Es lástima... : prosperan las ideicas de los tontos arbitristas y revolvedores

Una persona mayor aprende a escribir.
Una persona mayo aprende a escribir.

Palabras de Juan de Mairena (A. Machado) abriendo un enjundioso ensayo de Manuel Menor y J. Rogero sobre la historia de la “formación del profesorado escolar”. Este es el prólogo, que avanza MUNDIARIO.

Es lástima... : prosperan las ideicas de los tontos arbitristas y revolvedores

El buen profesor suele ser tan determinante en la trayectoria educativa de  los estudiantes, que se da por sentado que el profesorado escolar es pieza esencial del éxito de todo sistema educativo. En buena lógica, por tanto, esta tesis debiera llevar a esta otra: sólo quienes tengan la formación adecuada contribuyen a enriquecerlo. La abundante reiteración de aquel principio en una legislación tan movediza como la del sistema educativo español podría, sin embargo, ser tan sólo un cliché que obedeciera al continuado reclamo de una necesidad insatisfecha. O puede que formación adecuada y buen profesor aludan a logros alcanzados, en cuyo supuesto estaríamos de oficio ante una cumplida muestra de autosatisfacción. La cuestión, por tanto, es saber en qué medida y de qué manera las sucesivas administraciones políticas de estos últimos 45 años hayan tratado de hacer realidad esa afirmación. No sólo por singular curiosidad, sino por saber más del conjunto del sistema. Si las características que deban tener profesores y maestros –incluidos los procesos de selección para ejercer docencia- han sido responsabilidad del Estado, el modo en que éste la haya desempeñado evaluará fehacientemente su grado de interés por lo que los docentes hacen.

La duda viene de las disonancias en las políticas educativas. Hoy sabemos que la sincronización entre los péndulos de dos relojes colgados del mismo soporte obedece al intercambio de ondas sonoras. Dada la habitual falta de sintonía en educación, cobra sentido averiguar con perspectiva histórica el cuidado puesto en el pasado para formar al actual profesorado escolar. En el trabajo de las aulas convive un continuum de generaciones, herederas de otras,  que conforman a su vez un cuadro inconcluso. Historiar cómo se haya pautado la formación en el pasado permitirá detectar las sonoridades que haya aportado a la profesionalidad docente que hoy exista y de qué provenga el ruidoso desacuerdo que obstaculiza el atractivo por lo sinfónico.

El hilo conductor de la secuencia que en este ensayo se muestra lo proporciona la densa legislación que ha ritmado el trabajo docente, por más que los cambios legislativos no conlleven mecanicistas transformaciones. Ya nadie suele pensar razonablemente que cualquier ley, ella sola, cambie algo sustantivo. Si por la mera legislación escolar fuera, la abnegación vocacional, tan anhelada por algunos legisladores, habría sido lograda mucho antes de los años setenta. Maestros y profesores, innovadores o no, han atendido incansables a niños y niñas que llegan todos los días a clase. Han derrochado hábitos de la mejor profesionalidad incluso en las etapas en  que se prefirió lo peor a costa de lo razonable. Y también han mostrado culturas reacias a toda innovación,  por cortedad de miras, gremiales hábitos acomodaticios o que vinieran dictadas por preciada imagen partidista antes que por convencimiento democrático. El resultado es que no es difícil observar en el sistema educativo, como en muchos otros ámbitos, subterfugios de todo tipo. Y que más allá de las leyes también está la circularidad de quién hace a quién, si el docente al sistema o si es éste el que hace al docente. Por tales motivos, hemos prestado atención, más allá de las instancias oficiales, a la voluntariedad de muchos para autoformarse individual o colectivamente. La contestación y el autodidactismo, piezas fundamentales en este proceso, han hecho más gratificante esta profesión y han contribuido a mejorarla en los sitios más insospechados. Especialmente notables en este sentido son los llamados Movimientos de Renovación Pedagógica (MRP). Confiaban en la educación como medio de transformación social y promovieron muchas experiencias atractivas y no pocas demandas sindicales, renacidas para dignificar la enseñanza.

Tómese, pues, con cautela la cronología de cada  ley principal que se mencione. En tantos años de reformas contrapuestas no se ha sabido articular un plan estable y congruente de mejora profesional continuada. La secuencia legislativa, más inclinada a los saltos alternativos que a la sostenibilidad de un proyecto compartido, es la mejor prueba. Se ha preferido la constante provisionalidad a una pactada gradualidad. No será vano, con todo, tratar de ver hasta dónde haya llegado tan prolífico corpus legal. Expresión de los empeños de nuestra sociedad, siempre arrastró fuertes paradojas entre pretender altas capacidades para unos pocos y mantener fuera de campo a una invariable  mayoría ciudadana cuando de educar a todos se trataba. Y en el margen, el continuado estribillo de una inexplicada situación agónica de cuantos han pugnado por la igualdad de trato en este terreno. 

Esta relectura puede ser de provecho para los tiempos actuales. No sólo para distinguir las voces de los ecos en un ámbito tan prejuiciado, sino porque el futuro de una enseñanza democrática pasa por no perder la memoria. Será estimulante comprobar cómo los desarrollos, estancamientos o retrocesos en educación dependen del grado de compromiso de los diversos agentes implicados. Lo logrado con la alfabetización puede servir de estímulo. Según Lorenzo Luzuriaga, la gran dificultad que tenía en 1919 el 59,35% de la población española, cuando la edad escolar alcanzaba hasta los doce años pero la laboral empezaba a los diez, era el no saber leer ni escribir[1]. Casi cien años más tarde, en que están consensuados 10-12 años de escolarización <ordinaria>, la dificultad persiste, trasladada a la cohorte de los 17 años. Con fenomenología de <fracaso escolar>, sigue siendo signo del gran desconcierto existente. No disminuyen los atrapados en la desigualdad, mientras a la escolarización le queda un largo recorrido en cuanto a qué deban saber hacer con ella profesores y maestros. Perduran del pasado intereses encontrados y subterfugios conceptuales mientras crecen los actores interesados en la educación. Un panorama turbador en que la gran cuestión es si el trabajo docente deba profesionalizarse más o  ha de acentuar empobrecedores hábitos de peonaje. 

 Las consiguientes alusiones a las metamorfosis de la sociedad española, responsable del contexto, ayudarán a entender la congruencia de lo logrado para afrontar con dignidad el presente. Eso pretende también el entreverado de las cubiertas de algunos libros nacidos en los vaivenes políticos del período. Algunos sirvieron a muchos docentes para deseducarse de lo que les habían enseñado. Todos documentan una difícil historia colectiva junto a otros registros alusivos a hechos previos a estos últimos 45 años. Porque la verdadera historia de la formación de los enseñantes españoles actuales empezó en los años que antecedieron a 1970, huérfanos de los maestros y profesores que varias generaciones debieron y no pudieron tener. Este relato también empieza antes, tratando de ver cómo muchas limitaciones de la ley del 70 procedían del denso sustrato que siguió condicionando el trabajo docente posterior.  El análisis de las reformas tecnocráticas posibilitará entender, a su vez, los logros alcanzados y, frente a los retos del presente, lentitudes y direcciones inquietantes. No todo ha sido avance y modernidad desde 1970. Después del continuismo que predominó hasta 1982, y del reformismo socialdemócrata hasta 1996, las polarizadas alternancias siguientes no han superado profundos desencuentros y regresiones. Al final, se podrá ver si, después de los últimos 45 años, en la encrucijada subsiguiente al 20-D/2015 persisten en la educación española –y en el bagaje formativo de sus docentes- componentes que remiten todavía a entusiasmos precedentes a la LGE.

¿Por qué llamamos ensayo a este estudio? Principalmente, porque no es la historia, sino tan sólo <unos> apuntes tentativos para un relato. Fuimos formados delante del crucifijo y la fotografía de rigor y, cuando sobrevino la LGE de 1970, hacía tiempo que el cancionero de Montañas nevadas no nos valía para dar sentido a una vida docente en que muchos de nuestra edad no habían podido ir a la escuela ni menos <estudiar>. Sin  suficiente distancia con lo vivido, esta mezcla de anotaciones sociopolíticas es, más que historia, otro documento de lo acontecido, especialmente en lo que atañe al último tramo. Por otro lado, el origen de estas páginas fue, hace pocos años, borrador provisional para debate entre enseñantes. A ese punto de partida siguen respondiendo básicamente. Sólo pretenden contribuir a interpretar una dura e inacabada trayectoria compartida con muchos otros maestros y profesores a quienes va dedicado.

Aproximación libre y siempre contrastable, nuestro trabajo historiográfico se sustenta básicamente en el BOE. La accesibilidad al medio de persuasión oficial, que hoy posibilita Internet, facilita comprobar  cómo se ha cultivado el confusionismo entre quienes no saben y la desmemoria de quienes no quieren saber. También, los revisionismos, equilibrios, equidistancias y mutismos supuestamente protectores. Si este intento de releer desprejuiciadamente tan apáticos silencios sonoros ayuda a otros a explicarse cómo sea en este momento el sistema educativo en España, habremos cumplido.- Manuel Menor/Julio Rogero (Madrid, diciembre de 2015).      

 

[1] Luzuriaga, L. El analfabetismo en España, 1919,  pp. 9-11. De un cómputo de 20 millones de habitantes, el analfabetismo femenino alcanzaría, según su análisis, al 65,8%.- A efectos comparativos de datos posteriores en este ensayo, ha de tenerse en cuenta no sólo el esfuerzo puesto en la escolarización, sino, además las características que esta encierre y la variable cambiante de años de obligatoriedad. Independientemente de que se cumpliera, en 1857 había quedado fijada entre los 6 y 9 años, a partir de 1909 había aumentado hasta los doce y, desde 1964, hasta los 14. Hasta 1970, iba vinculada primordialmente a las prescripciones sobre Enseñanza Primaria. Es en 1990 cuando la LOGSE la extiende hasta los 16 años.

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