Grandes y pequeñas generosidades, todo suma

Amancio Ortega. / Mundiario
Amancio Ortega. / Mundiario
Llegado el momento cada uno de nosotros tendremos la posibilidad de recompensar a quienes hoy despiertan nuestra admiración.
Grandes y pequeñas generosidades, todo suma

Sería injusto otorgarle a Amancio Ortega el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Entiéndaseme bien. No es que uno comulgue con el antiorteguismo y que el creador de Inditex no merezca tan preciada condecoración por su valioso apoyo al sistema nacional de salud durante la crisis del coronavirus. Ahora bien, otorgársela sería como hacer de menos a cientos, a miles y miles de empresarios, autónomos y hasta ciudadanos de a pie que, cada uno en la medida de sus posibilidades, están dando pequeñas muestras de una enorme generosidad con aportaciones materiales y de esfuerzo personal, todas ellas de vital importancia en la lucha contra la pandemia. Lo suyo son modestos granitos de arena que sin embargo, más allá de la a veces dudosa utilidad práctica, tienen un enorme valor de ejemplaridad y de paso nos evocan lo mejor de la condición humana.

Lo de los sanitarios, los agentes de policía, los guardiaciviles, los militares, los transportistas, los empleados de supermercados, los trabajadores de las residencia de mayores o de las funerarias, los farmacéuticos o los empleados de gasolinera merece una lluvia de medallas al mérito en el trabajo, o algo así, por la entrega, la abnegación y el espíritu de sacrificio con que desempeñan sus tareas en tan duras circunstancias. Ciertamente prestan un servicio impagable, pero que se puede compensar. Porque la mayoría son trabajadores asalariados que están cumpliendo –eso sí, con creces– sus obligaciones laborales mejor o peor remuneradas. Es de suponer –y sería de justicia material– que en sus próximas nóminas se reflejen las más que merecidas gratificaciones a las que se han hecho acreedores. Y han de seguir siendo aplaudidos para sentir el calor humano de quienes reconocemos su heroica lucha en la primera línea de combate.

Conocemos, porque han trascendido, algunos casos de solidaridad de gente de a pie, como el de la dueña de una mercería de Burela que cada día dedica doce horas a la fabricación artesanal de rudimentarias mascarillas. Tampoco es desdeñable la solidaria aportación a la causa de ingenieros informáticos, programadores y diseñadores que constituyeron una red para fabricar material de protección en 3D. Ni hay que olvidar a los establecimientos hosteleros, a los restaurantes que se ponen a disposición de las autoridades para cubrir necesidades básicas (y taponar agujeros del sistema). A todos ellos, la solidaridad les cuesta tiempo y dinero además del sacrificio que su tarea comporta. Lo hacen sin esperar recompensa alguna mientras otros cuidan de sí mismos y de los suyos, o matan las horas en un asueto egoísta y estéril.

Llegado el momento cada uno de nosotros tendremos la posibilidad de recompensar a quienes hoy despiertan nuestra admiración. Quedémonos con los nombres, las razones sociales y las marcas de esas compañías y negocios solidarios, de modo que, si ahora no es imposible, cuando pase el confinamiento podamos "premiarles" comprando sus productos, requiriendo sus servicios o acudiendo a sus establecimientos. Como la memoria es flaca –sobre todo la colectiva– nos vendrían bien unas listas confeccionadas por instancias neutrales que recojan toda esa información y la pongan a nuestra disposición. No será tarea fácil porque acabarán siendo muchos los bos e xenerosos con los que estaremos en deuda y no pocos los que renuncien a aparecer en esa lista porque entiendan que la auténtica generosidad es, como la genuina caridad cristiana, la que se practica desde el anonimato. Sin esperar aplausos, ni reconocimientos. Ni galardones honoríficos. @mundiario

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