Noches de Riad: Alba

Pareja.
Pareja.

Tercera parte de la trilogía Noches de Riad. Con Alba se pone fin a esta historia de sexo, amor y muerte que comenzó con La última noche y siguió con Waiting for a Miracle.

16 de Febrero de 2035, comenzaban a entrar los primeros rayos de sol por el tragaluz de la aséptica sala en la que me encontraba. Los grilletes con los que obsequian a todos los condenados a la pena máxima ya marcaban mis muñecas inmisericordemente. Sobre la mesa de la estancia, dos hojas de papel en blanco y un bolígrafo, pues las nuevas leyes, en un alarde de compasión, permitían que aquellos que se encontrasen en mi situación pudiesen redactar sus últimas voluntades.

En aquel momento, entró un hombre alto, de una tez poco más morena que la mía, ataviado con el traje tradicional de mi tierra que además, en su caso, delataba sus orígenes familiares en un lugar del planeta en el que este hecho es más importante que la propia supervivencia. Yo ya lo conocía desde mi más tierna infancia, cuando en una reunión con mi padre, hijo de una de las sagas más
influyentes de mi país, se decidió cual sería mi futuro a largo plazo.

El padre de Al-Qasim se sentó al otro lado de la mesa, pudiendo comprobar cómo su mirada resultaba mucho más penetrante que el sable que muy probablemente, ya estaban afilando y probando en la plaza pública. De sus palabras dependía mi vida, pues en mi país, en última instancia, la suerte del condenado queda en manos de las decisiones de la familia de la víctima. En mi caso, supe desde el momento en que reconocí a ese hombre, que los preparativos seguirían su curso.

— Zoraida— comenzó diciendo — espero que el verdugo sea eficiente en su trabajo, pues no solo has asesinado a tu marido. Los servicios secretos me han enviado todos los informes, lamento que ese perro inglés se nos escapase de las manos. Que en tus últimos momentos, no sean los ojos de ese cerdo los que invadan tu mente, sino los de mi hijo llenando tu alma de culpa y vergüenza.

— Ninguna de las dos sentiré Al-Qasim — contesté de una manera involuntaria, temiendo que mi vida acabase en esa sala.

Él simplemente se levantó y llamó a mis carceleras, dejándome sumida en los pensamientos que plasmaría en mis últimas cartas.

Estaba terminando la última clase del día, y me iba a dirigir a mi habitación en el Trinity para poder comunicarme con mi familia cuando él se acercó hacia el lugar en el que me encontraba sentada. Mi nerviosismo alcanzó cotas mucho mayores que el día anterior, cuando lo observé estudiando en la biblioteca, me senté enfrente suyo y con una simple sonrisa supe que había despertado en el una pasión sobrehumana. En aquel momento mi deseo sexual aumentó alcanzando cotas increíbles, pero nada comparado a lo que estaba viviendo en este preciso momento.

Un simple papel, una simple nota con un número de teléfono, me sirvieron para imaginarlo desnudo frente a mí, besando todo su cuerpo, participando en sus juegos mientras el se convertía en cómplice y ejecutor de los míos. La campana del college indicaba las cinco de la tarde. Después de una llamada a Riad de poco más de medio minuto, acalorada y nerviosa, tomé la nota de mi bolso y no dudé en marcar aquel número. Probablemente la mejor decisión que jamás tomé en mi vida.

— Buenas tardes— respondió Patrick.
— Creo que nos conocemos— respondí todavía conmocionada, pues fue la primera vez que pude disfrutar de su voz.
— Yo siento que te conozco de toda la vida— afirmó, y prosiguió: Me gustaría tomar algo contigo, ¿podríamos vernos en “The Michael House Cafe” (1)?.
— ¡Allí nos veremos!

Al colgar el teléfono, me dí cuenta de que aquella llamada solo sirvió para acordar hora y lugar de reunión, pues sabíamos que aquello iba a suceder desde el primer momento en que cruzamos nuestras miradas.

Cuando llegué a The Michael House Cafe, quedé embelesada por el hecho de que la cafetería se situaba en el interior de una iglesia medieval, pero nada comparable a aquel chico que tomaba un té mientras leía el periódico del día. Lo observé durante unos segundos a hurtadillas, comprobando cómo por sus gestos y el enrojecimiento de su piel, se encontraba a punto de estallar de
nerviosismo. Finalmente me senté en su mesa, y no pude mediar palabra cuando sus ojos se alinearon con los míos. Cinco minutos después, el me sacó del encantamiento al preguntar mi nombre. Cuando se lo dije, me respondió:

— Un precioso nombre para la más bella saudí que he conocido jamás – En aquel momento pasé del fuego al hielo, preguntándole:
— ¿Como sabes que soy saudí?
— No estaba seguro del todo, pero como ya te comenté, tengo la sensación de que nos conocemos desde hace muchos tiempo.

Sin mediar una palabra más, Patrick dejó un billete de cinco libras en la mesa, salimos a la calle y me pidió que fuésemos a su casa. Cualquier otra persona hubiese adivinado en esto una locura, pero la confianza y el enigmático cariño que ya sentía por él solamente hicieron que se adelantase en la petición que yo ya estaba dispuesta a hacerle.

Cerró la puerta de su apartamento, y comenzamos a besarnos como si fuese la última noche en el mundo. El me quitó la camiseta de tirantes azul turquesa, pues me la puse al comprobar su reacción en la biblioteca el día anterior. Yo ni siquiera tuve el pudor de desabrocharle los botones de la camisa, ya se los había arrancado.

Cuando llegamos a su cama, quitándome con firmeza el sujetador y las faldas, comenzó a besar todo mi cuerpo. Yo quería seguir descubriendo su blanquecina piel a lo largo de todo su cuerpo, por lo que no dudé en desprenderle de sus vaqueros, teniendo que contener la risa al observar sus calzoncillos. Finalmente, tuve ante mí su miembro erecto, sentí su calor al tocarlo por primera vez.
Él terminó por quitarme las bragas. Su erección era increíble, jamás había sentido un encantamiento tan intenso y extraño a la vez. Sin embargo, mientras recorría mis senos con sus besos, y su pene se acercaba a mi sexo, vinieron a mi cabeza los problemas que me causarían ese acto, sobre todo en lo referente al contrato matrimonial que había dejado vigente en Riad. Patrick intuyó que algo sucedía al acercarnos a ese estadio tan íntimo y satisfactorio de la relación, entonces comenzó a besar mi vientre como si estuviese recubierto de un excitante y dulce néctar, a la vez que acariciaba mis pezones suavemente. De manera muy delicada y suave, posicionó sus finos y rosados labios sobre mi vello púbico, causándome una eléctrica sensación cuyo recuerdo, durante mucho tiempo, permaneció en mi memoria de una manera muy nítida. Después todo fue pasión, pues su lengua me llevó hasta los altares de la perfección, me hizo gemir como jamás lo había hecho. Ni siquiera en mis momentos de mayor intimidad concebí aquella amalgama de sensaciones. En ese instante, comprendí empapada de sudor y placer que su ser había llegado hasta mi corazón.

Tomé el bolígrafo y comencé a escribir en aquella tenebrosa habitación del penal. Por el tragaluz entró el sonido de la furgoneta que me llevaría hasta la plaza Deera (a la que mis conciudadanos, haciendo un alarde de humor, denominaban plaza Chop-Chop) en este caluroso Viernes, que para mí resultaba el más gélido de mi existencia.

Mi último mensaje comenzaba así:
“Para Patrick”



(1): The Michael House Cafe: Cafetería real situada en el centro de Cambridge (R.U), cuyo local
está habilitado en una antigua iglesia medieval. La recomiendo encarecidamente a visitantes.
http://www.michaelhousecafe.co.uk/

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