Juan Meseguer: ‘En el teatro era un placer descubrir a los espectadores vivos, frescos, espontáneos’

Juan Meseguer interpretando a Peralta en Bandolera con Marta Hazas
Juan Meseguer interpretando a Peralta en Bandolera con Marta Hazas.

Entrevista exclusiva al actor español conocido por su amplia carrera tanto teatral, televisiva y, aunque en menor medida, cinematográfica.

Juan Meseguer: ‘En el teatro era un placer descubrir a los espectadores vivos, frescos, espontáneos’

"Los vecinos nos acogían en sus casas, nos daban de desayunar, de comer, de cenar y una cama. Ésa era nuestra misión en el teatro”. Con estas palabras, Juan Meseguer, que cuenta con una prolífica trayectoria profesional a sus espaldas, evoca los recuerdos de su juventud, cuando viajaba por aldeas remotas con su compañía de teatro universitario al estilo de los nómadas comediantes del Renacimiento y del siglo de Oro, y de las misiones pedagógicas que respaldaba la II República. Años más tarde, encara su madurez artística con ilusión. Una ilusión que se le adivina cuando conversa, lúcido, con su tono sosegado y firme a un tiempo. En la actualidad, compagina la grabación La Verdad, una serie de Plano a Plano para Telecinco que el propio Meseguer tilda de “muy interesante”,con una gira de teatro: Cosas de mamá y papá. Sobre la mesa, y aunque todavía en el aire, tiene dos proyectos de teatro y uno de televisión. En estos casos, la salud profesional es la mayor garantía que un actor puede contar.

La gran apuesta de Telecinco este año en el terreno de las ficciones es La Verdad, un thriller de los creadores de la exitosa serie de El Príncipe, en la que usted interpreta a un destacado director de banco. ¿Qué puede contarme acerca de esta serie?

— Hace tiempo que pienso que el quid de una serie no está tanto en el argumento como en la perspectiva que ésta intenta ofrecer. El espectador se va a encontrar con una serie sensible, fuerte y entretenida. El argumento de La Verdad gira en torno a la desaparición de una niña, tema que ya se ha tratado en otras series, pero en ésta se propone una vuelta de tuerca tan grande que resulta muy novedoso; sobre todo en la perspectiva que se le imprime y en la forma en que se rueda, es decir, con extrema minuciosidad. Mientras no están satisfechos con el resultado no lo dan por bueno, y eso a mí me tranquiliza, y mucho. ¡Eso da una garantía! 

— ¿Cómo es su personaje en la serie?

— Mi personaje, Enrique, es un hombre fuerte y poderoso por su condición de director de banco y máximo accionista de éste. En su mano tiene un control económico relevante, lo que provoca que los sicarios y los policías lo teman y lo respeten. Es poderoso, y eso tiene sus pros y sus contras. En el momento que aparece el personaje parece que todo el mundo calla, expectante. Algunas veces se muestra colérico, pero también tiene un fondo tierno y cariñoso con su familia, y por eso me interesa. Además, es religioso y posee un sentido de la familia muy alto. 

— La Verdad se está grabando prácticamente en su totalidad fuera de plató, siguiendo el ejemplo de otras series como Sin Identidad. ¿Qué opinión le merece que en los últimos tiempos las ficciones españolas decidan prescindir casi por completo del plató?

— No tengo una valoración negativa hacia ninguno de los dos procedimientos. Yo he grabado con mucho gusto series como Isabel, Amar o Bandolera, que todo se hacía en plató. Sin embargo, este nuevo método de grabar sin plató tiene la ventaja de que no hay que construir los decorados. En La Verdad trabajamos con un plató natural, en unas naves acondicionadas del puerto de Santander, que hacen las veces de comisaría de policía y de redacción de periódico. A mí me parece muy interesante porque parece que estoy haciendo cine. 

— La Verdad estará compuesta por 16 capítulos repartidos entre dos temporadas, por lo que, como afirmaron los creadores, se conoce el final. ¿Prefiere las ficciones con finales cerrados desde el principio del proyecto o que el final esté supeditado a la respuesta de la audiencia?

— Es una buena pregunta... (Ríe, con franqueza). Pienso que las series abiertas están bien cuando son, por ejemplo, policíacas, en donde cada semana hay un caso distinto. Si no se trata de este tipo de series, prefiero las ficciones cerradas porque sabes con qué te vas a encontrar y tiene tintes más novelescos. Así, los que escriben las series no tienen opción de sacarse de la manga giros argumentales  incoherentes con la historia original. Hay veces que se convierte en un martirio para los guionistas, que no saben qué escribir ya... 

— Usted se formó en el teatro independiente y universitario, lo que casi automáticamente le lleva a uno a La Barraca de Lorca... ¿Qué recuerdos guarda de aquellos años?

— Yo hice una cosa muy parecida a lo de Lorca. Compaginaba los estudios universitarios con el teatro, y nuestro grupo hacía las campañas populares para acercar el teatro a la gente. Íbamos a pueblos perdidos donde sus habitantes no habían visto teatro nunca, al estilo de La Barraca de Lorca. Como el teatro era universitario, no cobrábamos. Los vecinos nos acogían en sus casas -ríe, de nuevo, con la verdad que se le intuye inherente a un actor-, nos daban de desayunar, de comer, de cenar y una cama. Ésa era nuestra misión en el teatro. Nunca me olvidaré de las experiencias que viví en esa época. Era un placer descubrir a los espectadores vivos, frescos, espontáneos. Disfrutaban como si se tratara de un auténtico acontecimiento.

— En su trayectoria profesional, muy ligada sobre todo al teatro, ha tenido la oportunidad de representar un centenar de obras, entre las que destacan Eloísa está debajo de un almendro de Jardiel Poncela, La noche toledana de Lope de Vega o Don Juan Tenorio de Zorrilla. ¿Cómo definiría las sensaciones que percibe cuando sube al escenario de un teatro?

— El primer día de cada representación aparecen los mismos nervios. Cuando ya dominas el texto y sabes lo que va a ocurrir en cada momento, ese miedo va diluyéndose. (En este punto guarda silencio, dos, tres segundos, valorativo) Quizá la palabra no sea miedo, sino respeto. Un respeto tremendo por el público, que te hace dar el máximo en cada representación. Al teatro cada día van a verte personas diferentes, y por eso no se merecen que repitas lo mismo que en la función anterior. Por eso hay que ofrecerles nuevos matices.

— Durante dos años, usted encarnó el papel de Álvaro de Viana en la exitosa ficción de La Señora. En la edición XIX de los Premios de la Unión de Actores, La Señora llegó con nueve nominaciones y terminó alzándose con ocho de ellas. Entre los galardonados, se encuentra usted. ¿Qué destacaría de su trabajo en esa ficción?

— Para mí, La Señora es la mejor serie que he hecho. Isabel, por ejemplo, tenía algo mágico, un rigor histórico..., pero La Señora estaba muy bien escrita. Mi amiga Virginia Yague y todos los guionistas hicieron un trabajo de gran calidad. Esta serie te enganchaba y no te dejaba respirar; me parecía prodigiosa. Nunca podré olvidarla.

— En Bandolera, el periodista Peralta, personaje que usted interpretó, pronuncia unas palabras en voz en off tras su muerte intentando describir la España del siglo XIX: “La impotencia me ahoga. Las injusticias son el pan de cada día en este rincón perdido. En realidad, lo que en Arazana acontece es común a toda la hermosa Andalucía. Tierra de gentes nobles y valientes que han visto pisoteados sus derechos y dignidades por unas autoridades vendidas a sus propios intereses, a unos jueces que sólo inclinan la testuz ante los poderosos; unos caciques que humillan a los pobres trabajadores. Si tuviera valor, si mi pasado no fuera tan vergonzante, me atrevería”. ¿Ve similitudes entre aquella España y ésta? 

— Totalmente. Peralta era un personaje tan bonito... ¡Qué pena que fuera tan breve! Cuando llegó el momento de matarlo, se lo estuvieron pensando porque habían construido un personaje precioso que tenía mucho que decir. Sólo grabé veinte capítulos, pero me sirvieron mucho. En mi opinión los siglos XIX y XXI tienen mucho que ver. La única diferencia es que la palabra vergonzante está insertada en un momento muy concreto que tiene que ver con esa época, pero, por lo demás, ¡hay tantas cosas que nos avergüenzan!... Peralta, cuando dice eso, se refiere a lo vergonzoso de su comportamiento sexual, percepción que hoy en día quizá hubiera cambiado. El problema es que la gente no se avergüenza: nuestros políticos, los poderosos... Recuerdo que cuando era pequeño, uno se enteraba de que cierta persona había estado en la cárcel y suponía una lacra. En este siglo, alguien pasa por la cárcel y la respuesta es bastante diferente... 

— ¿Considera el 21% de IVA cultural es un genocidio?

— Total (ríe). No me importa decírselo porque lo he dicho mil veces. Creo que no saben lo que han hecho, que es una especie de venganza. La razón por la cual el teatro no merece el IVA reducido es porque, según ellos, no es cultura, sino espectáculo. Es terrible. El Ministerio de Cultura considera similar el teatro y el fútbol. Cuando llegué a esta profesión, las compañías se iban de gira. Podían irse cuatro días a un sitio, tres a otro, cinco a otro... Ahora vas dos veces al mes, porque los empresarios no pueden afrontar las giras. Hemos vuelto al teatro por horas, algo que se puso de moda a finales del siglo XIX y a principios del XX. Es un genocidio. Una putada.  

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