La Habana y Miami, tan cerca y tan lejos

Skyline de Miami, en Florida (EE UU). / Happywall
Skyline de Miami, en Florida (EE UU). / Happywall

La Habana y Miami: sólo las separan, o las unen, 228 millas marinas (369 kilómetros), menos de la mitad de la distancia existente entre La Habana y Santiago de Cuba. Pero muchas otras cosas las alejan todavía.

La Habana y Miami, tan cerca y tan lejos

La Habana y Miami: sólo las separan, o las unen, 228 millas marinas (369 kilómetros), menos de la mitad de la distancia existente entre La Habana y Santiago de Cuba. Pero muchas otras cosas las alejan todavía.

Un babalao Yoruba, de los capaces de predecir el futuro, afirmaría que están condenadas a entenderse, pero seguramente no se atrevería a pronosticar cuándo. Son dos urbes que se atraen y se rechazan, con mucho en común, pero también muy distintas.

Ambas ciudades están unidas, en primer lugar, por su población. En Miami, el 70% de sus habitantes son latinos -o hispanos-, con un claro predominio cubano: el 34% del total. Si contamos el “Gran Miami” con su área de influencia, esto debe equivaler a más de un millón de cubanos. Miami es la ciudad del mundo con más residentes nacidos en otro lugar. Y, como consecuencia, Miami y La Habana se parecen también en el uso del español, lengua oficial en el condado. Lo habla el 70%, frente al 25% que usa el inglés.

A ambas ciudades las separan, claro, las opiniones de sus habitantes sobre la revolución cubana. Los cubanos de Miami, condenan el régimen fundado por Fidel Castro, aunque con distinta intensidad según la generación de inmigrantes a la que pertenezcan. Después de la revolución, más de 400 mil cubanos, sobre todo de clase media y alta, se instalaron en Miami. Esta primera oleada, furibundamente anticastrista, no dudaría en hundir la isla en el mar si con ello consiguieran ahogar a los revolucionarios barbudos Después llegaron otros 150 mil, de sectores más humildes, que abandonaron Cuba en 1980 con el éxodo del Mariel; y otro número indeterminado, pero nada pequeño, que emigró durante la “crisis de los balseros”, allá por 1994. Estas generaciones más jóvenes se acercan más a la política que promovió Obama, favorable a ampliar las relaciones con la isla, que a la de Trump, de “apretar las tuercas” as usual. Pero bueno, también en La Habana hay de todo: aunque la mayoría de la población opta por mantener una buena relación con sus vecinos del Norte, algunos ultra-revolucionarios no sabrían vivir sin ese enfrentamiento con el que han justificado tantas cosas; entre ellas, el incuestionable mal manejo económico.

A las dos ciudades las une, por supuesto, el cálido clima, que incluye el riesgo de huracanes, la vegetación tropical, la fauna -saurios incluidos- y, en fin, la playa y el mar, sobre todo si incluimos Miami Beach -una ciudad administrativa aparte, pero, a nuestros efectos, la misma- y las playas del Este de La Habana -por la misma razón-. ¡Ojo, también pueden compartir tiburones, aunque se avisa cuando se avistan y son especies de las que casi nunca atacan!

Otro punto en común: en las cercanías de ambas ciudades vivió Hemingway. Cayo Hueso, una isla miamense que está aún más cerca de Cuba, y Finca Vigía, al Sur de La Habana -y cerca de Cojimar, su lugar predilecto para comer- sirvieron al Nobel de Literatura de refugio y de lugar de creación. Hay controversias sobre el personaje que le inspiró para Santiago, el protagonista de El viejo y el mar con el que ganó el Pulitzer: ¿Gregorio Fuentes, con quien salía en su yate Pilar desde Cojimar, o alguno de los de Cayo Hueso? ¿O los mezcló a todos para su ficción?

Miami se separa de La Habana, definitivamente, en su riqueza, que la convierte en una de las ciudades más caras para vivir -aunque a la vez, paradojas de aquel país, la cuarta parte de la población está por debajo del umbral de pobreza-. Su poderío se muestra sobre todo en Brickell, su distrito financiero, que acoge las sedes o sucursales de los principales bancos -Chase, Fargo, City Bank…-, sin que falte ninguno. Y también, en lo grande que es todo: los rascacielos, la cantidad de comida que te ponen en los restaurantes, las copas king-size que te sirven en las terrazas de Miami Beach o los chalets de los famosos -entre ellos Antonio Banderas y Julio Iglesias- en las islas del lago. El del Dr. Frost, inventor del Viagra, costó 80 millones de dólares. ¿A cuántos habaneros habría que juntar para reunir esa cifra?

Sin duda este es un problema capital para el acercamiento de ambas urbes. El Gobierno cubano siente preocupación por la “invasión” de capitales de Miami que se produciría si abriese en serio la isla a la inversión extranjera. Es una preocupación fundada, pero bastaría con mantener la propiedad pública de algunos sectores estratégicos, como la banca o la energía -como ha hecho en parte Uruguay-, para conjurar ese problema. Además, estamos en el siglo del conocimiento; lo que se necesita es mano de obra cualificada, y Cuba la tiene en sectores como la salud, la producción de medicamentos, la biotecnología o la informática. Y podría apostar también por un turismo de calidad y por la cultura. No pocos socios para esos emprendimientos y para integrarse en “cadenas de valor” podrían encontrarse en Miami.

Las dos ciudades se diferencian en su historia, aunque algunos acontecimientos unen ambos territorios. La Habana celebra este año el 500 aniversario de su fundación, mientras Miami tiene poco más de un siglo -la fundó una mujer, Julia Tuttle, en 1896, algo inusual-. Ambas poseen puertos importantes, pero el de La Habana, cuando el de Miami aún no existía, juntaba y protegía la “Flota de las Indias” de corsarios y piratas hasta que partía rumbo a España. A las 9 de la noche retumbaba un cañonazo anunciando que se levantaba la gran cadena que impedía la entrada nocturna a la Bahía -y que se rememora todos los atardeceres en la Fortaleza de la Cabaña-. Los ingleses tomaron La Habana en 1762 y la canjearon por La Florida, que, aunque volvió a ser territorio español -lo fue en total durante tres siglos-, pasó al dominio norteamericano en 1821; pero, en cierto sentido, después de que España perdiese Cuba en 1899, también La Habana estuvo bajo control gringo, por la Enmienda Platt. Finalmente, la revolución recuperó plenamente la soberanía nacional de Cuba en 1959, pero el giro que dio la historia en La Habana hizo dar otro semejante a Miami, con la llegada de tantos exiliados.

Esta historia diferente se refleja en su arquitectura. En La Habana se dibujan nítidamente sus distintas épocas, entre ellas la de la Colonia: La Habana Vieja alberga los palacios de los capitanes generales y el Segundo Cabo; de esa época son los formidables castillos que protegen la entrada a la Bahía, como el Morro y la Fortaleza de la Cabaña, y la Catedral, ejemplo del barroco cubano; o el Gran Teatro de La Habana, al lado de esa obra monumental que es el Capitolio, un delirio de grandeza del dictador Machado. La Habana se extendería después por Centro Habana y el Vedado, sembrado de palacetes, y se expandiría por el Cerro, Miramar, con su 5ª Avenida, y Siboney. La sacarocracia, la burguesía azucarera cubana, sembró aquí y allá casas y edificaciones de gran belleza, promoviendo una arquitectura moderna a fines del XIX y comienzos del XX que se encuentra bien conservada -la Universidad, de estilo Nouveau; el edificio Bacardí, muestra de Art Decó, o el Hotel Nacional...-. La arquitectura de Miami, sin aquella historia, es como la de cualquier ciudad moderna de EE UU: grandes rascacielos, hoteles y, en su caso, casinos, y sus edificios singulares, como el Carnival Center, sede de la Gran Ópera de Florida. Por desgracia, La Habana se cae a pedazos, mientras Miami puede presumir de edificios nuevos mostrando grúas por todas las esquinas.

Una calle de La Habana.

La Habana.

Respecto a las demás manifestaciones culturales, las dos urbes son, en general, muy potentes y algunas con fuertes lazos entre ellas. Las artes plásticas descuellan en ambas, aunque las obras que cuelgan en el Museo de Bellas Artes de La Habana -Portocarrero, Lamb, Enríquez, Ponce de León, Amelia Peláez…- son imbatibles. Pero en Miami, el “Distrito del Arte”, con gran profusión de grafitis, bien vale un paseo. Tampoco la música cubana tiene igual. El Buenavista Social Club todavía interpreta en el Centro Rosalía de Castro de La Habana las composiciones de Benny Moré, Bebo y Chucho Valdés, Compay Segundo y Omara Portuondo. Y está la Nova Trova Cubana, con Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Carlitos Varela, entre otros. Pero a Miami se fue Celia Cruz, y esta ciudad cuenta con música latina de todos los confines: merengue dominicano, ballenato y cumbia colombiana, reggae haitiano y la conga o la rumba cubanas.

Las dos ciudades son potentes en cine, aunque en esto viven de espaldas. En Cuba pasa por momentos difíciles, pero, ¿cómo no recordar las cintas de Gutiérrez Alea, Humberto Solás o Enrique Pineda Barnet? Mientras, en Miami siempre se ruedan películas, entre ellas, la inolvidable Scarface de Brian de Palma, con Al Pacino; aquella de Algo pasa con Mary, que dio fama a Cameron Díaz; y varias de James Bond, como Goldfinger, con Sean Connary.

En artes escénicas, ópera, teatro o ballet, a pesar de la gran obra que llevó a cabo Alicia Alonso en el Gran Teatro de La Habana, Miami, llena por doquier de teatros y centros culturales, es la que resulta imbatible. Claro, son industrias que necesitan y mueven mucho dinero.

Terminemos con las letras, más exactamente con la literatura, pues entre el Granma cubano y el Miami Herald, con su millón de lectores, mejor no hacer comparaciones. En ficción no hay quien compita con La Habana. Allí escribieron algunos de los grandes: Martí, Dulce María Loynaz, el gran Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Lezama Lima, Padilla, Reynaldo Arenas, Gastón Baquero, Miguel Barnet, ahora, Leonardo Padura… La lista sería interminable. Es cierto que no pocos (Cabrera, Padilla, Arenas…) abandonaron la isla descontentos con su régimen, pero toda su obra se inspira en La Habana.

Mientras deseamos que ambas ciudades fortalezcan sus lazos económicos y culturales, por el bien de los cubanos/as de ambas orillas -eso sí, respetándose cada una a la otra-, aprovechemos lo hasta aquí mencionado para ponernos por un momento en los zapatos de un posible turista. ¿Qué elegir, Miami, con sus más de diez millones de turistas al año; o La Habana, con sus casi cinco (asumimos que la mayoría de los visitantes de Cuba pasan por La Habana). La respuesta salomónica sería: ¡qué visite las dos! Están a 40 minutos y hay vuelos asequibles y frecuentes -al menos hasta el momento, que con Trump nunca se sabe-. Pero, ¿si hay que elegir? Miami, la ciudad estadounidense más latinoamericana, es sin duda especial. Pero la otra, La Habana, cuyo centro histórico ha sido declarado patrimonio mundial por la UNESCO, es única e irrepetible.

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