La hipocresía que enmascara a los mediocres

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Máscara. / Gerd Altmann. / Pixabay
En muchos idiomas, incluido el español, un hipócrita es alguien que esconde sus intenciones y verdadera personalidad.
La hipocresía que enmascara a los mediocres

Con tanta hipocresía por doquier, la transparencia y la sinceridad son las grandes incomprendidas. Según la Wikipedia, la hipocresía puede venir del deseo de esconder de los demás motivos reales o sentimientos. En muchos idiomas, incluido el español, un hipócrita es alguien que esconde sus intenciones y verdadera personalidad. No digan pues que aún no siendo franceses o británicos no somos hipócritas. Lo digo sin ánimo de ofender. Y como muchos de nuestros hábitos y estigmas culturales tienen sus ancestros en la religión, cómo no, la católica, apostólica y romana. No digo con ello, que todos los hipócritas en la España del siglo XXI sean católicos. Lo que sostengo es que el fariseísmo es el orígen de los hipócritas en nuestra tradición católica.

Hay un versículo de uno de los apóstoles que venía a decir algo así:

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque devoráis las casas de las viudas, aun cuando por pretexto hacéis largas oraciones; por eso recibiréis mayor condenación. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros.”

La hipocresía ha recorrido nuestra historia durante más de dos mil años. Pese a tan largo viaje, parece que sigue más vivo que nunca. Si acaso con otras connotaciones y entornos. El autor británico de “Un mundo feliz”, Aldous Huxley, decía que la “hipocresía, además de ser el homenaje que el vicio rinde a la virtud, es también uno de los artificios de que se vale el vicio para hacerse más interesante.”

Nunca antes desde el final de la Guerra Civil española (1939) se está viviendo una crispación tan aguda que pone en peligro la continuidad de la pacífica Democracia. A los ruidos de sables de unos jubilados militares se les añade la leña de todos aquellos políticos que arropados con el fariseísmo y la hipocresía son capaces de mantener una idea, y como los hermanos Marx, cambiarla acto seguido con toda naturalidad sin sonrojo.

Y es que a falta de una ética, una moral y una escala de valores, perdidos por el deterioro y la tolerancia de los abusos, en la hipocresía se escuda todo aquel que quiere hacer valer su relato aún a costa de contradecirse. La plaga de la hipocresía ha dejado de serlo por una localización puntual en algunos sectores de la sociedad. Se ha erigido en otra pandemia que afecta y arrastra a la clase política, a los poderes públicos, instituciones, pero también a la prensa, los tertulianos, las encuestas, empresarios, sindicalistas, eméritos, la santa madre Iglesia, hasta los VIPs y celebrities.

Con este panorama, pretendemos impartir doctrina estricta e imponer nuestro pensamiento como una máxima superior respecto al ajeno, como hacían los fariseos que conocían las leyes y eran los encargados de instruir a la plebe en las plazas públicas. Hoy en día, en plena era ecodigital y de redes sociales, el fariseísmo se ha apoderado de lo que antes llamaban “el cuarto poder”. Todo vale, según la óptica de algunos editores de medios audiovisuales, impresos y digitales, por arañar un puñado de subvenciones. ¿Alguno cree de verdad que dependiendo de ayudas públicas se puede ser lo suficientemente honrado y estricto a la objetividad? Esto en cuanto a la prensa. En cuanto a los actores públicos, ¿alguien piensa que los supuestos instigadores de la convivencia pública por el bien de España, a los que cuestionan hasta los mismos socios del gobierno socio-comunista o nacionalcomunista, son fieles a sus ideas, a sus principios, a sus códigos éticos o incluso a sus programas? Estos cambian a conveniencia y a golpe de pito.

Así parecer así es nuestra moral católica frente a la moral protestante, calvinista o luterana. “Los principios son estos y si no te gustan tengo otros”. Como dice el autor de la obra <<La Moral Inmoral>>, esta falta de valores se ha apoderado de prácticamente todos los órdenes de la vida infectando a las instancias supuestamente más ejemplares de la sociedad. La falta de excelencia ética es el aditivo principal en el pastel moralista de esta España que mira más al pasado que al futuro.

Tanto fingimiento, simulación, deslealtad a los propios fueros, falta de neutralidad institucional parece no intranquilizar a los poderes públicos, diezmando la función de control y transparencia de todas esas jerarquías que entre todos pagamos. No estamos afirmando que haya que  auscultar toda mínima iniciativa pero sí a todas esos estamentos públicos que viven de los presupuestos generales del Estado, y que sin embargo, se han vuelto opacos al control del interés público con el riesgo fundado y probado en sucesivas ocasiones de desvío a fines poco legales.

Pero donde más nos cebamos a conciencia es en los engendros mediocres. Dicen que la hipocresía es la máscara de los mediocres. De “la generación mejor preparada” a la generación más defenestrada por el establishment. A las más altas tasas de fracaso escolar de Europa, suspenso flagrante en el informe Pisa, se le une el paro juvenil más galopante de la Unión, junto a la jubilación forzosa del talento que rebase los 50 años engrosando las filas de la cuarta edad. Destacar por un poco de talento nunca ha sido una virtud católica que se cultive, al contrario, la envidia ha acabado con tanta supuesta falsa aptitud. Ser mediocre para no sufrir escarnios de quienes detentan el poder en la empresa, la política o los órganos de gobierno y cuyo único mérito aportado ha sido el enchufismo irreverente de aquellos tiempos que tanto queremos desenterrar por imposición de una desmemoria histórica. En este país “se triunfa” no por méritos propios, sino como buenos fariseos, por ser amigo o novia de. Y para encubrir tanta mediocridad hipócrita, abrimos en su día el debate semántico del género de las palabras sin haberse aún cerrado. Malgastamos ríos de tinta en la corrección semántica política, aún cuando en la calle nadie debate con tanto género. Encubrir las penurias integrales, intelectuales, dogmáticas, académicas, semánticas y hasta moralistas no salda tanto déficit. Mejor nos iría, si nos vacunaran contra toda esa hipocresía social, cuya pandemia no tiene visos de caducar, porque ya ni la publicidad, ni la medicación, el sexo o el entretenimiento surten efecto, como diría Huxley. @mundiario

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