Juan Ramón Díaz formó parte de una irrepetible generación viguesa de periodistas

Arriba, entre otros, Gerardo González Martín, de gafas, y riendo, Juan Ramón Díaz. Abajo, entre otros, Cerezales, ex director de Faro de Vigo; Álvaro Cunqueiro y Díaz Jácome, segundo por la derecha, padre de Juan Ramón Díaz.
Arriba, entre otros, Gerardo González Martín, de gafas y con camisa blanca, y riendo, Juan Ramón Díaz. Abajo, entre otros, Álvaro Cunqueiro; Cerezales, ex director de Faro de Vigo, y Díaz Jácome, segundo por la derecha, padre de Juan Ramón.

Perteneció a la generación de José María Signo, Segundo Mariño y José Francisco Armesto Faginas. De aquel grupo destaca Gerardo González Martín, afortunadamente con nosotros.

Juan Ramón Díaz formó parte de una irrepetible generación viguesa de periodistas

Perteneció a la generación de José María Signo, Segundo Mariño y José Francisco Armesto Faginas. De aquel grupo destaca Gerardo González Martín, afortunadamente con nosotros.

Para escribir del periodista Juan Ramón Díaz, que acaba de fallecer a los 73 años en A Coruña, he querido tomar una cierta perspectiva para dejar que los recuerdos se asienten y mi sincero pesar se amortigüe, antes de poner en fila unas cuantas palabras e intentar añadir algo a lo mucho bueno que otros han escrito.

Con la marcha de Juan Ramón siguen clareando las filas de una irrepetible generación de periodistas gallegos de los que tanto aprendimos quienes vinimos inmediatamente detrás. Esa fue la generación de José María Signo, de Segundo Mariño, de José Francisco Armesto Faginas, y del mismo Juan Ramón, entre los que se fueron, que ejercieron en Vigo. De ese grupo destaca Gerardo González Martín, afortunadamente con nosotros.

De los muchos méritos que arroja el expediente profesional de Juan Ramón sobresale el de haber dirigido el primer periódico de Galicia en una de sus más brillantes etapas, patroneando su reconversión y reforma para hacerlo el de mayor tirada en unos niveles nunca más alcanzados, además de desarrollar un sistema de ediciones muy dinámicas que era como hacer varios periódicos a la vez.

Desde la perspectiva de nuestra propia experiencia, quienes tuvimos el privilegio de formar parte de la redacción de La Voz de Galicia a lo largo de los años ochenta lucimos con orgullo el habernos enrolado en la tripulación de un periódico dinámico, donde se respiraba un clima general de libertad, frente a toda forma de presión, de lo que yo mismo podría contar sabrosas anécdotas de cómo se respaldaba al redactor frente a las presiones de quienes no gustaban lo que se escribiera, que dejo para otro día.

Pero hay un aspecto de Juan Ramón al que quiero referirme con especial afecto y cariño, su peculiar relación con sus colegas en Vigo, y su sentido del humor y de la competencia. En aquellos finales años sesenta y comienzos de los setenta, la coincidencia de una serie de brillantes periodistas en los diversos medios daba al tratamiento informativo de los temas locales un especial dinamismo y rivalidad deportiva. Juan Ramón, tras dejar Faro de Vigo, trabajaba en la Delegación de La Voz de Galicia, desde donde saltaría a mayores responsabilidades en A Coruña.

Las citas de El Eligio

Los periodistas de entonces solían reunirse en una célebre taberna, llamada El Eligio, que era eso que se llama un “mentidero local”, pues todo el mundo con algún interés y con algo que contar, del mundo de la política posible, de la empresa o la resistencia obrera o la intelectualidad pasaba por allí. Los colegas de la prensa se motejaban entre sí del modo más mordaz, pero cariñoso. A Gerardo González Martin le habían sobrepuesto El Primi por su capacidad para adelantarse a todos y presumir de sus “primicias” informativas en la radio. En el mismo tono de compadreo a Juan Ramón le llamaban El Jugadas, por sus habilidades para sacar ventaja en aquella carrera cotidiana a sus colegas de la prensa escrita.

Pero había más, sus bromas. Eran tiempos en que el periódico se tiraba mediante tejas de plomo fundido con las páginas montadas para la imprenta. De modo que era frecuente que porque un artículo fuera censurado o se decidiera levantarlo a última hora, por la razón que fuera, con la edición en prensa, no quedaba otro remedio que burilar; es decir, destruir el texto en la misma teja, y seguir la edición, de modo que cada ejemplar del periódico salía al día siguiente una inexplicable –para el lector- mancha negra de tinta donde estuviera la noticia levantada.

La historia es que un día de verano, al mediodía, se encontraron en El Eligio Juan Ramón Díaz, de La Voz de Galicia, con Segundo Mariño, entonces redactor de El Pueblo Gallego. Comentaron ambos la falta de novedades de aquel día; pero el habilidoso Juan Ramón le dijo a su colega y amigo que él había salvado la cosa con unas declaraciones de la cantante Massiel, entonces muy de moda, que se encontraba en Vigo. No era verdad.

Pero a falta de otra cosa, Mariño cayó en la trampa y corrió raudo a la redacción donde improvisó un reportaje con la citada triunfadora de Eurovisión 1968, como si él también la hubiera entrevistado.

Ya de noche, los dos amigos volvieron a encontrarse en la taberna, y Mariño le comentó a Juan Ramón que gracias a su soplo había salvado el día. Pero cuando el agradecido colega comenzó a observar la cara de su bienhechor se dio cuenta de que le había tomado el pelo… Menos mal que el edificio de El Pueblo Gallego estaba al lado, y Mariño salió corriendo para parar la edición y burilar la teja del falso reportaje, mientras Juan Ramón no paraba de reír. Estas y otras bromas orlaron su fama y, como siempre ocurre en estos casos, le atribuyeron otras apócrifas o inexistentes que se hicieron creer verdaderas. La que cuento lo fue.

Descanse en paz quien fuera un gran periodista de nuestro tiempo al que todos sus colegas apreciamos.

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