¿Por qué hoy es tan frecuente el afán de contarlo todo?

La necesidad de contarlo todo. / Mujerpandora.com
La necesidad de contarlo todo. / Mujerpandora.com

Con el añadido de pavonearse públicamente de lo que hacemos, pensamos, vivimos, comemos,...

¿Por qué hoy es tan frecuente el afán de contarlo todo?

Es muy conocido el hecho atribuido a Luis Miguel Dominguín, tras una fogosa noche con Ava Gadner: según se contó, a primera hora de la mañana salió corriendo del hotel y, al preguntarle el recepcionista a dónde iba con tanta prisa, él contestó: “¡A dónde voy a ir, a contarlo!

Es un ejemplo de lo que sigue siendo tan frecuente: disfrutamos más contando lo que nos ha pasado, que con lo sucedido. Es como si fuéramos productores de situaciones, con el único propósito de darlas a conocer.

En la época del “desarrollismo”, los venidos a más colgaban en la ventana el jamón recién comprado –que permanecía en la alcayata, hasta que las moscas encontraban el hueso–, para envidia de los vecinos menos pudientes del patio.

Después de tantos años sigue vigente ese deseo de contar a los demás –y digo a los demás en el sentido de amigos-amigos, “amigos” de las redes sociales y público– lo que hemos hecho, comido, vivido, besado, visto, amado, comprado, viajado, bebido, divertido, llorado,..  y pongan ustedes el punto final  cuando quieran.

En los encuentros casuales en la calle, al entrar en el portal de casa o al llegar al trabajo, sobre todo los lunes, te enseñan lo que han comprado “tan mono” y, siempre, tan barato; las fotos de “la” fiesta, para que tú preguntas "¿qué fiesta?", y tengan ocasión de contártelo con detalle; te ponen delante la foto para que veas el modelito que llevaba, detallan que estaba fulano, mengana y “todo el mundo”, y tú preguntas "¿quién?"–, y te lo dicen; en la barra del bar de copas o durante el desayuno te endilgan con toda clase de detalles el ligue del fin de semana; a la hora del café, las abuelas –también algunos abuelos, por favor– enseñan muy orondas las fotos de la fiesta de cumpleaños del nieto y sus amiguitos, los regalos que le hicieron, la piñata, la tarta con sus velas y, ¡cómo no!, la actuación del payaso que animó la fiesta.

Lo de los whatsapp y las redes sociales, es un exceso porque la gente te pone las fotos del fin de semana, de dónde comió, la fuente de percebes –muy cerca para que se vean muy grandes–, lo enamorados que están el día del aniversario, unos “pensamientos” repetidos hasta la saciedad, un selfie junto a personas que no conoces de nada, y tantas otras cosas íntimas  que deberían quedar en la intimidad de cada cual, por un elemental sentido del pudor, la prudencia, la mesura y el comedimiento.

Nos reiremos de lo dicho hasta aquí, reconoceremos que hemos incurrido, incurrimos y seguiremos incurriendo en el afán de alardear, jactarnos y  pavonearnos públicamente de cosas triviales, pero también de nuestra vida privada. ¿Por qué? @mundiario

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