¡Les voy a hacer un hijo macho!

Bernarda.
Bernarda.
Desde Bernarda, y quién sabe cuanto tiempo antes, hasta las que fuimos jóvenes en los sesenta y setenta, que nos creíamos tan liberadas, hemos sido responsables de la sumisión a un poder. / Relato
¡Les voy a hacer un hijo macho!

Lo crucé en la calle. Pasó tan cerca que fue imposible evitar su mirada. Claramente, me reconoció. Pasaron más de veinte años y está igual. Lejos de ser un halago, es darme cuenta de que, cuando rondaba los cincuenta y tantos, tenía el mismo aspecto de sapo viejo que tiene ahora. Mi antiguo jefe.

Apenas crucé su mirada, volví a oír la frase que repetía, por uno u otro motivo todos los días: “¡Les voy a hacer un hijo macho!”.  Una amenaza a sus competidores, una advertencia a nosotros, sus súbditos, de su poder.

Algún problema en sus glándulas salivales le hacían no poder retener un gota de esa emanación en su labio inferior. Nunca tuve el respeto ni la bondad de advertirle que se limpiara. Prefería mirar hacia otro lado, concentrarme en mi trabajo.  Esa frase no era, en ese momento, más que un ingrediente de toda su personalidad detestable.

Muy lejos de mí detenerme su contenido.

Hoy, después de recordarla en cuanto lo vi, me surgió analizarla. Empecé con la sintaxis: "Les voy a hacer un hijo macho": sujeto tácito ( él), el resto, predicado. Núcleo del predicado: “voy a hacer”, “les” objeto indirecto: ¿a quienes les voy a hacer? ¿A ellos?, bueno, más bien a ellas, únicos seres posibles de engendrar un hijo. ¿Qué cosa les voy a hacer?: objeto directo, “un hijo macho”. Donde “hijo” es el núcleo y “macho” lo califica.

Se entiende, pasando a la semántica, que él les va a hacer a ellas, un hijo. Y macho. No que lo van a hacer entre dos. Se entiende que la va a forzar, o que por lo menos es él quien tiene el poder de hacerlo, sin la voluntad de la depositaria de su semen. Ese depósito lo hace poderoso. Como los perros que para mostrar quien es alfa, montan al otro. Y tan super héroe será que le hará un hijo. Y el poder supera todo límite al hacérselo macho.

Cuando lo escuchaba, hace años, no interpretaba el grado de machismo de esta premonición. Es que vivíamos en un mundo en que hasta, a veces nos hacían gracia, chistes que hoy nos pondrían los pelos de punta.

Mucho tiempo le festejé a mi novio una anécdota. Incluso se la hacía repetir porque me parecía de lo más ocurrente: Él y una banda de amigos adolescentes se juntaban en la calle para decirles piropos a las chicas. Una vez, uno o de ellos, al pasar una damisela muy llamativa, le dijo: “Señorita, señorita, ¿me lleva a dar una vuelta en culo?”

Tengo frases peores de amigos, que hemos festejado todas, y que hoy no me atrevo ni a repetirlas.

El mes pasado volví a ver, en Madrid, “La casa de Bernarda Alba”, de García Lorca. En el teatro Victoria, que demás está decir, recomiendo porque tiene actuaciones imperdibles.

Fue otra mi mirada. Esa madre prefirió anular la femineidad de sus hijas, antes de que se expresaran como mujeres, sometiéndolas al peor destino desde que les puso nombres: Angustias, Martirio, Magdalena… A tal punto de que, cuando una de ellas decidió suicidarse,  y la vio colgada,  lo único que se le ocurrió gritar es “¡Gracias a Dios, ha muerto virgen!” Tantos años de una religión y una moral que nos formaron destruyendo nuestra dignidad.

Desde Bernarda, y quién sabe cuanto tiempo antes, hasta las que fuimos jóvenes en los sesenta y setenta, que nos creíamos tan liberadas, hemos sido responsables de la sumisión a un poder, que incluso hemos ignorado, fomentado, apoyado y divertido con él. @mundiario

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