Nací para estar contigo, juntos para siempre… ¡Crazy Horse!

Eddie Spears.
Eddie Spears.

"Te amo como a la vida, jamás olvides tu promesa porque algún día volveré. Sólo espera a que el viento susurre en tu oreja y verás mi rostro en las nubes. No me olvides… Estoy aquí".- Relato

Nací para estar contigo, juntos para siempre… ¡Crazy Horse!

"Te amo como a la vida, jamás olvides tu promesa porque algún día volveré. Sólo espera a que el viento susurre en tu oreja y verás mi rostro en las nubes. No me olvides… Estoy aquí".- Relato

El hombre blanco tenía cara de luna, observando los recovecos del poblado en la llanura; alrededor del fuego, la tribu enfrentaba los fantasmas danzando… Yo dormía en el tipi. Arruyada por calurosos plumajes, soñé.

El cielo raso de la mañana no indicaba señales de humo. Trencé mis cabellos y bendije mi pena con un baño en el río, luego me acerqué al bosque a colectar frutos silvestres.

Tomando el sendero del cañón, cayó una piedra y miré al cielo. Inspiré con ímpetu y me recorrió un aire frío. Right! Berreó una voz profunda. Me rodeó un tropel de montaraces. Say how! Prosiguió el hombre blanco. Me arrodillé y alcé los brazos. Apuntándome con un rifle, uno expresó una oración y un perdón dando paso a un disparo. Vi mi propia sangre marcar la arena hasta acabar enmarañada en un zarzamal.

Estaba muerta, Crazy Horse me sintió en su piel. Un cervatillo le mostró toda la ternura que se fue conmigo. Encomendado a la pesquisa de vaqueros, portaba un arma como trofeo de guerra.

Pero no pudo salvarme aunque él me robó el primer beso, aunque me prometió conquistar el mundo río abajo. No fue capaz de intuir el mundo sin mí como si el cielo agrietado fuese una telaraña y mi vida un sueño, como si Gaia- la Tierra- se hubiera convertido en el diablo del enemigo y el incendio que desató la resistencia fuese una enorme garra que lo estrangularía.

Ellos llaman pecado a lo que él me hizo, pero, cuando me mataron, enarbolaron una cruz y legaron mi cuerpo a las montañas, ya que mi enamorado Crazy Horse sólo pudo encontrarme en la naturaleza.

Saludábamos al invasor, él nos despedía para siempre. En nuestro haber, cabellos extirpados; para ellos un asesinato, para nosotros la eternidad. Acorralados en un cañón que otrora era Dios, aquel día el Sol nos lo habían robado: Crazy Horse tomó rumbo a poniente y, de sol a sol, berreó la tragedia de su amada, mientras que los colores del día eran blanquecinos y borrosos en su mirada.

Desafiando a la luna creciente, y aunque su corazón menguaba, pintó su cara de ceniza y cerró fuerte los ojos hasta soñar conmigo. Extendió en un charco pétalos y piedras indistintamente, porque yo había muerto pero él quería matar.

Con el aullido del lobo, trotó a lomos de su caballo muy lejos, fuera de la reserva perpetrada por los vaqueros. El jefe indio avisó a su poblado de que la masacre era inminente: él se entregó al enemigo, mujeres y niños cantaron recogidos… Los hombres lucharon hasta el final.

La blasfemia de la llanura enloqueció al superviviente. El mundo era un extraño y la vida una condena, Gaia había desaparecido como el rocío en la mañana… No habría más migraciones en el cambio de estación sino un fuerte en cada camino, nadie sabría jamás de los significados de cada lugar, no habría más indios que sus leyendas.

¿Mi sueño? Mi amado cabalgaba depositando flechas en mis huellas. Yo bailaba para él y la música era la lluvia. Descendió de su caballo, que se perdió en la bruma, me tomó de la cintura y resbalé hasta pisarle los pies. Humedeció mis labios con el último beso que jamás me dio. En este sueño, mis ojos eran azules y mi cabello acaracolado… Temiendo despertar, apreté su mano y musitó mi nombre. Él nunca quiso olvidar aquel momento y, en una roca, gravó el poso de la hoguera y el camino del firmamento para atraer a los fantasmas. En algún momento de la eternidad, el viejo brotaría de esa roca y llegarían tiempos mejores. Luego tomó la pistola y se mató. Oyó el disparo, amaneció.
 

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