No es verdad que Wert sea de la Plataforma por la Escuela Pública

El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert Ortega.
El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert Ortega.

Gobernar el público Ministerio de Educación no implica actualmente ocuparse de los asuntos que preocupan a la Plataforma Estatal por la Educación Pública (PEEP): a menudo son antagónicos.

No es verdad que Wert sea de la Plataforma por la Escuela Pública

Entre los expertos en Geografía del disparate también es axiomático en este momento que tampoco es verdad que fueran a darle a esta organización algún premio “nacional” de los que el pluriministerio concede por estas fechas entre la polifacética “industria cultural” de la ambigua “marca España”. No consta que hayan tomado en consideración la gran actividad literaria, artística, musical, comunicativa, gráfica y documental que la Plataforma ha desplegado en la calle, en los medios y en  el cotidiano ajetreo de Internet. No obstante, no es inverosímil que, dado su acreditado y extenso polimorfismo expresivo durante el último año, los historiadores pronto ensalcen su capacidad para situar al ministro Wert en el lugar inextricable que confirma el CIS. Este 16 de noviembre, los invitados y responsables de la PEEP hablaron ampliamente de él en el Ateneo madrileño a causa de su peculiar aportación a la mejora del sistema educativo español.

Ni Wert ni Gomendio estuvieron allí físicamente. No puede decirse, sin embargo, que Wert y sus inmediatos no se ocupen de la escuela y, en particular, de la pública. Lo hacen con relativa frecuencia, pero lo que dicen o hacen es muy distinto de lo que, desde esta “Plataforma Estatal por la Educación Pública”, han pretendido este fin de semana al mentar a Wert y sus labores.  No deben, pues, confundirse ambos mundos y preocupaciones y de ahí el rotundo mentís inicial: el Perich, maestro acreditado en deshacer rumores y equívocos intencionados -como demostró ampliamente en Autopista (1970)-, probablemente estaría de acuerdo. Bien es verdad que incluso La RAE lo tendría complicado si, entre sus afanes por “fijar, limpiar y dar esplendor” a nuestro idioma común, se ocupara del significado preciso de “ESCUELA PÚBLICA”, palabra tan socorrida como divergente en los medios políticos y educativos, especialmente en estos días en que la LOMCE está pasando por el Parlamento casi “sin romperse ni mancharse”. Decir “ESCUELA PÚBLICA” no es unívoco y todo apunta a que sus discordantes significados no se “ajuntan”: los que le atribuyen Wert y esta Plataforma están en las antípodas.

Después de 50 años de que Joaquín Ruiz-Giménez fundara Cuadernos para el diálogo, llama poderosamente la atención que lo tocante a educación –y en una etapa sedicente democrática- sea lugar de profundo desencuentro y desafecto. Dos no dialogan si uno no quiere: la relación de Wert con la “Plataforma” es tal que, según sus mentores, ni ha querido oírlos, versión muy creíble si se advierte el trato sostenido hasta ahora por este ministro con la oposición política en el Parlamento. Ni siquiera el haber optado por llamarse “Plataforma” -término tan vinculado desde la Transición al afán de encuentro y transacción, y tan distinto semánticamente de los antiguos “frentes” y sus denotaciones bélicas-, ha generado la más mínima esperanza de llegar a algún acuerdo en este terreno. En definitiva, Wert no les considera interlocutores a su altura, aunque representen a los sindicatos mayoritarios del sector, a gran parte de estudiantes y padres y, además, a una amplia serie de colectivos, en que brillan grupos imprescindibles para entender los logros de modernización y democratización de nuestro sistema educativo en el mismo período. Ahora, cuando él o su segunda hablan de “diálogo” abierto, nunca se refieren a estos sino a otros grupos y mensajeros que gustan más de lo selectivo, algunos de los cuales incluso invocan a Dios para defender sus posiciones, similarmente a las monarquías del Antiguo Régimen. Es decir, que en la España democrática de 2013, el Ministerio al que compete la materia educativa de todos los españoles actúa como si no hubiéramos pasado de 1789 o –si se prefiere el devenir histórico hispano- de 1833, en que a la muerte del Fernando VII absolutista se inicia una relativa y lenta “modernización”. En la res pública educativa -y en otras-, demasiadas cosas estarían sucediendo todavía por mandato cuasi divino o –como repetían las monedas de la etapa franquista- “por la gracia de Dios”. O como José María Maravall ha contado que le había sucedido a poco de tomar posesión de ese Ministerio en 1982, cuando recibió en audiencia a un grupo de mitrados que se sorprendieron de que no les quisiera firmar los primeros decretos que le llevaban ya hechos para su mandato (Ver: Escuela, nº 3907, 26/05/ 2011).

La falta de tacto y oído de Wert con las propuestas de esta Plataforma, está provocando que los próximos 20, 23 y 30 de noviembre vuelvan de nuevo las indignadas protestas y manifestaciones a la calle, a las escuelas y universidades. Los manifiestos, reivindicaciones y propuestas que la PEEP plantea en este momento concuerdan con sucesivos desencuentros de este ministro con la gente, incluso de su propio partido –seguidos de rectificaciones casi siempre capciosas-, como ha vuelto a poner en evidencia, hace poco, el conflicto creado a propósito de las becas Erasmus.  De tal calibre que el responsable de asuntos educativos en la Comisión Europea calificó entonces las decisiones de Wert sobre este asunto como “basura”.

¿Es meramente circunstancial que  esta apreciación venga a coincidir con el prolongado conflicto que la Sra. Botella ha tenido planteado hasta hace unas horas en Madrid por culpa de la limpieza de la ciudad en que figura como alcaldesa? ¿Es también coincidencia que se reavive ahora mismo –después de la sentencia de un Juzgado coruñés sobre los perjuicios causados por el Prestige hace once años- el conflicto moral planteado a cuantos colaboraron a limpiar de chapapote la Costa da Morte? De acuerdo con la contraposición  del mariñano Antón Losada en eldiario.es,  ¿cuántas veces tendremos que gritar nunca mais para que, en lo que nos concierne a todos, no nos cuelen de nuevo outra mais? A este ritmo, ¿en nombre de qué rabiosa verdad demagógica acabaremos enterrando lo poco logrado  en estos últimos 38 años? Y entretanto, en esta inquietante y ciega transición por la que navegamos, ¿qué ganan los españoles con que Wert y Gomendio presten oídos sordos a esta Plataforma Estatal por la Escuela Pública?

 

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