Gran dimensión de José Garrido

Garrido doblándose en la cata. Foto: Arjona
Garrido doblándose en la cata. / Arjona

Dos faenas notables pero de distinta relevancia del torero extremeño. Quedó fuera de combate López Simón, que sufrió un ataque de ansiedad antes de que saliera el tercero, se fue por su propio pie a la enfermería y no volvió.

Gran dimensión de José Garrido

Viernes, 26 de agosto de 2016. 7º de Semana Grande.  Más de media entrada. Buena temperatura. Dos horas y veinticinco minutos de función. Seis toros de Torrestrella (Álvaro Domecq). Mano a mano. López Simón, leves pitos tras aviso y silencio. José Garrido, ovación tras aviso, vuelta con petición tras aviso, oreja con petición y silencio en el que mató por López Simón.

Los pitos que se oyeron cuando rompió el paseíllo iban dirigidos a López Simón. La baja forzosa de Roca Rey puso en jaque a la Junta Administrativa, que, incapaz de encontrar un nombre para completar la terna, tuvo la ocurrencia de dejar el cartel en un mano a mano postizo y sin sentido. Durante la mañana se había especulado que López Simón sólo aceptaría la entrada de un sustituto en el cartel que abriera terna. Y por él fueron esos pitos iniciales, que fueron cogiendo cuerpo según transcurría el paseo.

Astifino, montado y sin hondura el primero de los seis. Negros los cuatro primeros. Un castaño sexto, jugado en quinto lugar porque tuvieron que correrse turnos por la indisposición de López Simón. Y un ensabanado quinto que desfiló en último lugar. Media docena de verónicas de buen vuelo del torero de Barajas, dos puyazos –excelente el segundo de Tito Sandoval-, y en la muleta, el toro tuvo movilidad, la cara arriba en los remates de cada muletazo y una insana tendencia a acostarse. No pocas complicaciones. Un trasteo de más actitud que estructura. Un pinchazo, un bajonazo y tres golpes de descabello.

Saludaron con una ovación a Garrido antes de que asomara el segundo. El feliz recuerdo de la novillada matinal de 2014, donde José Garrido actuó en solitario y dejó una actuación memorable. El segundo de corrida, bien armado, serio y con plaza, se dejó pegar diez verónicas garbosas de salida, repitió y echó las manos por delante en el capote, perdió los apoyos tras la primera vara y esperó en banderillas. En los compases iniciales de la faena, este segundo ejemplar sacó carácter. Paciente Garrido, que le dibujó una tanda por el derecho de mano muy baja. Y una seguridad sorprendente para encajarse entre pitones, en las distancias cortas, antes de perfilarse y atinar al segundo intento.

Fue entonces cuando le dio el ataque de ansiedad a López Simón en el callejón. Debió de pesarle el ambiente enrarecido: los rumores, los pitos en el paseíllo, las protestas mientras arrastraban al primer toro. No renunció a lidiar el tercero, pese a que presentaba un estado lamentable: rostro pálido, mirada perdida, andares fatigados. Se supo luego que los médicos le habían recomendado pasar por la enfermería, pero hizo caso omiso. Se esforzó López Simón con un toro frágil que embestía en viajes desganados. Enterró una media estocada antes de acudir a la enfermería por su propio pie.

El cuarto se dio en varas con mal estilo: a trallazos. Firmeza y aplomo de José Garrido después, en el último tercio, ante un toro sin chispa y con la cara a la altura del estaquillador. Una colada, un susto. Y un desplante de rodillas del extremeño para declararse vencedor. Un cierre temerario por bernardinas ajustadas. Lo enganchó entonces dos veces el toro sin llegar a zarandearlo en serio. De los dos percances menores salió entero y con más arrojo y descaro, y volvió a la carga por el mismo palo. Apoteósico final, una estocada caída con vómito. Petición. Y oreja no concedida.

Se corrieron turnos por si López Simón podía salir después. No fue el caso. Lo llevaron al hospital. Así que este mano a mano sacado de la chistera quedó en corrida de único espada. El quinto fue un toro de gran exigencia. A su aire de partida, dándose con aspereza en el peto y apretando en banderillas, gazapeó, repuso y buscó. La cata por bajo de Garrido doblándose con el toro fue soberbia. Después, tres tandas al natural de mérito, por abajo, superando las dificultades que planteó este quinto. A base tesón, paciencia y técnica. Una brillante faena.

Un molinete cosido a un cambio de mano al final, muy despacito, hizo rugir a la gente. Una estocada con vómito. Se resistió no poco el toro: muerte de bravo. Se vino abajo la plaza cuando, al fin, rodó sin puntilla. Le pidieron los dos trofeos, pero sólo le concedieron uno. La vuelta al ruedo fue clamorosa. Garrido se fue a porta gayola a recibir al ensabanado sexto, que era el tercer toro del lote de López Simón. Se le vino disparado el toro, y tuvo que lanzarse al suelo para salir airoso del trance. Se había jaleado con ruido el gesto del extremeño de plantarse en la puerta de chiqueros.

En medio del clamor, Garrido le dio cumplida fiesta con el capote: dos largas cambiadas de rodillas y un ramillete de siete verónicas voladas y con acento. Había quitado en los dos toros de López Simón: tres chicuelinas de mano baja al primero, cinco gaoneras al tercero. Es evidente la mano de Antonio Ferrera: la manera de echar los vuelos. Se sentó en el estribo José Garrido en el comienzo de la faena. Un apunte clásico. No arrojó la toalla el torero extremeño a pesar de todo: un toro imposible, que repuso, lanzó trallazos al pecho y, en fin, todo lo que hizo tuvo dos o tres intenciones. Y de pésimo estilo todas ellas.

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