El LXXV aniversario de la caída de Berlín

Berlín, la caída_ 1945 de Antony Beevor. RR SS.
Berlín, la caída: 1945, de Antony Beevor. / RR SS.

Antony Beevor relata la estocada final de la Segunda Guerra Mundial (la batalla de Berlín), no como si se tratase de un relato histórico, sino como si fuera una novela fantástica o una crónica de guerra, con un tono por demás literario y un aliento épico.  

El LXXV aniversario de la caída de Berlín

Tiergarten, 1945. Hace un poco más de setenta y cinco años se izaban banderas rojas en la cúpula semiderruida del Reichstag. Adentro, en los pasillos y en las escaleras, se disparaban los últimos pistoletazos de unos soldados nazis que seguían luchando atrincherados, con las vías respiratorias en carne viva a causa del polvo y el humo y con los ojos llenos de un delirio de odio, por puro honor al nombre del Führer… Todo, pues, ya estaba perdido, pero en algunos de aquellos hombres que un día vieran en la esvástica el símbolo del futuro, el ímpetu batallador se mantenía incólume.

Hitler se había disparado un balazo, y su cuerpo inerme yacía enterrado en los jardines de la Cancillería, en un boquete causado por una bala de cañón. Ni para cavarle una fosa al Führer había tiempo (ni energía). Pocos, sin embargo, sabían de aquel trascendental deceso. Hacía unos días que Himmler se había dado la vuelta para llegar a un acuerdo con los Aliados, y varios dirigentes de la cúpula nazi se habían escabullido por los rincones más míseros y alejados de la ciudad para huir de aquel infierno y no terminar exilados en Siberia o siendo esclavos del Ejército Rojo. Había algunos leales todavía, como Axmann y Bormann; Joseph Goebbels, sin embargo, fue el más fiel de todos: murió con su líder.

Desde el primer capítulo (‘Año Nuevo en Berlín’) hasta el último (‘El hombre del caballo blanco’), Antony Beevor relata la estocada final de la Segunda Guerra Mundial (la batalla de Berlín), no como si se tratase de un relato histórico, sino como si fuera una novela fantástica o una crónica de guerra, con un tono por demás literario y un aliento épico. Berlín, la caída: 1945 (Barcelona, Planeta, 2017) es un libro histórico de una penetración psicológica notable, pues el autor, para reconstruir lo que fue el colofón de la guerra más destructiva de que se tenga registro hasta hoy, tiene como principal fuente de investigación las cartas y los diarios y testimonios personales de los soldados.

Si comparo a Antony Beevor con otro historiador que leí hace poco, Niall Ferguson, encuentro en éste más erudición, un manejo solvente de estadísticas y cifras, un conocimiento notable de la geografía y la geopolítica, pero en aquél hallo en definitiva más relato artístico, acaso bello. La escritura de Beevor es, pues, una obra de arte. En otro de sus libros que reseñaré en otra ocasión, El misterio de Olga Chejova, el autor conjuga un extraordinario talento literario con un trabajo exhaustivo de historiador, investigador y ensayista crítico. Berlín también hace gala de estos atributos formales y de fondo.

El libro incorpora más de diez mapas, que explican gráficamente al lector el despliegue detallado de las tropas soviéticas, aliadas y alemanas, durante las últimas semanas de la guerra. Además, anexa fotografías de las calles devastadas de Berlín, de los soldados exhaustos buscando una migaja de pan al pie de los tanques o de jóvenes imberbes con la mano extendida, haciendo el saludo hitleriano. El lector puede sentir el sonido de los camiones, el silbido de las balas y el tronar de la artillería pesada, cuando Beevor hace una transcripción literal de algunos textos del corresponsal Vasily Grossman o de algunos diaristas anónimos que registran en sus páginas el nerviosismo y la incertidumbre de esas horas terribles y decisivas.

El libro nos abre los ojos hacia la psicología de los altos dirigentes nazis, que parecían inexplicablemente cegados por un velo que no les permitió ver que desde comienzos de 1945, o desde Stalingrado, o en realidad desde las batallas de Kursk, la guerra ya estaba perdida para las potencias del Eje. Es sorprendente ver que el ser humano es un potencial destructor de sí mismo. La confrontación no fue solo un cruce furioso de fuego: la violencia inmoral, la brutalidad injustificada y el robo, no estuvieron ausentes en la guerra. Por otra parte, Beevor hace una relación detallada de las masivas violaciones que se sucedieron en casi todos los bandos: mujeres violadas por montones en las calles, en las casas, en los hospitales. El autor dice que unas 2.000.000 de alemanas, entre monjas, ancianas, mujeres maduras, muchachas y niñas, fueron ultrajadas por los soldados del Ejército Rojo, y que esta brutalidad ocasionó rupturas matrimoniales y de compromisos, abortos, suicidios y depresiones crónicas.

El relato no aborda tanto la labor de los Aliados en la batalla de Berlín, sino que se enfoca específicamente en el Ejército Rojo y la Wehrmacht, dos contrincantes irreconciliables y con un hambre insaciable de venganza. Si uno se hace la pregunta de quién fue más malo o más bestial que los demás, puede llegar a concluir que quizás el Ejército Rojo, pues sus tropas, al tomar Berlín, se entregaron no solamente a las violaciones masivas, sino también al pillaje, al robo y al alcohol y las orgías.

La narración, implícitamente, explica asimismo la gestación de la futura Guerra Fría, pues se muestra a un Stalin ávido de la toma del Instituto Káiser Guillermo y de otras instituciones académicas y científicas, para la instauración de un proyecto soviético semejante o equivalente al Proyecto Manhattan, a un Departamento de Estado estadounidense engañado por los diplomáticos soviéticos y a un Churchill receloso por la duda de si Stalin cumpliría lo acordado en Yalta. Realmente, lo único que unió a Aliados y bolcheviques fue su odio común al fascismo, porque después, Aliados y soviéticos podían ser tan enemigos entre sí como lo eran de los nazis.

Berlín sufrió el bombardeo más implacable que se haya visto hasta aquel entonces. La puerta de Brandeburgo, en los últimos días de guerra, se convirtió en un mercado negro, donde se conseguían comida y cigarrillos. Había personas viviendo en las alcantarillas, veteranos y bisoños al borde de un colapso nervioso debido a tantos años de tensión, mujeres ultrajadas por doquier, niños sollozantes, soldados mutilados cuyos muñones no habían sido vendados oportunamente, un cielo negro por el humo y rojo por el fuego resplandeciente… pero todo cobra un aliento de esperanza e incluso de belleza por el estilo narrativo de Beevor.

Al leer el libro, uno se pregunta si en esta pandemia la humanidad pasó algo semejante a una parte siquiera del sufrimiento que vivió el mundo en aquel evento. La respuesta la darán los años. Por lo pronto, con motivo de su LXXV aniversario, recordemos la batalla de Berlín para darnos cuenta de varias cosas: el ser humano puede llegar a límites insospechados de miseria o grandeza (o sencillamente no existen límites); una sociedad como la alemana pudo reconstruirse, en relativamente pocos años, de una forma total; las ideologías cerradas no nos han llevado a nada, pero la historia es infalible, y de ella aprendemos que en realidad nada ocurre porque sí. Ignacio Vera de Rada en @mundiario

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