Guatemala despertó con un bramido para enmendar el descuido de ignorar

Manifestaciones en la Plaza Central de Guatemala. / Wikiguate
Manifestación en la Plaza Central de Guatemala. / Wikiguate

Yacía plácidamente víctima del cansancio, durante el declive y olvido de la revolución, pero el chillido de la más pequeña de sus crías le despertó. Siguió su instinto. Actuó.

Guatemala despertó con un bramido para enmendar el descuido de ignorar

Yacía plácidamente víctima del cansancio, durante el declive y olvido de la revolución, pero el chillido de la más pequeña de sus crías le despertó. Siguió su instinto. Actuó.

Escuchó ese grito de auxilio desgarrador que ninguna madre quiere oír, el que estremece hasta la última fibra del cuerpo: el hijo gritando y muriendo.

Fue entonces cuando aún con la vista borrosa por el sueño prolongado, descubrió la cruenta escena protagonizada por sus propios hijos que crecían con el dulce néctar de sus pechos, y no conformes con eso atacaban a sus propios hermanos, les cortaban la yugular con sus sucias fauces y se tragaban el líquido rojo de la vida que se les iba saliendo al ritmo de un palpitar resuelto. Ya exangües paraban la masacre e hipócritamente chillaban por la desgracia ajena, volvían al ceno a beber lo propio y lo de sus deudos sin tristeza ni remordimiento.

Fue tal el asco de la madre con el suceso, que bramó como nunca en su existencia, con un grito gutural paró aquella guerra de egolatría masiva protegiendo con sus propios colmillos la poca vida que quedaba en los indefensos, siguió su instinto. Actuó.

Eran su sangre, los cadáveres de las esquinas, los macilentos desatendidos e incluso aquellos regordetes con los estómagos hartos de familia, todos, absolutamente todos. Algo había hecho mal y ahora ella debía condenar aunque también fuera parte de los crímenes. Pagó caro su descanso, el precio fue el de varias crías  y sería incluso su propia vida pues se encontró en estado cadavérico, con un cuerpo que pronto dejaría de exudar las mieles de la temprana maternidad.

Juzgaría sí, pero madre amorosa incluso del fruto perverso de sus entrañas, no quiso matar a los delincuentes de su propia estirpe aunque sí les echó del nido abandonándoles a su suerte y dejándoles claro que si volvían correrían con la misma fatalidad que los que habían devorado. Después de todo ya se habían robado suficientes vidas, ya era demasiado; el rey Destino se encargaría, el consuelo del Karma enjugaría las tristezas. Natura condenó.  Acogió a aquellos que estaban tan moribundos como ella, les nutrió, rellenó sus cuerpecitos con indignación, perdón e instinto y fue entonces cuando los surcos de las lágrimas labrados sobre sus mejillas se le llenaron de mar, al jurarles a los pocos buenos, nunca más dormir.

La madriguera hoy tiene forma de plazas ardientes de indignados, que codo a codo gritamos por despertar al sistema de justicia, representado por la madre durmiente

 

Guatemala aún está en su nido cuidando de aquellos que le ayudaron a despertar, los olvidados en su sueño, los que estuvieron al filo de muerte pero tuvieron la suerte de gritar; todavía está procurando enmendar el descuido de adormecerse, de ignorar, de dejar pasar.  Afuera de la madriguera, allí sigue latente el pasado que no debe caer en el olvido, que todos los hermanos aún vivos deben tener presente y que no se debe repetir jamás.

La madriguera hoy tiene forma de plazas ardientes de indignados, que codo a codo gritamos por despertar al sistema de justicia, representado por la madre durmiente; los caníbales son todos aquellos que recién guardan prisión por robar las vidas perdidas en los hospitales carentes de insumos, todos los que ordenaron aquellas más de 500 mil muertes del Conflicto Armado Interno, todos los que vendieron el futuro y presente de los niños trabajadores, los que esperan a ser descubiertos en sus atrocidades, los fugados que ya descansan en Panamá lejos de la extradición, los que han salido bajo “Medidas Sustitutivas” de sus cargos imputados, los corruptos que amasan las fortunas de sus latifundios, los que ocupan curules y defienden negocios familiares nada más, los que señalan sin actuar, los que viven en una burbuja de comodidades y desde allí critican a la Guatemala profunda. Los caníbales son todos aquellos que esperan a “Kemé”, representación Maya de la muerte, con almas de hermanos, apuntadas en números rojos, en los libros de sus haberes.

El bramido, lo hacemos todos los vivos aún.

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