El Museo del Prado inicia la conmemoración de su Bicentenario

Museo del Prado en Madrid. Mundiario
Museo del Prado en Madrid. / Mi viaje.

Una primera exposición y la videoanimación con que ha comenzado tienen valores dispares dentro de una intencionalidad común: contar y seducir.

El Museo del Prado inicia la conmemoración de su Bicentenario

El Bicentenario del Museo del Prado está en pleno desarrollo desde el 19 de noviembre, fecha en que había abierto sus puertas doscientos años atrás. La Gaceta de Madrid había mostrado el día anterior las intenciones de Fernando VII diciendo que “hermoseaba la capital del reino”, “contribuía al lustre y esplendor de la nación”, “suministraba a los aficionados ocasión del más honesto placer” y “a los alumnos de las artes del dibujo los medios más eficaces  de hacer rápidos adelantamientos”. El propósito oficial de tan “digna empresa” se enmarcaría en los supuestos “pensamientos de utilidad común” por los que el Rey quería “el bien de sus vasallos” y, concretamente, “propagar el buen gusto en materia de bellas artes”. 

De entonces a hoy, no solo el inventario general de las piezas artísticas muestra  procedencias distintas de la del patrimonio regio. Se transformó  en “Museo Nacional”, ha cambiado  las maneras museográficas y, entre peripecias muy dispares, también las razones  que dieran origen a su existencia. De esta gran cantidad de ingredientes tratan  dos aproximaciones en este primer momento del año conmemorativo.

La exposición 1819-2019

Historia del Museo es lo que pretende contar la recién inaugurada exposición 1819-2019. En su brevedad, se van sucediendo algunos hitos determinantes engarzados en la historia de España y, sobre todo, asociaciones en que es dado ver cómo muchos de sus visitantes, pintores en particular, han encontrado, desde que la “escuela  española” empezó a ser conocida en Europa, inspiración en sus salas.

De esta exposición, lo más importante es la riqueza documental aportada por quien la ha ideado, Javier Portús, experto en pintura española y, también, en la propia historia del Museo. Sus trabajos en este último sentido desde 1994 lo acreditan, tanto para adentrarse en la bibliografía sobre el Museo, sobre algunos de sus principales pintores, los bodegones o el Siglo de Oro, como sobre un material que había pasado desapercibido, la propia disposición de sus pinturas a la contemplación de los visitantes. La del Grafoscopio ya fue, en este sentido, una exposición de gran interés en 2004. Algo de aquello aporta a esta otra en una especie de pasillo en que se simula la galería central como la fotografió Laurent en 1882. Si ese documento se mira con el Catálogo de Madrazo en la mano, se entenderá mejor cómo Portús encontró interés en esas  fotografías y en que el Museo hablara de sí mismo.

No obstante, pese a que las sugerencias de mirada son muchas -como puede apreciarse en el buen programa de mano con que puede acompañarse-, el visitante tiene la sensación de que la muestra resulta débil en dos aspectos complementarios. El material expuesto, pese a ser principalísimamente del propio Prado, se queda corto en significatividad, poco arropado de connotaciones de diverso tipo que ayuden al espectador a entender mejor ese valioso pasado. Y por otro, que se ha quedado precaria en cuanto a diseño y muestra de recursos empleados, como si hubiera sido una solución rápida para tiempo de escasez.

Un Video mapping

El esfuerzo del programa expositivo del Bicentenario parece haber optado más que por lo mucho, por las muchas cosas. Entre ellas, una animación con vídeos en la que la finura del relato no ha sido lo más cuidado. En esta realización, que se proyectó en la fachada de Velázquez al anochecer del día 24, lo que se contaba en off no se atiene demasiado a la verdad de la historia del Museo, ni a los variables papeles que ha jugado como emblema. Es posible que de haya encomendado a publicitaros de poca sutileza y que nadie haya supervisado ese relato mitificado, no solo al principio sino también por la sonoridades ambientales de que estaba cargado.

Lo más moderno ha resultado ser la tecnología, sin que importara la finura de lo que se decía. El espectador ingenuo podía quedarse admirado de una especie de milagro del Prado que, como muchas apariciones a pastorcitos y pastorcitas, hubiera tenido lugar en un prado. Mirada más despacio, sin embargo, esta animación no se salva como una “aproximación” de la alta cultura al “gran público”. Esa perspectiva, denostada por Carlo Ginzburg –uno de los historiadores más acreditados en microhistoria de la cultura popular-, no pasa de aristocratizante imposición burocrática que el despotismo ilustrado ya instrumentalizó  al inicio.  Los 200 años del Prado contienen mucha más historia de España, como sabía muy bien Calvo Serraller –a cuya memoria está dedicada la exposición comentada- o como saben Portús y muchos otros que la han documentado ampliamente. Eso es lo que había que contar y no milagros. Por cierto, esta palabra está en el título de otro muy discutible relato, oportunista y sesgado, de publicación reciente que –tal vez sin querer o tal vez queriendo- parece haber inspirado varios tramos del guión. Tras la falta de cuidado, pudo verse, por ello, cómo se repetían tópicos habituales en muchos aniversarios. Entre otros, el muy conocido de apuntarse a un discurso que interesa a quienes lo cuentan pero no a sus destinatarios, una sociedad, en este caso, que tiene derecho a que se le explique la aportación cultural de ese espacio hasta este presente. Conste que la pretenciosa narrativa fue poco incitante. Los asistentes pudieron leer –y hasta aplaudieron-  que “El Museo es de todas y todos”, pero como convicción quedó etérea, sumida en el estruendo de los fuegos artificiales del final del visionado.

Es posible que esta animación haya estimulado a alguien –¡ojalá!- a descubrir los múltiples valores que tiene este muy rico espacio del patrimonio cultural español. Pero, en plan publicitario, es comparativamente más coherente lo que aporta a esta celebración el envoltorio en telas con que El Corte Inglés ha vestido la arquitectura del Museo del Prado.  Recuerda al Environmental art de Christo y Jean Claude, saca a la calle los colores de muchos de los mejores pintores que atesora y le da gracia al propio edificio en un momento en que su fachada principal tenía un aspecto provisional con andamios de urgencia. @mundiario

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