Si matas un galgo, no eres un cazador, eres uno de los peores homicidas

Un galgo. / Archivo
Un galgo.

Pongas como te pongas. Da lo mismo en lo que te escudes, si es que puedes escudarte en algo: le has quitado la vida a un ser vivo y eso te convierte en homicida.

Si matas un galgo, no eres un cazador, eres uno de los peores homicidas

Si matas un galgo, eres un asesino. No hay vuelta de hoja. Pongas como te pongas. Da lo mismo en lo que te escudes, si es que puedes escudarte en algo: le has quitado la vida a un ser vivo y eso te convierte en homicida. Tus vecinos deberían tenerte miedo. No eres un cazador. Eres un peligro para los tuyos. Una bomba de relojería. Has podido colgar de un árbol a un galgo aterrado, ajustarle la soga al cuello y salir del lugar con la sensación del trabajo bien hecho. Has sido capaz de arrancarle el chip de identificación, dejarlo en carne viva y volver a tu vida como si nada. No te ha importado molerlo a palos o atropellarlo hasta la muerte para deshacerte de lo ya no te sirve. Ese pedazo de carne inútil.

Primero utilizaste su inocencia para tu recreo y luego lo aniquilaste para tu descanso. Después, has podido regresar a casa, dar un beso a tus hijos y a tu mujer. Preguntar cuándo estará hecha la cena. Meterte en la cama y dormir. Eres un psicópata. Me das miedo. Mañana podría estrechar tu mano ignorando que has ejecutado sin la más mínima compasión. Te aborrezco porque te ampara la ley. Una ley inexistente que desprotege al animal y de la que tú beneficias. No tienes perdón. No sé si sabes que compartimos con el cerdo más del 90% de similitudes genéticas. Ese ser entrañable que, por cierto, a ti te da mil vueltas.

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