Cuando la Pantoja llegó a nuestros corazones y Jorge Javier no estuvo a la altura

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Jorge Javier Vázquez, presentador de Sálvame. / El Confidencial

Una vanidad rancia y aburrida deja tocado a un Jorge Javier Vázquez que no supo recoger el guante de una Pantoja sufriente y entregada a Sálvame.

Cuando la Pantoja llegó a nuestros corazones y Jorge Javier no estuvo a la altura

El pasado viernes hubo un antes y un después en la historia de la televisión en este país. Bueno, no fue solo eso. Hubo un antes y un después en el eterno debate sobre qué es exactamente la posmodernidad. La Pantoja, con un tono desesperado y sufriente, declaró más o menos que prefería que su hija estuviese en un reality antes que en la calle, donde no podía controlarla. Ni Habermas, ni Baumann podrían haber definido mejor nuestra coyuntura.

Me gustó la Pantoja.

Su tono sincero, su tono de sufriente madonna que llora por la incapacidad para controlar la vida privada y pública de sus vástagos. Me gustó la Pantoja por su generosidad y su humilde postración a la hora de darle a Sálvame y a Telecinco una hora y media de puro confesionalismo, un momento inédito de consagración mariana donde una madre pide piedad, respeto y comprensión ante un dolor incurable.

Y me emocionó en algún momento que otro. Y logré sobrevivir a ese derroche de aflicción con el que concluyó su llamada, un flujo de tibio llanto que se cortó de repente al otro lado del auricular.

En uno de esos momentos épicos que tuvo su discurso, solicitó con vehemencia que Jorge Javier le pidiese perdón por una serie de comentarios que el presentador de Sálvame había volcado sobre ella tras una intervención de la artista en el programa de Pablo Motos. Carlota Corredera, con móvil en mano, asistía impávida a su glorioso momento como presentadora, un momento mayor que si hubiese dado cobertura al 11-S o al asesinato de Kennedy.

Muchos esperamos que Jorge Javier hubiese cerrado el círculo en el Deluxe del sábado, que se hubiese tragado el orgullo y le hubiese dado a la Pantoja el alivio y el bálsamo que necesitaba como madre. Pero Jorge Javier no fue generoso. Jorge Javier no fue consciente de que Sálvame es más grande ahora, después de que la Pantoja interviniese en el programa que él presenta y le ha hecho, no solo famoso, sino transcendental.

No supo ser un dios benévolo. Se comportó como Dios en el Antiguo Testamento. Fue rancio, aburrido, monótono en una intervención que todos esperábamos que hubiese sido conciliadora, simpática y llena de ese histrionismo que busca la complicidad para olvidar el mal rollo.

Jorge Javier no fue humilde. Porque Jorge Javier fue incapaz de ver que él le debe mucho a la Pantoja desde el Tomate. Quizá, todo. Su tono altanero, su mirada fija y llena de agnóstica indiferencia me resultaron no solo molestas, sino que me enojaron.

No supo darle brío al mayor de los espectáculos que, sin ánimo de lucro, le había regalado la tonadillera a Telecinco. Jorge Javier se llenó de caspa y su lenguaje estuvo marcado por la altivez de quien sabe que puede herir un poco más a quien muestra desvalimiento e incapacidad. Me pareció retrógrado, uno de esos niños pijos de colegio británico al que Dickens nunca hubiese dedicado una novela. Ni siquiera unas líneas. No hubo épica en su discurso.

Pero eso ha hecho que la Pantoja sea más grande, que le dedique este tiempo en mi artículo. Porque ella fue madre en su intervención y habló por la boca de miles de madres desesperadas que no saben cómo reconducir la vida de sus hijos adolescentes, cabras locas que viven en su Eurodisney particular y morbosamente consumista. Sin embargo, la Pantoja fue el icono de la posmodernidad, su ejemplo sociológico, pero investido de un aura de desesperada acritud ante un mundo que no entiende.

Pero no sé quién fue Jorge Javier. En serio. No lo sé. Empiezo a dudar de que sea alguien real. Alguien verdaderamente humano.

Espero que mi decepción y la de otros muchos no se convierta en hastío y me dé por cambiar de canal cuando aparezca él. O su simulacro.

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