebullir tal y como me enseñaron en Cambridge. Era imposible que no pudiese hacer algo. De repente, una enorme ilusión recorrió mi cuerpo. Podía salvar a Zoraida.


(1) SAS: Servicio aéreo especial británico. Para más información:

http://es.wikipedia.org/wiki/Special_Air_Service_%28SAS%29

(2) Thomas Edwar Lawrence: Sobran las presentaciones. No obstante para más
información:

http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Edward_Lawrence

(3) También sobran las presentaciones:

http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_de_Cambridge

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