Javier Puig analiza los entresijos del libro Absurdo literal, de Luis Calero

Absurdo literal, de Luis Calero.
Absurdo literal, de Luis Calero.

Según el crítico Javier Puig, el humor de un libro como Absurdo literal se fundamenta en el desvelamiento del absurdo que el mundo oculta bajo sus convincentes ropajes.

Javier Puig analiza los entresijos del libro Absurdo literal, de Luis Calero

Según el crítico Javier Puig, el humor de un libro como Absurdo literal se fundamenta en el desvelamiento del absurdo que el mundo oculta bajo sus convincentes ropajes.

Como en otros medios, el crítico Javier Puig analiza para MUNDIARIO los entresijos del libro de juegos lingüísticos, escrito por el  filósofo Luis Calero y publicado por Neopàtria. Sin duda, este Absurdo literal es uno de los libros más heterodoxos que se han publicado este año, pues se caracteriza por una complejidad irónica que hace del humor una expresión literaria y de denuncia. Describe así, Javier Puig este ejercicio literario con su habitual sutilidad:

 "Absurdo literal es un libro divertido, un libro de humor, que está compuesto de expresiones que nos conducen a lo inesperado, a lo chocante, a una lógica, en un principio, inadvertida. Su humor no es chocarrero, no se apoya en palabras o en frases que de por sí causan una hilaridad vacía sino que se fundamenta en unas reglas propias, en un juego cuyo reglamento su autor no se permite transgredir. El punto de origen es el amor a la palabra, al diccionario, el gusto por lograr una definición. Aunque leído el libro con una estricta mirada, uno diría que comete una pormenorizada traición. Las significaciones nuevas que encontramos no nos servirán para entendernos con un renovado uso de esas palabras, sino para participar en un juego; y jugar es entrar en un universo paralelo, un mundo que no tiene por qué responder ante los tribunales de lo correcto y que conecta solo puntualmente con la persistencia de la inicua realidad.

Lo que propone Luis Calero es que encontremos la gracia de cada definición, que está en su resultado pero también en averiguar su proceso creativo. A veces, el modo en que se ha diseccionado la palabra, más el ocasional barniz de su significado original, resulta bastante obvio; pero, en otras ocasiones, es más complejo y, esos pocos segundos en que tardamos en averiguarlo, nos origina una sospecha de ilicitud, de relajación en el procedimiento, que finalmente nunca se confirma. Porque Calero nunca hace trampas. Quienes sí las hacemos somos los que nos proponemos adivinar la extracción del nuevo significado y, perezosos ante su renovada dificultad, pasamos directamente a la propuesta fijada.

La base del buen humor es la seriedad. Aquí, el golpe de efecto se apoya en un formato que imita fielmente el lenguaje encorsetado de un diccionario. El dicho jocoso siempre es una derivación de un decir preceptivo. Si no estuviéramos atentos a su condición absurda, y si no conociéramos la palabra propuesta, podríamos pasar por alto lo disparatado del significado, tragárnoslo con la salsa de su formalismo.

Hace unos días, en el programa de Millennium, de La 2, se hablaba del poder de las palabras. Uno de los contertulios hizo ver lo curioso que es enfrentarse a los tan particulares términos del español que los latinoamericanos a veces utilizan. Son palabras nuevas, que un peninsular nunca ha oído antes, pero que, curiosamente, casi siempre entiende. El proceso es desgranar su composición, detectar el parentesco, descubrir el camino de su lógica. En Absurdo literal hay una labor de invención, pero no de palabras sino de significados. Si a un extranjero le propusiéramos estas significaciones inauditas, si le avisáramos del peligro de confusión, adoptaría las nuevas acepciones con tal de no patinar, como cuando a un argentino ya no le decimos que queremos coger a su mujer, porque estamos advertidos del significado sexual que tiene allí esa palabra. Hay palabras de este diccionario que serían muy lógicas si lo extravagante fuese algo pertinente en este mundo, como zaragatear (andar a cuatro patas por los almacenes Zara).

Una de las condiciones de un diccionario aceptable es su estricta objetividad, su aspiración a suprimir cualquier atisbo de partidista humanidad en los significados, de tal modo que nadie pueda apropiarse, utilizar las palabras para su propio interés y que cualquier usuario del idioma se vea obligado a combinarlas, a reintentar innumerables frases para expresar una significación ajustada. No obstante, comprobamos que esta es una pretensión que no se consigue del todo o que resulta polémica; así, por ejemplo en el DRAE, la cuestionada acepción de gitano y la de algunos términos que aún conservan connotaciones sexistas, que recogen el decir popular más reaccionario. El objetivo de Luis Calero es, por el contrario, alejarse de la objetividad, de las definiciones consensuadas, y tomar la lógica del disparate como guía principal. Aunque, tras el corsé de las formas seguidas, el autor, de vez en cuando, deja de morderse los labios, y aparece en escena. Detrás de cada entrada, vive ese personaje latente, agazapado, que, cuando asoma la cabeza, irrumpe en la risible solemnidad, suspende la pose neutral y se expresa a sí mismo; unas veces sucintamente, incurriendo en una breve exposición sentimental de su propia biografía; y otras, desatado, hasta culminar un discurso irrebatible, imponiendo el papel denunciante que hay en él, el indignado que se enciende con la mera conciencia de la desfachatez y la injusticia. Leyendo este libro, uno se preguntaría si tal vez fuera necesario desdecirse de vez en cuando; retornar al inicio de las palabras y desarmarlas de su huera fastuosidad, dotarlas de una significación nueva, descontaminada de malentendidos y de lugares comunes.

El humor es una forma de defenderse de la pesadez, es una mirada que revierte la circunspección en desenfado. El que se prodiga en este libro es de origen intelectual, aunque su desbarrada apariencia contravenga lo esperado. Su origen es una cavilación distante de la naturalidad que, sin embargo, termina descarrilada de sus presupuestos sensatos. Muchas veces, el humor se fundamenta en el desvelamiento del absurdo que el mundo oculta bajo sus convincentes ropajes, pero aquí lo absurdo se busca en un paralelismo que acaba siendo reflejo posible, despojamiento de las convenciones, emergencia de una nueva obviedad. Los significados de este diccionario actúan como pruebas de otras posibilidades, como afrentas a un orden que habitualmente nos sirve, al que no renunciamos, hacia el que reconocemos cierta servidumbre y le reprochamos muchas carencias que nos obligan a un esfuerzo infinito. Lo que se nos presenta es una lúdica falta de respeto a unas palabras que nos son queridas porque nos ayudan a significarnos; lo que se nos ofrece es una disipación de su gravedad por breves y reparadores instantes, en un atrevimiento que desactiva el miedo a lo incorrecto. Completan el libro las ilustraciones de Kike Payá. Su humor diáfano, inmediato, contrasta con la complejidad de las palabras y nos ofrece lo grotesco en unas caricaturas acertadas en su composición, en su cometido de imaginación libre y a la vez ajustada.

Las creaciones humorísticas suelen estar relegadas a un segundo plano en las valoraciones artísticas. En las clasificaciones de las mejores películas de la historia, apenas asoman a los primeros puestos las comedias. Si alguna figura en ellas es porque está indisolublemente unida a un digno sentimentalismo, y en algunos casos añade una crítica social o política (como en Chaplin) o están fusionadas con la intelectualidad y la amargura (lo que ocurre con Woody Allen). Entre las consideradas las más grandes obras de la literatura, hay que irse al Siglo de Oro para encontrar obras que tengan por importante objetivo hacernos reír y se consideren capitales. Absurdo literal, por su propia vocación humorística, por su apartada singularidad, nunca alcanzará la valoración pertinente, pero, en el periplo obsesivo del lector consumado, siempre resulta revitalizadora la alternancia entre los géneros. Al menos, eso es lo que me sucede a mí. Por ello he agradecido esta lectura que ha hecho que me riera solo – con el consiguiente peligro de perder, en mis trayectos ferroviarios, mi imagen de lector serio -. Absurdo literal contiene un humor muy bien enraizado y, además, es un excelente juego para la inteligencia, un filosófico cuestionamiento de ciertas obviedades. ¿Qué más se le puede pedir?".

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