El metal se ha convertido en el mejor amigo posible del portugués Manuel Patinha

Manuel Patinha y Rosario Sarmiento / Xurxo Lobato
Manuel Patinha y Rosario Sarmiento / Xurxo Lobato

Ha consolidado su lenguaje formal, ha ido buscando y encontrado unas señas de identidad propias, ha ido eligiendo y definiendo el material más acorde con la expresión de su lenguaje.

El metal se ha convertido en el mejor amigo posible del portugués Manuel Patinha

Ha consolidado su lenguaje formal, ha ido buscando y encontrado unas señas de identidad propias, ha ido eligiendo y definiendo el material más acorde con la expresión de su lenguaje.

Hace algo más de veinte años que Manuel Patinha (Povoa de Santa Iria,  Portugal,1949) encontró en la escultura un vehículo idóneo para expresar sus sentimientos,  sus búsquedas e inquietudes, es decir todo aquello que  es primordial para empezar a dar forma a cualquier proyecto creativo. En todo este tiempo, Patinha ha consolidado su lenguaje formal, ha ido buscando y encontrado unas señas de identidad propias, ha ido eligiendo y  definiendo el material más acorde con la expresión de su lenguaje, ha ido, en definitiva, creando una obra con nombre y apellidos. Esto que, en principio, parece el camino lógico que cualquier creador debe transitar, no siempre sucede, ni mucho menos con la fluidez y lógica que debería suceder. En el caso de Manuel Patinha, no sólo ha sucedido, sino que tras este tiempo ha conseguido ser es un escultor identificable e identificado con su obra.

La vinculación de Patinha con el mundo de las artes plásticas comenzó, de todas formas, mucho antes que esta decidida y feliz unión con el lenguaje tridimensional. El dibujo y la pintura,  marcaron sus comienzos vinculados a su declarada amistad con el surrealismo portugués de Cruzeiro Seixas, un maestro que dejo una huella profunda en la manera en como Patinha ve y siente el mundo que le rodea.  Esa vocación, esa relación cómplice con el dibujo nunca ha desaparecido, sino que sigue manteniéndose, dándonos muchas pistas, además,  sobre quien y quienes son los referentes temáticos de Patinha. Formas de  la naturaleza y el mundo vegetal en estado puro o  arrasado por el hombre,  seres y figuras de trazos zoomórficos,  e incluso objetos de la vida cotidiana, todo parece ser una buena excusa para trabajar la materia, hacerla propia y mostrarnos el resultado del largo proceso de dar forma tridimensional a esa manera  un  tanto “surrealista” de ver la realidad. Lo de menos es como lo denominemos, porque, realmente lo que Patinha nos muestra en su trabajo de estos últimos años, va más allá de otorgarle una u otra clasificación temática, sino más bien una forma de entender lo que son los valores de la escultura.

“Hago escultura basicamente en metal, con aportaciones de otros materiales que se van adaptando... ultimamente me adentro en lo orgánico y pesquiso en la naturaleza hasta encontrar una identidad cada día más clásica”. Nada mejor que sus propias palabras, para  definir esos valores clásicos entendidos como una preocupación por el equilibrio entre forma y materia que  sin duda, prevalencen en todo lo que son sus obras de estos últimos años. Patinha entiende que no hay relato, sino es capaz de que este se transmita por la potencia expresiva del propio material. El metal, fundamentalmente el acero inoxidable, galvanizado,  es trabajado, se  redondea, se alambica,  se pule, se convierte incluso en obra bidimensional,  con poco o ningún gesto  o referencia decorativa. Eso es lo que  a mi modo de ver otorga esa noción de conexión y de equilibrio personal entre el autor y su obra. Una unión en la que el metal se ha convertido no sólo en un gran aliado, sino en el mejor amigo posible.

Hace también algo más de veinte años, tuve la suerte de trabajar con la obra de Manuel Patinha y de otros tres escultores gallegos en un proyecto que se denominó “Contravento e marea”, una exposición colectiva en la que se mostraban cuatro formas de entender la escultura contemporánea en Galicia. Patinha ha declarado que aquella exposición que se pudo ver en “varias ciudades gallegas y donde compartía cartel con Silverio Rivas, Paco Pestana y Xurxo Oro Claro, la que le da un reconocimiento definitivo”. Desde entonces ambos habíamos recorrido nuestros caminos profesionales sin haber vuelto a encontrarnos. Es para mi una alegría ver que aquel proyecto sirvió realmente para que Patinha encontrara un lenguaje propio, una forma de hacer escultura tan real como es él. Espero que volvamos a encontrarnos muy pronto.

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