Miles de gitanos son víctimas de deportaciones y asesinatos en la Unión Europea

Sede de la Comisión Europea, en Bruselas. / Cuatro
Sede de la Comisión Europea, en Bruselas / Cuatro

Leído así, el titular, les parecerá –sean sinceros– una afirmación increíble o, al menos, exagerado; y es, hasta cierto punto, normal que así lo sientan... Sin embargo, así es.

Miles de gitanos son víctimas de deportaciones y asesinatos en la Unión Europea

“Miles de gitanos son víctimas de deportaciones y asesinatos en la Unión Europea”. Leído así, el titular, les parecerá –sean sinceros– una afirmación increíble o, al menos, exagerado; y es, hasta cierto punto, normal que así lo sientan... Sin embargo, así es; puede que nos parezca increíble, pero no es exagerado, son datos manejados por organismos independientes de supervisión y por el Secretariado Gitano.

Sean exageradas o no las cifras –que no lo son–, lo verdaderamente estremecedor es que el asunto no nos importa demasiado, que nos traen al pairo si son cientos o miles los gitanos deportados y asesinados en nuestra querida Europa, enfrascados como estamos con nuestros asuntos; en salir de la crisis, o en defendernos de los ladrones y de los criminales que nos gobiernan, o delimitando y marcando con orín nuestros territorios y soñando con nuevas fronteras; justo cuando parecía que en esta Europa tan vapuleada por la Historia, tan democrática, tan resabiada –y tan europea, por fin–, habíamos aprendido, al menos, esa lección, y cuando creíamos que nos habíamos desprendido de los ladrones que gobiernan, y que la barbarie estaba en otro lado.

Así, pues, cuando una parte de nosotros siente la tentación de creer que nosotros solos, rodeados sólo de los nuestros (sea lo que sea que esto signifique), viviremos mejor; que “nuestros hijoputas” –como decía el otro hijoputa– son al menos eso, nuestros (sea lo que sea que esto signifique), y que sus látigos están hechos de nuestra raza, color, lengua o identidad nacional, y que acaso, por eso –por esa mágica razón–, nos dolerán menos sus latigazos (¡qué cándidos!); sabido, como sabemos, que la culpa de todo, está clarísimo, la tienen los otros (así, indeterminadamente); teniendo en cuenta todo ello, lo urgente que es parapetarnos detrás de nuestras fronteras, de nuevo; o la muy noble causa de deshacernos de nuestros sinvergüenzas; el que asesinen o deporten a unos miles de gitanos, qué más nos da, ¿verdad? O que un nuevo fascismo surja pujante dentro y fuera de nuestras instituciones y de nuestros viejos partidos (sólo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor, a derecha e izquierda: a esos brazos romanos en alto, o la desmemoria programada, o la inamovible verticalidad de los aparatos partidarios y sindicales). Qué nos puede importar la suerte de gente tan extraña, desharrapada y distante... Si soportamos y hemos soportado impávidos innumerables masacres, hoy y ayer, incluso aquellas que se producen o han producido en nuestra pobre/rica Europa; siempre, con esa afectada indiferencia tan civilizada, cínica y democrática de nuestros líderes y de nuestros medios –tan blancamente impoluta–; como sucedió en la no muy lejana tragedia de la antigua Yugoslavia… ¿Por qué espantarnos ahora por unos miles de gitanos deportados o asesinados...?

“¡Algo habrán hecho!...” Nos decimos.

Sí, claro, el ser gitano... Gentes que no están al tanto de las preferentes, ni de las deslocalizaciones, ni de las subprimes, ni de las cajas B, ni de los contratos basura, ni de los conflictos ni refrendos nacionales y fronterizos (“¡Pero si no tienen patria, ni reconocen fronteras!... No son gentes de fiar...” Nos decimos) No han conquistado jamás ningún territorio, ni han sometido a ningún otro pueblo, ni han bombardeado a nadie, ni han humillado a otros, ni han esclavizado, ni exterminado a ninguna minoría... Ellos son la minoría, y además no tienen ingenieros y técnicos suficientes para construir y diseñar aduanas o pasos fronterizos, ni campos de la muerte. Nunca los han tenido, ni muchos ingenieros ni muchos técnicos, pero sí muchos músicos y artesanos, y tratantes de bestias y de chatarra; y sus mujeres sabían leer nuestros destinos en nuestras manos (“¡No son gentes de fiar!...”) Aunque acaso la razón principal, de que tengan muy pocos ingenieros y técnicos, pero sí muchos músicos, sea el que la barbarie, propiamente dicha, no ha sido lo suyo; la barbarie es cosa nuestra. Lo suyo sólo ha sido la navaja; vivir y morir cara a cara; y sobrevivir, cuando les hemos dejado; y el menudeo, eso sí; y el trapicheo, por supuesto; e incluso la heroína, cuando se la impusimos, hasta casi destruirlos... Pero la barbarie propiamente dicha, las fronteras, las guerras, las bombas, el tiro en la nuca, las hogueras donde chamuscar a los otros, los campos de exterminio, eso ha sido cosa nuestra. De hecho, asesinamos a ochocientos mil de ellos en los campos de la muerte nazis.

Pero por qué he escrito asesinamos y no asesinaron –se estarán preguntando, ahora mismo, algunos de ustedes–; tal vez porque también lo hicimos nosotros con nuestro silencio de entonces; pero, sobre todo, con nuestro silencio de ahora.

Doña Ángela Merkel –ya saben, el ama–, ha visitado, por fin, Dachau; y, a continuación, se fue a la Fiesta de la Cerveza del pueblo. ¿Ven lo que les quiero decir? No hemos cambiando apenas en estos setenta y tantos años. Y nuestros amos aún menos.

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