Ir a un concierto de A-ha es más que asistir a un buen espectáculo

A-ha.
A-ha.

A-ha han sido y son para mí mucho más que una banda de pop-rock en el transcurso de una vida, tan anónima e indiferente como la de cualquier otro fan, de los veinte mil espectadores que se encontraban el sábado en el London O2 Arena.

Ir a un concierto de A-ha es más que asistir a un buen espectáculo

Los gustos musicales cambian y es raro encontrar ejemplos de música que conviva con varias generaciones de una misma familia.

A-ha han sido y son para mí mucho más que una banda de pop-rock en el transcurso de una vida, tan anónima e indiferente como la de cualquier otro fan, de los veinte mil espectadores que se encontraban el sábado 26 de marzo en el London O2 Arena.

Tenía solo quince años recién cumplidos cuando la persona a la que más quería se fue para siempre. Esos días previos a la Navidad del 85, recuerdo, y muy bien, la primera vez que vi su video clip “Take on me”. Yo quería que me sucediese lo mismo, supongo que como a millones de fans por todo el mundo. Quería ser aquella chica perdida, transportada a un mundo animado de dibujos. A fin de cuentas aquella realidad de buenos y malos jamás podría ser peor que el sufrimiento que me rodeaba.

Nunca fui una fan desatada, ni una groupie poseída, ni siquiera llevaba su foto en mi carpeta del colegio. Todo lo que yo tenía por aquel entonces, era un casete negro muy usado, regalo de un primer novio.

Aquel casete negro acabó por romperse, al igual que mi corazón, de tanto poner el primer corte de la cara b, “The sun always shines on tv”. Ya me había empeñado a los quince  años en que el sol saliera a toda costa y confiaba en que así sería.

Su música me ha acompañado a lo largo de los años de forma casi involuntaria, ya que no compré ninguno de sus discos hasta pasados los treinta. Fueron años complicados y mis prioridades eran otras. Jamás pude asistir a ninguno de sus conciertos y tuve que conformarme con desgastar los Cd’s recopilatorios y enseñar a mis alumnos las letras de canciones como “Crying in the rain”.

Pero el sol acabó por salir. Y me hice mayor. Y por una de esas circunstancias casi mágicas,  me he encontrado a los cuarenta y cinco años delante de ellos, en un lugar único como es Londres. Esa  increíble ciudad que los vio crecer como músicos y en donde desde principios de los años ochenta se esforzaban en conseguir el lanzamiento de su primer título.

Ir a un concierto de A-ha es más que asistir a un buen espectáculo musical. Ir a un concierto de A-ha en Londres es respirar el ambiente de sus inicios, es vivirlos en su esencia.

En el público no solo hay mujeres como muchos creen, y aunque el charme de Morten Harket es innegable incluso a sus cincuenta y seis años, el éxito de A-ha se extiende a familias enteras desde las hijas hasta las abuelas, incluidos los maridos.

Su popularidad y su gancho se deben a todos y cada uno de los miembros de su equipo, incluso los que trabajan en la sombra como el batería Karl Oluf Wennerberg. Si tuviera que elegir un adjetivo diría que Magne Furuholmen es el engranaje y la gracia,  Paul Gamst Waaktaar es el genio y Morten Harket el alma y la imagen.

Cuando vas a ver un concierto de A-ha no solo vas a escuchar a unos buenos músicos, también vas a presenciar una puesta en escena impecable, una excelente fotografía, una estética cuidada y actual. Una representación del arte con su particular toque noruego. Vas a ver sobre el escenario a unos señores que llevan muchos años llenando estadios, incluido el de Maracaná en Rio de Janeiro, con una discreción y una elegancia admirable y con un estilo único e inconfundible.

Saben como pocos, desempolvar los viejos videos que todos tenemos en la retina, actualizarlos de forma magistral, adaptarlos a los medios actuales con mucha destreza y una sutileza casi perfecta.

Pero lo mejor, lo excepcional, lo verdaderamente conmovedor, es comprobar que toda la gente que te rodean están en el mismo estado de catarsis que tú; que hay cientos de personas con lágrimas en los ojos de felicidad, porque están recorriendo de puntillas los últimos treinta años de sus vidas.

Que están echando un vistazo, gracias a sus canciones, al álbum de fotos familiar, a las penas y las alegrías de un pasado en común con ellos, con su música y su propia evolución personal.

Con ellos estas compartiendo unos momentos inolvidables, unos minutos de emoción y de alegría, para disfrutar en familia de la misma velada que disfrutarías con tus amigos de la adolescencia, los que como tú también han cambiado, pero que siguen estando ahí, fieles a tus recuerdos. 

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