¿Tecnofilia? ¿Tecnofobia? Una dialéctica sin sentido analizada en MUNDIARIO

El famoso fresco pompeyano de la muchacha con punzón y tablilla
El famoso fresco pompeyano de la muchacha con punzón y tablilla

Creer que una tecnología omnipotente puede sustituir a las ideas es un argumento característico de los nativos digitales. En MUNDIARIO, luces y sombras de la hipertecnología.

¿Tecnofilia? ¿Tecnofobia? Una dialéctica sin sentido analizada en MUNDIARIO

En la presentación de powerpoint de una clase que impartí en cierto curso introductorio a la interpretación textual, por generosa invitación de un profesor amigo mío, incluía una diapositiva que representaba dos escenas semejantes pero separadas por dos mil años: a la izquierda, la famosa joven del fresco de Pompeya, que, con encantadora coquetería, apoya en los labios el punzón de su tablilla; a la derecha, una muchacha contemporánea sostiene en una mano del puntero electrónico de su tableta digital, que sujeta con la otra.

Con este contraste, ante un auditorio de alumnos universitarios de primer curso (es decir, una magnífica colección de nativos digitales), buscaba yo ilustrar un punto de partida para mi exposición posterior: la hipertecnología característica de nuestro tiempo no debe hacernos perder el norte, atribuyendo a los medios técnicos una omnipotencia que de poco vale sin las ideas; y las ideas son siempre el resultado del genio humano, tan fascinante como imperfecto, y no de la exactitud, fría y matemática, de los bits.

Al fin y a la postre, llevamos millares de años haciendo lo mismo (interactuar con los soportes de la lectura y de la escritura) con medios, naturalmente, distintos. Yo comencé mi periplo pedagógico con un adminículo escriptorio que se asemejaba bastante al monitor del portátil donde tecleo estas líneas: una pizarra, negra y lisa, enmarcada dentro de un bastidor de madera, del que colgaba, atado a un cordelín, un pedacito de esponja o trapo, que hacía las veces de borrador. Curiosamente, ahora, casi medio siglo después, con un cachivache tecnológico asombroso hago lo mismo que hacía con mi pizarra y pizarrín: poner por letra ideas y reflexiones que, de otro modo, tal vez no pervivirían. Nihil novum sub sole.

Me siento privilegiado de haber sido testigo (y, profesionalmente, protagonista) de una evolución tan fascinante y no albergo el más mínimo temor de la tecnología, tantas veces denostada como una babilonia informe donde toda perversión y maldad tienen asiento.

Nunca el ser humano leyó y escribió tanto. Hágase, por favor, una pregunta: cuantas cartas escribió en la última semana y cuantas le escribieron a usted? Y ahora hágase otra: cuántos e-mails puso en la última semana y cuantos recibió? Un interrogante, misterioso y también un poco inquietante, es en qué medida una interfaz de comunicación tan poderosa, tan inmediata, tan efímera, está mudando sutilmente nuestras maneras tradicionales de pensar. A finales del siglo XX, una obra clave interpretó magistralmente los cambios que la imprenta y la cultura impresa indujeron en la civilización. Esta obra, subtitulada La construcción del hombre tipográfico, se llamaba La galaxia Gutenberg. Acaso, en el siglo XXIII om XXIV otro ensayo sistematice las señales profundas que Internet y la cultura digital dejarán en la endeble piel de la humanidad.

Por mi parte, y para no perder el norte, yo, que mantengo el vicio de las estilográficas, sigo escribiendo a mano cotidianamente y recordando que las tabletas de mi infancia, las de la Campana de Elgorriaga, eran de un chocolate tan extraordinariamente dulce y sabroso, que, con una modesta rebanada de pan, constituían una merienda inolvidable.

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