Mendel Samayoa: ‘Cuando pinto trato de convertirme en un provocador visual’

Mendel Samayoa. / AM
Mendel Samayoa. / AM

Charla con el cineasta y artista guatemalteco Mendel Samayoa. Un artista tiene el derecho de expresar con su arte todo lo que siente y lo que piensa, sea a través de la danza, la escritura, la pintura o cualquier otra forma de expresión artística.

Mendel Samayoa: ‘Cuando pinto trato de convertirme en un provocador visual’

Era el final de una de esas tardes en las que la ciudad se devana entre el intenso tráfico y la incertidumbre. Había acordado reunirme a tomar algo con el cineasta y artista Mendel Samayoa, para conversar un rato y para ver algunas de sus pinturas en proceso. Atravesé la ciudad de un extremo a otro y tan sólo me detuve unos minutos en el camino para  comprar algo en una tienda de conveniencia. Momentos más tarde, cuando el sol iniciaba ya su definitivo descenso en el horizonte, me encontraba sentado en un cómodo sofá, rodeado de obras, cuadros, pinceles y pinturas de toda clase, materiales con los que el artista realiza esa labor genial que lo convierte en un contador de historias, historias plasmadas en lienzos que transportan y que dicen cientos de cosas, miles quizá, o millones..., nunca se sabe. «Al final, el espectador puede contar su propia historia de lo que ve en mis cuadros» dice, sonriendo «y eso es estupendo».

Nos reunimos en su estudio. Conversamos extensamente y de forma muy amena mientras la tarde conocía lentamente su fin. En la pared, a mi derecha, un par de afiches  de algunas de las películas que ha realizado parecían observarme, invitándome a preguntar cómo es que se da esa labor multifacética que ha caracterizado a Mendel Samayoa, y que le convierte en un artista como pocos. «¿Qué fue primero?», le pregunto, «¿sos un cineasta que de pronto incursionó en la pintura, o sos un artista de la plástica convertido en cineasta? Sonríe, y me extiende el catálogo de su más reciente exposición donde puedo leer que habla un poco de ello, al mismo tiempo, empieza a contarme algo de sus inicios y de su ya larga trayectoria en el mundo del arte.

«Cuando yo crecí» me dice, «si eras bueno para el dibujo o para las artes plásticas, ibas a estudiar arquitectura porque no había otra cosa. No había diseño gráfico, no había publicidad. Sólo carreras como ingeniería, derecho o arquitectura, y te metías, por lo tanto, a arquitectura. Recuerdo que de patojo, desde que estudiaba en el Liceo Guatemala, de alguna manera siempre destacaba en artes plásticas y cuestiones relacionadas con la escritura, ése era mi rollo: escribir y pintar. Escribí algunos cuentos y textos breves de ficción para la revista del Faro Estudiantil y empecé también ha realizar mis primeras pinturas, aunque, realmente, lo que yo quería en ese momento era estudiar cinematografía».

— Has hecho varias películas en Guatemala, pero también hiciste mucho cine en Chile donde viviste varios años.

— Sí. Haciendo mi EPS de arquitectura conocí a unos productores chilenos que estaban filmando unas tomas en Tikal. Les gustó mi trabajo y me contrataron como director de arte para sumarme a la producción que estaban realizando. Fueron ellos quienes me invitaron a viajar a Chile y me permitieron incursionar en el cine de aquél país, donde viví diez años, y en el que ciertamente trabajé muchas producciones. En Chile aprendí todo el oficio de la cinematografía, y también ejercí la docencia impartiendo clases de dirección y dirección de arte. En Guatemala, actualmente, también soy docente universitario.

―Hace poco leí parte de una conversación que en algún momento sostuvieron Roberto Bolaño y Ricardo Piglia. Bolaño le pregunta a Piglia acerca de algo que este escribió en La novela polaca ¿Cómo callar a los epígonos? Y, parafraseándolo, dice algo así como "a veces para escapar es preciso cambiar de lengua". ¿Podríamos utilizarlo como símil para describir de alguna manera tu paso de una rama del arte a otra?

— Creo que no. Yo no uso mi arte o mi trabajo para escapar de mis otras artes, ni como medio de fuga, sino como una manera de expresar algo, de contar historias. Aunque claro, el espectador puede darle una interpretación diferente a lo que probablemente yo pude tener en mente al momento de plasmarlo en un cuadro, y eso es interesantísimo.

―¿Y cómo es que, siendo vos un productor y director exitoso en Guatemala y en otros países, de pronto decidís dedicarle más tiempo a la pintura, montando exposiciones y, por decirlo de alguna manera, relegando un tanto a segundo plano la cinematografía?

— La pintura es algo que ha estado siempre conmigo, ha sido una constante. El cine es algo que, por decirlo de algún modo, se apropió de mi modus vivendi, pero en realidad la pintura es algo que nunca he dejado. De hecho, en Chile pinté mucho. Cuando regresé a Guatemala traje entre quince y veinte cuadros que había pintado allá, y quise montar una exposición, pero en virtud de que traía esa experiencia cinematográfica adquirida en Chile, la vida me abrió oportunidades en el cine antes que en la pintura. Fue así como empecé la producción de "Donde acaban los caminos" basada en el libro homónimo de Monteforte Toledo. La película obtuvo varios premios en festivales de Guatemala, Italia y otros países, y le siguieron otras producciones como "La Vaca" que escribí y dirigí, y unos cuantos cortometrajes también. Ahora, he decidido dar rienda suelta a la pintura. La verdad es que hago muchas cosas porque no puedo parar, busco proyectos y me gusta concretar muchas de las ideas que van surgiendo en mi cabeza.

―Tengo entendido que sos uno de los fundadores de Galería Caos, ¿cómo nace y cómo es que te vinculás a ello en un momento en el que tu producción de cine era constante y muy bien apreciada?

— Caos nació como un taller de pintura en uno de los ambientes de la casa en la que entonces estaba la productora de cine que fundé para hacer mis películas. Más o menos un año antes, nos empezamos a reunir para pintar cuatro arquitectos que habíamos estudiado juntos. Conseguimos una puerta vieja, la pusimos en la calle en Cuatro Grados Norte y allí nos pusimos a pintar. Empezamos a hacerlo uno o dos domingos al mes, creando así el Grupo Caos. Justamente por esos días, se metieron a robar a la casa donde estaba la productora y la dejaron totalmente vacía, se lo llevaron todo, lo cual fue muy duro y lamentable, y no me quedó otra cosa más que pensar en comenzar de nuevo. Fue entonces cuando se nos ocurrió (a los cuatro arquitectos-pintores) montar una exposición con cerca de veinticinco cuadros que ya teníamos pintados y ver qué pasaba. Para nuestra sorpresa, la exposición se llenó y vendimos varios cuadros que nos permitieron pagar la renta y ver el nacimiento de la Galería Caos.

Obra de Mendel Samayoa_Miniatura en acrílico (Colección Privada).

Obra de Mendel Samayoa_Miniatura en acrílico (Colección Privada).

— ¿Te da algún temor el hecho de que un espectador pueda darle a tu obra una interpretación distinta a la que inicialmente pudo haberle dado vida?

— No, para nada. Todo lo contrario. Y quiero ser muy franco al decirte esto, porque cuando pinto no trato de pintar una sola historia, sino provocar muchas, convertirme en algo así como un provocador visual ―sonríe―. Por eso, más que un comunicador, quizá me definiría como un contador, un contador de historias. Y en el caso de mis películas, trato de meterles detalles que probablemente no vas a apreciar la primera vez que las ves, pero que están allí, y eso, de alguna manera, también es parte de la misma dinámica.

―Uno de tus cuadros, fue recientemente interpretado como reflejo de un caso emblemático de la realidad político-social de Guatemala: Sepur Zarco. ¿Tiene esa obra algún tipo de vinculación sentimental con ese caso?

— Con ese cuadro en particular me pasó algo muy interesante. Antes de pintarlo vi una foto que alguien tomó en un momento determinado del desarrollo del caso, y me pareció que la imagen tenía una estética muy bella, aún y cuando reflejaba ―por supuesto― una situación sumamente dura y difícil. En el cuadro destacan las cabezas de un grupo de mujeres cubriéndose con perrajes coloridos, y eso es una paradoja que refleja cierta belleza en medio del dolor y la vergüenza y el drama que experimentan esas señoras teniendo que revivir aquello y declarar en un juicio como ese. Aunque suene contradictorio, yo encontré belleza en esa foto, y no lo digo de una forma morbosa, sino como una evidencia de las poderosas contradicciones del ser humano en las que también puedo, en un momento dado, encontrar estética: el misterio del ser humano.

―¿Qué opinás de la utilización de la obra de un artista como medio de denuncia. O como una herramienta para propiciar la discusión de temas en los que se ve inmerso el ser humano en la sociedad: la política, las desigualdades, la rebeldía, etc.?

— Un artista tiene el derecho de expresar con su arte todo lo que siente y lo que piensa, sea a través de la danza, la escritura, la pintura o cualquier otra forma de expresión artística. El artista es como una especie de vehículo en el cual muchas veces la sociedad se refleja. Y en cierta forma, eso puede llegar a verse incluso como una misión, una misión que no siempre se logra, pero que está allí y así es. El artista, como ser humano, no solo necesita sacar todo eso sino que está obligado a ser un actor político y voz participativa de la sociedad.

―¿Planes, proyectos? ¿Qué tiene preparado Mendel Samayoa para seguir contando historias a través de su obra este año?

— En principio puedo decirte que lo que deseo es seguir trabajando sin parar. Tengo una exposición en Honduras que se inaugurará el 28 de febrero y estará en exhibición hasta el 10 de marzo; también acabo de firmar con Casa Santo Domingo (en Antigua) para  estar en esa sede con una exposición individual durante todo septiembre, lo cual me tiene muy entusiasmado porque la última exposición individual que hice en Antigua fue en los 90s. Además, estaré en Londres del 26 de marzo al 7 de abril en The Other Art Fair… Y bueno, tengo otras ideas y muchos planes, pero aún debo asegurar algunos detalles [...]

La charla con Mendel se tornó sumamente interesante y se extendió sin que nos diéramos cuenta. Se convirtió en una conversación bohemia en la que hablamos de una y mil cosas además de pintura y cine. Y fueron surgiendo en la conversación, incluso, nombres y obras de poetas, filósofos y novelistas variados que hoy día resultan realmente imprescindibles y que resulta sumamente enriquecedor traerlos a colación en charlas como aquélla: entre otros, nos acompañaron ―es sólo un decir―: Bolaño, Piglia, Zygmunt Bauman, Sartre, Guinea Diez, José Milla (y sus Cuadros de Costumbres), Francisco Méndez, Marco Antonio Flores, Vargas Llosa (y sus Conversaciones en la Catedral); Paolo Guinea, Payeras..., en fin, solo pesos pesados, como coincidimos al hablar de ellos con mucho aprecio y respeto. «Gracias por el tiempo y la estupenda charla, mi brother ―dije, extendiendo una mano a manera de despedida y preparándome para salir a la noche que ya era fría― ojalá haya oportunidad de sentarnos a conversar nuevamente muy pronto». «Gracias a vos ―me respondió―, creéme, yo también he disfrutado mucho la conversación, y ciertamente, ojalá que se repita pronto…»

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