Las memorias de Oliver Sacks, En movimiento, son el honesto relato de una vida apasionada

El neurólogo y escritor Oliver Sacks.
El neurólogo y escritor Oliver Sacks.

Tardó años en conseguir su ubicación como neurólogo investigador, cometido que acabaría haciéndolo feliz. Esta dedicación le nutría, además, de experiencias para ejercer su otra vocación, la de escritor.

Las memorias de Oliver Sacks, En movimiento, son el honesto relato de una vida apasionada

Hace unos meses, me conmovió profundamente la despedida del mundo que Oliver Sacks publicó en el New York Times. Por entonces, escribí un artículo sobre ese texto en el que decía: “Las últimas frases de este neurólogo y escritor son una nueva muestra de gratitud, que es el sentimiento que más se prodiga”. Quizá fue esa característica la que más me sedujo, precisamente porque destacaba en una situación en la que lo fácil hubiera sido sentir rencor o amargura, pues su latente y definitiva enfermedad se desarrolló de forma poco previsible: “Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%, y doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte”. Sacks murió a los pocos meses de aquella despedida. Antes, le había dado tiempo a completar sus memorias. Después de haberme emocionado con aquel pequeño aperitivo, con aquella introducción a su vida, no he tardado mucho tiempo en hacerme con su último libro: En movimiento, se llama, y las excelentes críticas que ha cosechado me parecen plenamente justificadas.  

Cada autor impregna sus memorias de su impronta vital. La de Sacks es netamente cercana y decididamente honesta. Si nos narra su vida – y nosotros la leemos – es porque ha sido una vida exitosa o singular. Pero, esos notorios logros no excluyen la existencia de otros fracasos menos conocidos. Un escritor memorialista puede incidir en la parte de su biografía relevante o puede explicar también los aspectos de su vida en los que ha sido reiteradamente inhábil. Sacks hace lo primero sin ápice de engreimiento y lo segundo con natural sinceridad. La enumeración de sus errores, sus percances, sus torpezas, sus desencuentros sentimentales, sus dependencias, es grande. Pero, por encima de esos episodios, emerge su condición vitalista, su aliento exploratorio, su intacta bondad. Así, esa narración de su vida exitosa va precedida o interrumpida con la confesión de sus notables contratiempos, de tal modo que este relato autobiográfico resulta ejemplar, terapéutico, pues puede ayudar a quienes lo lean, a aquellos que se sientan sumidos en serias dificultades, a creer en la posibilidad del resarcimiento.

Esa narración de su vida exitosa va precedida o interrumpida con la confesión de sus notables contratiempos, de tal modo que este relato autobiográfico resulta ejemplar, terapéutico, pues puede ayudar a quienes lo lean, a aquellos que se sientan sumidos en serias dificultades, a creer en la posibilidad del resarcimiento.

Oliver Sacks nació en una familia bien situada social y económicamente. Sus padres eran médicos, sus hermanos – excepto Michael, que padecía de esquizofrenia – eran muy inteligentes y pronto se distinguieron profesionalmente. Pero la primera dificultad que sufrió fue a los dieciocho años, al reconocer ante sus padres su homosexualidad. Eran los años 50 y la mentalidad de la sociedad inglesa no era la de hoy, más evolucionada y tolerante ante a esa realidad. En aquellos días, esa opción sexual se consideraba no solo una perversión sino también un delito. Su padre reaccionó bastante bien, pero su madre no pudo digerirlo en absoluto: “Eres una abominación. Ojalá no hubieras nacido”, le espetó. “Sus palabras me persiguieron durante gran parte de mi vida y tuvieron una gran importancia a la hora de inhibir e inyectar un sentimiento de culpa en lo que debería de haber sido una expresión libre y gozosa de la sexualidad”. No obstante, siempre quiso a su madre, nunca le guardó rencor; la comprendió y la disculpó desde un primer momento, tal y como ella, más arduamente, lo llegaría a comprender y aceptar a él. 

El título de este libro, En movimiento, refleja perfectamente la vida impetuosa que siguiera su autor. Encaminado desde joven a la profesión médica, tardó años en conseguir su ubicación como neurólogo investigador, cometido que acabaría haciéndolo feliz. Esta dedicación le nutría, además, de experiencias para ejercer su otra vocación, la de escritor, cuyos temas los tomaba de sus investigaciones. Antes, muy pronto, había emigrado a los Estados Unidos. Allí, en sus primeros años, junto a unas ocupaciones laborales no del todo satisfactorias, saciaba los fines de semana, a lomos de sus sucesivas motos, su sed de aventura. Después, le dio por la halterofilia. También tuvo una época de seria adicción a las drogas. Salió de ellas mediante el psicoanálisis, al que ya acudiría de forma regular durante el resto de su vida.

Oliver Sacks tardó años en conseguir su ubicación como neurólogo investigador, cometido que acabaría haciéndolo feliz. Esta dedicación le nutría, además, de experiencias para ejercer su otra vocación, la de escritor.

En España se habla mucho de la envidia como pecado capital autóctono, pero parece que en los Estados Unidos tampoco estaban faltos de ella. Sus atrevimientos como neurólogo muy despierto y creativo, sus iniciativas audaces, muchas veces chocaron contra el ego de sus superiores y sus compañeros, costándole incluso despidos, en un  país en el que la precariedad de un empleo es absoluta aunque las posibilidades de reemplazarlo más o menos felizmente siempre están dispuestas. Aunque, por otra parte, también hizo excelentes amistades entre sus colegas, especialmente entre aquellos que eran verdaderamente grandes, que no temían un menoscabo de su prestigio por la cercanía de un brillante investigador, sino muy al contrario, se alimentaban mutuamente, se estimulaban hasta el entusiasmo, en su correspondencia, en sus encuentros, en los que refulgía su llama de apasionados, su creencia en la paulatina superación de las muchas oscuridades ante las cuales se sentían retados imperiosamente. Son esos hombres y mujeres que se marchan de la vida dejando una infinita tarea interrumpida, tristes de no poder participar en los futuros descubrimientos. “Me entusiasma pensar en la ciencia como en una empresa común, en los científicos como en una comunidad fraternal e internacional…”, dice Sacks, enamorado de su profesión. “Doy gracias a Dios por haber vivido para escuchar esta teoría”, comenta ante un planteamiento de Edelman sobre la mente y la conciencia.

Oliver Sacks tuvo gran éxito con unos libros que aunaban la literatura y la divulgación científica; en ellos, describía los casos curiosos que encontraba entre sus pacientes con anomalías neuronales. De su libro Despertares, llegó a hacerse una exitosa película protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams. En estas páginas recuerda los trasiegos de su elaboración, las luchas con sus editores, que le recortaban sus textos inicialmente muy prolijos.

Pero, al fin, el movimiento siempre se detiene. En una nota a pie de página, anuncia: “En un próximo libro describiré con más detalle mis viajes…”. Ya no pudo hacerlo, pero lo importante era que había sentido casi siempre ese hambre vital, esa acumulación de proyectos, esa fuerza para traspasar el peligro de las saturaciones. En un poema, escrito con veintitantos años, su amigo Thom decía: “En el peor de los casos, estás en movimiento, en el mejor no llegas a ningún absoluto en el que descansar, siempre estás más cerca si no te detienes”. Moverse de verdad era su ley de vida.

Una vez, viéndose próximo a la muerte, solo en una montaña noruega, tras un accidente en el que casi perdió una pierna, recordaba un verso de Auden, poeta con el que tuvo cierta amistad: “Que tus últimos pensamientos sean de agradecimiento”, decía. Oliver Sacks asumió ese mandato, hasta el final.

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