Madrid: del "Mírala, mírala" al "No me mires, no me mires" en pocos años

los borrachos
"Los borrachos", de Velázquez.

Ni La Movida momificada, ni su fatuo skyline, ni sus olímpicos fracasos salvan a Madrid del desaliño. Si lanzó un mensaje de auxilio, se ha debido atorar en una Botella.

Madrid: del "Mírala, mírala" al "No me mires, no me mires" en pocos años

Una vez fuimos mendigos en Madrid, mendigos tiernos y bellos. Leíamos a Umbral y a Luis Antonio de Villena y nos perfumábamos con spleen, dandismo de verdad (Fred Astaire nunca fue un dandy) y desprecio adolescente.

Éramos mendigos sin Cáritas ni cocinas económicas; nuestros andrajos no salían de la beneficiencia, pagábamos por ellos en la segunda mano de Cascorro y en las trastiendas de Portobello Road. Las ojeras y las costras nos las pintábamos con heroína, y nos emborrachábamos con tetrabricks de Don Simón y litro y medio de cola antes de los conciertos en Rockola y de las quedadas en El Penta de Nacha Pop. Los gritos que nuestras posmodernas gargantas no soltaban –la Historia y las ideologías habían muerto– los daban nuestras rodillas por las bocas de nuestros tejanos rotos.

No pedíamos limosna más que a nuestros padres, y la gastábamos en las tabernas más castizas de Madrid, cuyos asombrados propietarios arrinconaron el aburrimiento y la prejubilación para vivir una segunda juventud repartiendo cañas, vermú y raciones a bandas de mendigos con camisetas ajironadas sujetas con imperdibles.

Y llegó un alcalde viejo, pero tierno como nosotros, y nos arengó sin saber que no nos hacía falta: "¡Rockeros, el que no esté colocado, que se coloque… ¡Y al loro!". Y los mendigos bellos y tiernos que éramos sonreímos con cínica ternura porque pensamos que él único que no estaba al loro era él.

Porque nosotros no éramos "rockeros", sino mendigos post punk vestidos con cuero de segunda mano, con americanas de solapa estrecha rescatadas del alcanfor, con zapatos más viejos que nuestros pies, con pantalones de tergal que estrenaron otros, con camisas de nuestros abuelos…

Luego vinieron otros políticos más listos que aquel alcalde viejo y tierno y se inventaron lemas –"Madrid me mata"– y juraron entendernos igual que juraban haber corrido ante los grises y haberse llevado "un par de hostias" en los calabozos de la Puerta del Sol. Juraban como juran hoy y mentían con la misma saña.

Y vino a Madrid un empresario gallego, maestro de embelecos y afectación renacentista, que se inventó harapos de marca para ejecutivos: "La arruga es bella". Y los mendigos nos volvimos nuevos ricos; algunos ya lo eran por mucha cresta que peinaran: hijos de embajadores, de médicos de La Zarzuela, de consejeros bancarios, de popes de la publicidad… Así que, en realidad, volvieron a casa.

Mercaderes de todo pelaje entendieron que Madrid era un buen negocio y embalsamaron La Movida y fotografiaron a los mendigos bellos para ponerlos en las portadas de los suplementos dominicales. Y nos creímos hermanados con Londres, Berlín y Los Ángeles. ¡Pobre Barcelona, ciudad de tenderos con ínfulas!

Para entonces, los mendigos tiernos y adolescentes nos habíamos vueltos JASP (Jóvenes Aunque Suficientemente Preparados) y, como las ideologías habían muerto, quisimos ganar más dinero que nuestros padres, que nuestros compañeros de barrio, de universidad y de trabajo. Y vino otro gallego con el pelo encerado y ya no quisimos ser ni mendigos de diseño.

Al borde de la mendicidad
Muchos de aquellos muchachos de la Nueva Ola que jugaban a pobres con ropas viejas y gesto afectado entre concierto y concierto, andan hoy, treinta años después, al borde la auténtica mendicidad. Ya no sujetan un Johnny Walker Etiqueta Negra, sino una caña que beben a sorbos medidos.
Y ahora tienen otra alcaldesa. Una que ya no quiere mendigos en las calles y que acaba de dictar leyes para perseguirlos. Y resulta que Madrid ya no se parece a Londres ni a Berlín, sino a Budapest, cuyo gobierno municipal también quiere sacar a los mendigos de las calles.
Madrid ya no tiene quien le cante "Mírala, mírala, mírala"; seguro que la Botella aún cree que Ana Belén es roja. La alcaldesa es más de pullover de Nudos y de conciertos de Mecano: "No me mires, no me mires, no me, no me, no me mires".

 

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