Lentejas embriagadoras

Lentejas. / Pixabay
Lentejas. / Pixabay
Supercalifragilisticoespialidoso. Mary Poppins dijo a Jane y Michael Banks: es lo que se dice cuando no se sabe qué decir. Las lentejas, si son embriagadoras, son eso y mucho más.

Se puede coger una cogorza no solo saliendo de marcha, sino en un entorno aparentemente inofensivo: preparando unas simples lentejas. Y, para muestra, un botón.

Dolores Fuertes estaba en su primer destino en la isla de la calma. Acababa de cambiarse de piso y los nuevos caseros eran personas encantadoras y solícitas. Como muestra de ello, al poco de llegar a la nueva vivienda, le habían regalado una longaniza mallorquina; algo parecido a la sobrasada, pero con forma de longaniza. Aquel día, al salir del Juzgado decidió prepararse unas lentejas “al estilo de su madre”. Una forma de preparación que implicaba aderezar las redondas legumbres con un buen chorro de vino blanco, además de cebolla frita, patata cocida finamente troceada, y jamón o chorizo. Ante la perspectiva de semejante festín, Dolores Fuertes se dirigió a la despensa muy alborozada, pero al abrirla se dio cuenta de que no había nada de carne, ni tampoco nada dentro del frigorífico, que, vacío en sus baldas, emitía gritos de desolación. Cabizbaja, Dolores Fuertes se preguntó qué hacer ante semejante despropósito culinario. Avezada en todo tipo de lides, y las lides gastronómicas no eran problemas menores, la longaniza de sus caseros comenzó a sobrevolar su mente, al tiempo que su estómago comenzaba a rugir de placer y de hambre. Sustituyendo sobre la marcha el chorizo por la longaniza, recortando la masa untable y echando alegremente sus trocitos al fuego, mientras las lentejas ablandaban durante la cocción, Dolores Fuertes decidió servirse una copita de vino blanco de una botella que acababa de empezar, acompañando tan rico caldo de una rebanada de pan mallorquín con aquel delicioso embutido untable. El proceso de cocción de las lentejas se estaba demorando más de lo previsto. Así pasó el tiempo, y, sin darse cuenta, a lo tonto a lo tonto, Dolores Fuertes ya había mediado la botella y dado buena cuenta de la longaniza; concretamente, más de la mitad. Para el momento en que las legumbres estuvieron bien cocidas y se sentó a la mesa, además de una notable sensación de repleción, tenía una cogorza importante. Ella sí que estaba cocida y bien cocida, pensaba Dolores Fuertes.

Dio dos cucharadas al plato de lentejas que, modestia aparte, le había quedado delicioso, pero no le cabía ni una cucharada más en el estómago. Era tal el estado de embriaguez que, con la botella ya casi vacía, entre lo que había vertido en la olla y lo que había ingerido directamente su garganta, no se tenía en pie, por lo que decidió tumbarse en el sofá. La televisión estaba encendida y no tenía ni fuerzas para apagarla.

- ¡Rubí…!

- ¡César Carlos…!

Escuchaba los ecos de las voces que procedían de la pequeña pantalla como si de una pesadilla se tratase, una maldición añadida por su inevitabilidad ante la práctica anulación de sus facultades intelectivas y volitivas. Se trataba de la telenovela del momento. Esa serie- en condiciones normales- la tenía fascinada, pues la actriz principal en lugar de tener la personalidad plañidera y quejumbrosa propia de los estereotipos con que solían revestir a las mujeres protagonistas, era mala. Mala como un demonio. Y eso daba mucho juego en las idas y venidas de los personajes con los que se entremezclaba, continuamente planeando su próxima maldad, dispuesta a cometer la más vil fechoría, buscando como blanco de sus objetivos a personas de buen corazón, con lo que la conexión con el espectador estaba asegurada.

Acostumbraba a ver dicha telenovela cada día y tenía por costumbre psicoanalizar a los personajes, ver sus motivaciones, pero aquel día en que su mente se estaba sumiendo en un letargo involuntario, no se sentía con fuerzas. Si lo pensaba bien, debería psicoanalizarse a sí misma; ver por qué la preparación de una comida en principio inofensiva había producido en su cuerpo resultados tan catastróficos.

Todo su ser tenía que soportar aquella embriaguez inducida por un líquido que ahora se le antojaba repugnante por las desagradables sensaciones que experimentaba en su cuerpo. Pesadez y ardor, rugido de tripas, fermentando la mezcla explosiva, y una mente quieta, por embotamiento; muy distinta de la calma mental meditativa.

Para colmo de males, había quedado con sus compañeras de destino y amigas para tomar algo y no dejaba de recibir mensajes que no podía contestar, pues no tenía fuerzas; más tarde se lo contaría y se reirían con ella por lo ocurrido. A partir de ese instante, cada vez que preparaba aquel plato de legumbres, Dolores Fuertes se cuidaba muy mucho de tener una botella de vino cerca. Por si las moscas. @mundiario

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