Matar niños no tiene consecuencias

Niña bebiendo alcohol. / Thinkstock
Niña bebiendo alcohol. / Thinkstock

Cualquier ciudadano puede ver como en todos los lugares de España los jóvenes beben en la calle. Las familias toleran esas conductas, que no ignoran, así como los ayuntamientos, sabedores de esa permisividad social.

Matar niños no tiene consecuencias

Hace dos años la fotografía de un niño sirio de tres años, Aylan, ahogado en una playa de Turquía cuando trataba de llegar a Europa con su familia, ocupó todas las portadas de la prensa así como innumerables artículos, comentarios e incluso debates políticos en la Unión Europea. Este año han muerto ahogados cerca de 4000, entre ellos muchos menores. La política de cuotas aprobada en Bruselas, ha fracasado. Si el compromiso era acoger a 160.000 refugiados, la cifra real es de menos del 1%. Así seguirán muriendo más refugiados pero la buena conciencia europea ya tiene un plan.

La pasada semana moría de coma etílico una niña de 12 años en un pueblo de Madrid. Se ha sabido que en dos ocasiones anteriores ya había sido llevada a su casa en estado de ebriedad por la Policía Local y el padre ha reconocido que estaban intentando disuadirla de esas prácticas. La niña murió tras ingerir una elevadísima cantidad de alcohol en poco tiempo rodeada de sus compañeros que no se lo impidieron y que cuando cayó al suelo allí la dejaron durante 40 minutos, hasta que se preocuparon y la trasladaron, ¡en el carrito de un supermercado!, al centro de salud de donde fue derivada al hospital en el que moriría pocas horas después.

El debate hipócrita ya está de nuevo presente, centrado ahora en buscar culpables. El vendedor de alcohol, el comprador, el alcalde… La realidad es más dura: la legislación vigente, en España, en muchas Comunidades, sanciona esas conductas. Pero no se cumple. Cualquier ciudadano puede ver como en todos los lugares de España durante el fin de semana los jóvenes se reúnen a beber en la calle, y que en esos grupos participan adolescentes. Las estadísticas dicen que la edad de inicio en el alcohol está en los 13 años, que muchos adolescentes lo prueban de forma habitual y que la quinta parte ha tenido episodios de ingesta elevada. Pero las familias toleran esas conductas, que no ignoran, así como los ayuntamientos, sabedores de esa permisividad social. Tendrán que morir más niños antes de que se produzca la reacción social que mueva a las autoridades a intervenir. Mientras son episodios que permiten extensos reportajes para tranquilizar las conciencias. Y nada más.

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