María José Delgado: 'Al abuelo no le daría ningún consejo, se lo pediría'

María José Delgado.
María José Delgado.

La autora presenta su cuarta novela, El juego de la vida, y concede una entrevista exclusiva a MUNDIARIO. Relata la relación de afecto entre un abuelo y su nieto.

María José Delgado: 'Al abuelo no le daría ningún consejo, se lo pediría'

La última novela de la escritora María José Delgado, El juego de la vida (Ediciones Beta), nos relata la relación de afecto entre un abuelo y su nieto. Todos los domingos, Julio y Daniel se sientan en torno a una mesa para jugar a La oca. El nieto lo hace para agradar a su abuelo, y éste, por evocar recuerdos de un pasado muy distinto a la realidad de hoy en día. En la novela nos habla del amor en su plenitud, de afecto, de preocupaciones, de sensaciones, de la vida. Me cito con ella en un céntrico parque de Bilbao desde el cual puede apreciarse toda la ciudad. Deseo que María José se siente en el banco y me hable como amigo; que se confíe y que hable más de la cuenta. Sobre todo que hable.

- La relación entre el abuelo y el nieto es especial. ¿Cómo la definirías?

- Las relaciones entre abuelos y nietos son muy dispares. Unas veces no se llevan tan bien, otras sí. Hay casos muy específicos en que se llevan de maravilla sin saber ellos mismos porqué, y yo he querido establecer uno de esos casos. Julio tiene otro nieto, pero con quien realmente se lleva muy bien, de manera innata,  es con su nieto Dani.

- Además, es sorprendente comprobar cómo esa conexión entre Julio y Daniel supera las barreras de la edad. ¿En un afecto de tales características existen las mencionadas barreras o es un recurso que han ideado los escritores para novelizar las historias?

- Es cierto que existen las barreras de la edad, pero los nietos, en cierto modo, rejuvenecen a los abuelos. Supone empezar otra vez. Los abuelos quieren dar los caprichos que tal vez nunca dieron a sus hijos porque precisamente tuvieron que educarlos. Entonces, esta relación es muy distinta y no siempre se refleja en las novelas. Se ha escrito más de padres e hijos que de abuelos y nietos.

- Sin embargo, la historia está narrada desde el punto de vista de Marta.

- La historia está narrada desde el punto de vista de la generación intermedia, es decir, Marta, que es la hija de Julio y, al mismo tiempo, madre de Daniel. Y esto sí que es una manía mía: en mis novelas tengo que poner el punto de vista femenino (ríe). Además, Marta entiende a su padre, entiende a su hijo y es la persona idónea para hacer de intermediaria. Esa gestión la hace mucho mejor una mujer que un hombre.

- Como has comentado, Marta ejerce el papel de intermediaria entre ambos. ¿Es cierto que el amor, en ciertas ocasiones, es capaz de nublar la lucidez mental de las personas?

- Quizá sí. El exceso de amor no aporta la frialdad necesaria para analizar las cosas y muchas veces se necesita cierta distancia para establecer de manera correcta las relaciones. Además, Marta tiene la ventaja de que confía en su médico. El doctor Mendía sabe perfectamente lo que ocurre, pero no quiere romper el buen camino que lleva la familia. No quiere acabar con esa felicidad. Él la escucha, la atiende, pero calla.

- A pesar de la gran variedad de temas que tratas en tus novelas, el amor, en todas sus variantes, acapara el protagonismo. En anteriores obras has descrito el amor irrefrenable y fundamentalmente físico, el afecto que se fragua entre dos personas que paulatinamente van afianzando su amistad… Esta vez, hablas de un amor más reposado, innato e intenso. ¿El amor lo mueve todo?

- El amor mueve muchas cosas pero no todo. Soy de la opinión de que lo que realmente mueve el mundo son los celos. Y los celos nacen del amor. Yo siempre he creído eso, pero nunca he escrito sobre celos. Es una idea.

- Resulta un tanto irónico. Con la edad y la experiencia, lo natural sería ganar en certidumbres. Sin embargo, las personas de mayor edad afirman que el escepticismo se apodera de ellos. ¿Ha sido difícil analizar la realidad a través de las gafas de la vejez?

- No ha sido difícil porque muchas cosas están pensadas desde mi experiencia durante 60 años. He pensado muchas veces que ahora los niños nacen en otro mundo completamente distinto. Entonces, no lo calificaría como escepticismo, sino como nostalgia. La nostalgia propia de ver las cosas de otra manera. La nostalgia de que no te invadan las máquinas, que no se apoderen de tu vida. Hay que ser más personas. Cuantas más máquinas enchufas, menos cabida tiene el desarrollo de la intuición, de las iniciativas. He intentado exponer cómo los niños antiguamente no tenían juguetes pero siempre jugaban a algo. Ahora los niños tienen muchos más juguetes y muchas veces se aburren. Es una realidad difícil de asumir para una persona mayor porque se pierde la parte humana. Es el contrapunto entre la niñez de antes y la de ahora.

- Es indudable que la novela contiene un poso de filosofía mundana que a veces tiende a melancolizarse. Julio compara la realidad del siglo XX con la del siglo XXI. Fundamentalmente, ¿en qué ha cambiado la vida?

- Sí, es una comparación entre los siglos XX y XXI. Es un contrapunto. Hubo un momento en que queríamos que la novela tuviera un subtítulo, que a fin de cuentas es un artilugio literario (ríe). Quería subrayar aquello que está planteado desde el primer capítulo y que se desvela en el último. Sí ha cambiado la vida. Mucho, muchísimo. Es más: creo que los niños de ahora van a cambiar menos su vida de lo que han cambiado antes otros niños. El salto que hemos dado nosotros ha sido terrible, grandísimo. Así es la vida. Hay que seguir adelante y luchar por las humanidades. Luchar por la unión entre personas, la conversación, la iniciativa. Son cosas que con tanta máquina se están perdiendo.

- ¿Qué función tiene la literatura en el día a día de una persona?

- En estos momentos no sé si tiene mucha. Entretener. Más que nada entretener. Ahora está de moda la literatura histórica. Ahí no aprendes Historia, sino la trama de la novela. Hay historiadores muy buenos que han escrito la Historia de forma muy didáctica y no los leemos. Nos gusta lo fácil. Y eso es terrible. Nos gusta estar entretenidos, y esto no hace pensar. Mucha culpa la tienen las escuelas, pero ese es otro tema.

- ¿La cultura puede frenar una guerra?

- Sí, podría. Sí, podría. Pero para ello se necesita tener cultura y hay muchos políticos que no tienen nada de cultura. No saben utilizar la poca que tienen.

- Entonces, si la cultura puede frenar una guerra, ¿por qué la maltratamos con un 21% de IVA?

- El 21% de IVA lo tienen el teatro y el cine. Eso es terrible. Es hundir la cultura. El teatro tiene la ventaja de que el actor siente el calor del público y al contrario. No es como una película, ya que parece que existe una barrera entre público y actores. Nosotros no maltratamos la cultura, sino los malos gobiernos.

- Una vez concluida la novela, si tuvieras la ocasión de tomar un café con uno de los personajes, ¿a quién elegirías y qué consejo le darías?

- Yo elegiría al abuelo. El abuelo es muy importante. Fíjate, no le daría ningún consejo. Se lo pediría. Cuando ideé escribir la novela, para mí el abuelo era fundamental. Lo que ocurre es que luego he necesitado al nieto y a la hija. (Calla unos segundos, valorativa) ¡Qué valiente es el abuelo silenciando su vida y no haciendo sufrir a su familia!

- ¿Cómo convencerías a los lectores para que comprasen “El juego de la vida”?

- El juego de la vida nos pertenece a todos. Absolutamente todos jugamos tirando los dados sin saber qué puntuación va a salir. Hay que vivir en función de la puntuación que sale. A partir de ahí, serás valiente como el abuelo o más pasivo como todos los demás. (Ríe)

- ¿Tienes en mente futuros proyectos?

- Por supuesto. (Medita hasta qué punto debe hablar). Hay una ilusión. Una ilusión muy grande que tengo hace mucho tiempo es escribir sobre toros. Y estoy en ello.

Tras responder la última pregunta sonríe para sí. El orgullo de tener su próxima criatura en gestación. “El juego de la vida” da qué pensar. Remueve, incluso, aquellas conciencias que parecen inquebrantables. Entonces, ella se levanta y me observa. ¿Un café? ¡Cómo negarse!

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