Los jóvenes se bajan cientos de canciones pero ignoran el álbum Blanco de los Beatles

The Beatles.
The Beatles.

Jamás hubo tanta música (y vídeos) a uno solo clic. Legal o pirata. No obstante, toda esta abundancia, lejos de crear un mayor conocimiento y criterio, deriva en todo el contrario.

Los jóvenes se bajan cientos de canciones pero ignoran el álbum Blanco de los Beatles

Jamás hubo tanta música a uno solo clic. Legal o pirata. No obstante, toda esta abundancia, lejos de crear un mayor conocimiento y criterio, deriva en todo el contrario: en despiste general de los jóvenes. Por exceso de oferta. Por incapacidad de digerir todo lo que las nuevas tecnologías ponen tan fácilmente al alcance.

Cualquiera puede descargarse discografías completas de los grandes artistas del pop y del rock (con tomas alternativas y descartes incluidos); y acceder a las actuaciones —vía Youtube— de los mejores conciertos del siglo XX. Todo en segundos o minutos. Un fenómeno impensable hace solo una década.

LA GENERACIÓN “PERDIDA” DE LOS VINILOS

Yo soy de la generación de cuando los discos de vinilo que uno deseaba había que pedirlos de importación. Desde Lugo, en los ochenta, íbamos por ejemplo hasta el Portobello de Jaime Manso, en la rúa Ciega de A Coruña: él viajaba una vez al mes a Londres a cumplir nuestros encargos. En nuestra ciudad, solo Discos Ocarina conseguía algo de material. Los vídeos eran otro mundo: dificilísimos de encontrar (yo los pedía a una importadora de Valencia que se llamaba Discover).

En fin. Todo eran obstáculos y productos muchas veces muy caros. Hoy todo es muy fácil. Y barato. Demasiado fácil. Porque esto no ha derivado en un mayor conocimiento de la música. La gente joven tiene lagunas enormes que tanta descarga no hace más que agrandar.

DESCUBRIR LA MÚSICA EN DOSIS

Conservo todos aquellos vinilos. Varios cientos. Últimamente los escucho bastante. Sobre todo desde que he rearmado mi viejo equipo Sanyo 3510 de comienzos de los ochenta: pletina, ampli cuadrafónico, sintonizador, temporizador y giradiscos.

“Papá, mis amigos no saben el que es un vinilo”, me dice mi hijo de once años. Es normal, le contesto, no tendrán en casa. Él ya maneja esas negras esferas que su padre tanto ha puesto a girar. Y anda a descubrir, bajo la delicadeza de la aguja, y en dosis, el rock profundo de la Creedence Clearwater Revival, o los diseños de las portadas de los Beatles: sabiendo por qué una es toda blanca, otra toda barroca, o en otra, la última, salen los cuatro en fotos separadas... Después buscamos letras por internet, y ahí sí completamos lo orgánico con lo digital.

Los niños y chicos y chicas que empiezan a escuchar música necesitan, como cualquier ser humano que se acerque a una nueva expresión cultural, de una guía o tamiz mínimos para ir digiriendo la novedad, y luego descubrir ya ellos libremente. Esa guía no existe hoy, anulada por esa masa ingente de descargas a mansalva.

Los adolescentes no saben el origen de las canciones que escuchan: la biografía de las composiciones (por ejemplo: fecha de grabación, músicos que participan, con que otras se grabó la canción que a mí me gusta, etc. Todo lo que permite, en fin, comprenderlas y disfrutarlas). Sin esto, el empobrecimiento de la afición por la música es grande. El exceso, la facilidad de hoy, no garantizan nada. No sé si este leve resurgir de los discos de vinilo, tipo moda vintage, podrá con la confusión digital…

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