La googlelización del callejero

Google maps. / Archivo.
Google maps. / Archivo.

En el siglo de las comunicaciones e internet hemos retrocedido en transparencia callejera. En especial para localizar una dirección, por raquitismo de las autoridades con la debida señalética. 

 

La googlelización del callejero

La googlelización del callejero genera raquitismo. Hasta el punto que ya obviamos, salvo excepciones, identificar nuestras calles, viviendas, sedes sociales y hasta nuestras propias señas de identidad. Hay tanta desidia que encontrar hoy en día una dirección correctamente sin ayuda de emplear mapas digitales resulta una tarea ingrata, compleja y a veces hasta desesperante. En el siglo de las comunicaciones parece haber retrocedido la transparencia.

Se puede llegar a la conclusión que la deficiencia tan extendida de señalizaciones también llega a este nivel de superficialidad social. ¿Qué tienen en común: carreteras y autopistas, las calles de nuestros barrios, urbanizaciones, polígonos industriales o hasta edificios oficiales entre otros?

La respuesta no puede ser más llamativa: una señalética deficitaria y en ocasiones hasta tan extremadamente opaca que raya la desidia  tercermundista. Y si no, paséense por algunos de estos puntos con algún propósito de localizar por Vds mismos un despacho cualquiera, la consulta de un médico especialista en un hospital sin preguntar a las enfermeras,  o la sede de un simple taller en uno de los muchos polígonos industriales que han brotado en este país. 

Localizar a la primera con una calle rutinaria o incluso en un bloque de varios pisos es casi milagroso, y todo por falta persistente de una adecuada señalización e identificación. Diríamos que hasta nos da miedo poner nuestro nombre en el portal de acceso. 

RASTREAR UN POLÍGONO INDUSTRIAL PUEDE SER TEDIOSO

Pero lo más ingrato es rastrear  un polígono industrial donde todo son calles, cruces, marcaciones, señales e instrucciones de todo tipo pero sin aquellas adecuadas para llegar a destino sin morir en el intento.

El que tiene que vérselas con las junglas industriales de estos polos para dar con un destino a la primera, posiblemente sepa de lo estamos hablando. Tanto por la ausencia de la debida señalización de las calles, como a menudo del número correspondiente en forma visible. Con frecuencia lo único visible es el número de la nave que se confunde con el de la calle y cuya numeración no es raro que comparta con otros inquilinos.

En ocasiones es fácil encontrar distintas razones sociales en la misma dirección. Bien porque todas pertenecen al mismo propietario, bien porque no ha habido una actualización y se mantiene la cartelería anticuada, bien porque los actuales propietarios no ven nunca prioritario el momento de cambiar la confusión con un rótulo visible a los visitantes.

Para los consistorios, rotular las calles con sus nombres y marcar debidamente sus números en esos complejos parques industriales parece que se les escapa de las manos. Podemos preguntarnos si por falta de quejas ciudadanas que delatan la desidia o por la connivencia de sus propietarios que igual quieren pasar desapercibidos  (a las autoridades y al fisco) pero sin negar su existencia. Uno también se pregunta con razón si los ayuntamientos pueden recaudar todos los tributos que les corresponde por actividad económica si son imposibles de ser identificados y notificados postalmente.

A la pregunta sugerente a los industriales en cuestión de por qué no subsanan la falta o el error de señalización, suelen contestar que “los lugareños ya  saben quiénes somos y dónde estamos”.  Las visitas por tanto no tienen más recurso que recurrir al mapa de google para dar con la sede o domicilio buscado en el punto exacto que marcan los satélites.

Que la gente de fuera tenga que invertir tiempo en preguntar a trabajadores vecinos y dar vueltas kilométricas recorriendo todo el perímetro inútilmente hasta dar con el destino, más bien parece interesar sólo a los propios afectados. Tal vez porque  en España sigue inalterable el famoso dicho de que el tiempo nunca es oro. En esto estamos más cerca de la civilización islámica que de la europea como cuentan en la obra  “La moral inmoral: cuestión de ética española”, que toca de lleno éste y otros tópicos conductuales semejantes. 


SIN TERMINO MEDIO: O CARENCIA O EXCESO DE SEÑALÉTICA

La odisea de localizar una dirección en no pocos casos sin recurrir a satélites orbitales siguiendo la señalética es casi misión imposible, y más en zonas nunca antes transitadas por el visitante. El raquitismo, tanto comunal como particular,  ha delegado en Google, el GPS y los mapas digitales sus obligaciones de señalizar correctamente la vía pública e identificar las sedes o domicilios particulares. 

Y lo que es peor, hemos sustituido la realidad analógica por la virtual, como los bancos, presumiendo que todos los visitantes del tipo que sea y sin discriminación alguna, cuentan con el recurso del móvil y suficientes datos de navegación.

Sin embargo, no estaría de más permitir la convivencia entre las dos realidades -como exigen los mayores a la banca- con el mundo real en tres dimensiones sin tener que depender de coordenadas de geolocalización o de mapas virtuales que subsanen la falta de señalética y de rotulación públicas.

Pero no sólo es un ejercicio herculano dar hoy en día con calles correctamente señalizadas y numeradas, en especial para los foráneos, sino el estrés nunca hablado de seguir una ruta y tener que atravesar cruces y rotondas en las que a continuación nunca se sabe si se mantiene la denominación de la vía o ha cambiado y te hacen ir al inicio o final de la calle para comprobar  el nombre. 

No quisiera hacer sangre cuando en un mismo municipio concurren varias calles con la misma denominación, que en función del número gramatical (singular o plural), dan pie a todo tipo de confusión. O cuando la vía en cuestión se confunde con una calle, avenida, paseo, pasaje o paraje.

También lo es circular por carreteras de todo tipo y seguir determinadas señalizaciones que nos sabes si advierten el desvío a escasos metros o si toca ya. Cuando detectas el error ya se hace tarde  el cambio de sentido.

El culmen del raquitismo señalizador se da circulando de noche y en el peor de los casos con escasa visibilidad por lluvia. Pretender distinguir las líneas de separación, las que separan la calzada del arcén, porque la pintura utilizada se ha vuelto invisible, es cosa de angustia boreal. Atribuir al fallo humano no pocos de los accidentes de carretera cuando se eluden recursos y se opta  por una deficitaria señalética y materiales que evitasen poner en peligro la visibilidad del conductor, tal vez daría  para otro ensayo.

Hay que presuponer que son caras las pinturas refractarias para el tráfico y las que solemos emplear parecen ser compradas en las tiendas de los chinos que duran dos telediarios. Pero malgastar recursos públicos en materiales bajos de calidad cuando nos jugamos la vida en las carreteras  se podría calificar como poco de chapucería. 

En otros países, esas mismas pinturas de señalización vial que delimitan zonas de tránsito, balizadas, ejes viales o zonas de acceso restringido por poner unos ejemplos son reflectantes, a prueba de las inclemencias climatológicas y perdurables en el tiempo. En nuestro país al contrario, tienen pinta de durar lo mínimo porque se vuelven invisibles de repente.

Pero mientras algunos echamos de menos falta de señalización en las vías de circulación y entornos de acceso municipales, en otros casos se detecta un abuso y un derroche que pocos podrían advertir. Conducir por una autovía a 120 km/h y que de repente aparezca a unos metros de distancia un enorme cartel anunciando las próximas cinco gasolineras más cercanas con sus precios según el combustible a emplear, merecería que su genio autor ganase como mínimo un Oscar.

Desplazarse de una localidad a otra próxima de escasos kilómetros de separación, como a diario concurre en mi caso, y contar hasta 200 señalizaciones de tráfico diferentes en un solo sentido, denota que no siempre es una cuestión de falta de medios presupuestarios. Abrumar a los conductores de esta forma con tanta señalización vial en un recorrido de apenas siete  kilómetros de distancia plagado de advertencias, prohibiciones y rotondas tras haber sorteado una buena tanda de semáforos, debería estar “penado”. 

La carencia de señalizaciones en la vía pública en unos casos por parte de las autoridades municipales y consentimiento particular, no compensa el exceso en otros por la DGT. El raquitismo en señalizaciones en las poblaciones urbanas y la lujuria en el extremo opuesto en las vías de circulación deberían darnos que pensar. Por mucho que cada vez más se empleen  los mapas de Google no nos quita de la responsabilidad de cumplir con el deber social,  hedonista o filantrópico, de facilitar la comunicación a los conciudadanos, sean virtuales o de carne y hueso sin terminal a mano.

A la odisea de la identificación callejera se le suma las carencias de identidad de no pocos inquilinos en las puertas de acceso, buzones o entradas a viviendas por las razones que sean, teniendo que ser suplantadas en muchos casos por un buscador geosatelital. Antes de la irrupción de internet, tampoco éramos muy dados a hacer opulencia de nuestra identidad en público, pero lo de ahora presuntamente bate el récord. 

El síndrome de ciertas maldiciones bíblicas que vino a por almas inocentes de noche parece habernos inoculado tanto que son todos bienvenidos cuando llegan a casa salvo cuando hay que dar con los mismos por digamos otros motivos menos paganos. Cuentan repartidores de Amazon que si no fuera por los teléfonos que indican sus compradores el reparto se dificultaría en gran medida si atendieran sólo  a las indicaciones marcadas en la etiqueta. Unas veces porque resulta complejo dar con la calle o/y el número de la vivienda u otras por  dar con sus compradores en parajes casi desérticos. 

Hemos interiorizado así que como  los repartidores de Amazon localizan sus destinos con Google, todos los demás mortales debemos recurrir a los mapas virtuales para dar con un destino determinado. La googlelización del callejero y el raquitismo público con la señalética, por tal vez algún tipo de complejo secular, no concuerdan con los tiempos actuales de las redes sociales y la transparencia de todo tipo de interioridades flatulentas. Tanta intimidad y ley de protección de datos no están reñidos con un código mínimo de transparencia tanto a escala privada como pública de las vías públicas y domicilios. A lo mejor se lo debemos a los que no son repartidores de Amazon. @mundiario

 

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