"Hace de hablar como en testamento, cuantas menos palabras, menos pleitos", dice un viejo refrán español
Pero, la sabiduría de dichos y refranes no está de moda, a la vista de la locuacidad y verborrea vacua que se observa en determinados ámbitos.
Redes sociales y medios convencionales de comunicación propician el intercambio de opiniones y nos inducen a participar.
El resultado puede ser enriquecedor, pues el acceso a la información sitúa en igualdad de condiciones. Cualquier ciudadano del mundo, científicos, profesionales de ámbitos diversos y políticos, entre otros, ponen sus opiniones a disposición del universo y conocen las ajenas. Pero la selección de los mensajes es imprescindible, dada la variada fauna de opinadores.
Una modalidad de opinadores la constituyen los ambiguos, quienes, de forma deliberada, con sus palabras no definen claramente sus actitudes y opiniones para poder atribuirse la razón en cualquier momento.
Los “piuma al vento”, seres volubles y fácilmente influenciables por lo que ven u oyen, acomodaticios a las circunstancias; en resumen, no se consideran esclavos de sus palabras.
Para mi gusto, los comunicadores más virtuosos son los que hablan poco y escuchan mucho; porque oír, oímos todos, pero escuchar es otra cosa
Aparentemente hábiles son los retardados, que esperan sagazmente la opinión de los demás para escoger la opción más adecuada en cada momento.
La modalidad de los “ya lo decía yo” o “se veía venir”, la constituyen los que, careciendo de opinión, quieren aparentar tenerla.
Son muy frecuentes los que hablan mucho y escuchan poco, conocidos también como bustos parlantes. Suelen utilizar como herramientas el interrumpir al interlocutor y elevar la voz de forma desabrida, con la errónea pretensión de mostrar más y mejor razón. Generalmente se muestran eruditos y poseedores de las fuentes de información más veraces, cualquiera que sea el tema de conversación. Son los destinatarios naturales de refranes como “quien más habla más yerra” y “hablar poco, pero mal, ya es mucho hablar”.
Para mi gusto, los comunicadores más virtuosos son los que hablan poco y escuchan mucho; porque oír, oímos todos, pero escuchar es otra cosa: prestar atención a lo que se oye. Ellos hacen bueno el refrán “hablen cartas y callen barbas” y siguen el consejo de Gracián, “hace de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos”. Me gustan los entrevistadores que utilizan el silencio para que su entrevistado siga hablando.
Es un axioma que, para saber hablar, hay que saber escuchar.