En Guatemala el realismo mágico y las fábulas se abrazan

Augusto Monterroso, escritor nacionalizado guatemalteco, autor de La oveja negra y demás fábulas.

Hoy por la noche cada vez más Julios buscarán libros cortos para llevar selvas verdes a sus agujeros negros de rutina, rogando o bien enloquecer o bien salir a volar.

En Guatemala el realismo mágico y las fábulas se abrazan

Cansado de ir, venir, subir y bajar desde aquel piso 18 al primero y con el mareo del uso excesivo del ascensor, Julio, se sentó en el sillón negro que le daba un toque de elegancia y post modernidad a la fría recepción del edificio Domani. 

Tan pronto como con prisa una mosca, fuera de lugar en aquel pulcro sitio, le revoloteaba entre las sienes, el pelo y la mesita de vidrio que inútilmente quería escuchar alguna historia de tertulia. La mosca volaba como inquieta y cuando ya no soportó más se le posó sobre la nariz y ante la mirada atónita, le confesó su pena: todas las noches soñaba que era águila y que volaba por los Andes o los Alpes, primero era feliz luego la capturaba una angustia incesante por aquel armatoste pesado que, siendo águila, debía la mosca aquella levantar. Ya no quería espacios abiertos, quería posarse sobre los pasteles y las inmundicias, pero tan pronto deseaba ser mosca como nuevamente águila. A contestarle iba el muchacho cuando “Buen provecho”, le dijo una voz que le hizo levantar la vista, era su compañera Carmencita, que harta también del nivel 18 iba a almorzar al Mac más cercano, “¿hoy te quedás?” preguntó, sí, alcanzó a contestar, pero cuando volvió la vista la mosca ya no estaba.

Suspiró profundo pensando en sus propios anhelos pero hubo otra ruidosa interrupción, aparte de la bulla que hacían los patojos del banco saliendo a comer.  Un rayo cayó cerca, no había lluvia, no había actividad eléctrica, pero cayó un rayo que planificaba caer nuevamente en el mismo lugar. Cuando Julio asomó la cabeza para ver al cielo a través de la ventana gigantesca del edificio, encontró al rayo deprimido por todo el daño que había causado en plena Vista Hermosa (que vale la pena acotar, ya no era tan hermosa).  Pensó que era demasiado, que quizá el hambre le hacía vivir aquello y dispuso salir a fumarse un rubios rojo al frontispicio grisazulado del rascacielos. Ya acomodado en una esquinita, lejos del grupo del “Call Center”, (que para no perder la rapidez seguían hablando entre ellos en inglés) entre hondas aspiraciones nicotínicas vio un grupo de plantas extravagantes por ser carnívoras. Notó que cuando adquirieron conciencia de sus actos y les pesaron las murmuraciones que provocaban por su gusto bestial, tomaron la decisión de cambiar y para evitar críticas dejaron de comer carne y se comieron únicamente entre ellas, olvidando el bochornoso pasado.

El cigarro se había consumido entre sus labios y su locura. Mientras iba a almorzar, pensaba en ancianos-niños y zorros, en apóstatas y jirafas. Dame el menú del día por favor, gracias. Comió. 

Lo último que recuerda es haber visto un perro caminando en dos patas, como imitando a todos por allí, pero no reparó en analizar el suceso, volvió, llegó, vio, trabajó, venció y a las 5:38 suspiró mientras apagaba la computadora.  En el camino a casa comprendió que todo era relativo.

Monos y leones, grillos y gallos, urracas y camaleones, decenas de animales parlantes le dieron otro color a un día gris en la, también gris, selva de cemento y vidrios polarizados, automóviles y bocinas, ascensores y luces falsas. Julio no estaba loco, el psiquiatra podría haberlo aseverado, Julio solo leyó fábulas esa jornada intentando ponerle magia a la cotidianidad repetitiva que alberga las entrañas del edificio Domani. Hoy por la noche cada vez más Julios buscarán libros cortos para llevar selvas verdes a sus agujeros negros de rutina, rogando o bien enloquecer o bien salir a volar.

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Libro “La Oveja Negra y demás fábulas”,

Autor Augusto Monterroso.

Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2000

De Santillana Ediciones Generales, S.L., junio de 2007, Madrid España.

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