Gira española

Gira española. Vicky Rego.
Gira española. / Vicky Rego.

Viajar en el siglo XXI pone a prueba nuestra capacidad para doblegar nuestro orgullo y ponerlo a los pies de un objetivo. El mío era cruzar el Atlántico para presentar mi última novela, Ema, en distintas ciudades de España.

Viajar en el siglo XXI pone a prueba nuestra capacidad para doblegar nuestro orgullo y ponerlo a los pies de un objetivo.

El mío era cruzar el Atlántico para presentar mi última novela, Ema (Velasco Ediciones) en distintas ciudades de España. Pero claro, como mi hija mayor vive en el Reino Unido y por esta maldita peste no la veía ni a ella ni a su familia hacía más de tres años, la incluí en primer lugar en mi itinerario.

Me gusta organizar yo misma mi viaje, sacar los billetes de avión, ver si puedo aprovechar millas acumuladas, elegir los hoteles donde voy a parar. Nunca delegué esa tarea en una agencia de viajes, desde que comienzo a planearlo, empiezo a disfrutarlo.

Ya estábamos acostumbrados a los controles de seguridad por los posibles atentados. Nos rendimos a desvestirnos, separar nuestras pertenencias por categorías, ponerlas en canastas que vemos desaparecer en una cinta para ser escaneadas, y luego pasar nosotros también, descalzos, por un puente acusador que trina si llevamos algo sospechoso. Todos somos delincuentes hasta que demostremos lo contrario. Si el aparato suena, nos palpan de arriba a abajo hasta que sentimos el alivio de cuando nos dejan pasar. Vuelta a vestirnos, calzarnos, guardar la computadora en el equipaje de mano y poner atención a no olvidarnos nada, mientras un empleado o empleada del aeropuerto nos apura como si fuéramos chicos a los que ya no se les tiene paciencia.

A esa situación humillante se le agregó el control de seguridad sanitario. Y esa pesadilla empieza desde que organizamos el viaje. Entramos en la web de nuestra línea aérea y nos informamos de los requisitos para entrar a tal o cual país. Si estamos en la lista roja, verde o de qué color. Una sensación de rechazo, de pertenecer al peor país de la tierra, como debe sentirse el ciudadano ruso que no es responsable de la guerra. Sumisamente nos ponemos a llenar un formulario a fin de obtener el QR correspondiente al país al que llegaremos. En él nos piden comprobante de PCR con resultado negativo, de menos de 48/72h antes de viajar. Más comprobantes de vacunas. Pero tienen que ser las aprobadas por la OMS. Nada de la rusa Sputnik con la que nos vacunaron a la mayoría de los argentinos en las primeras dosis. Por suerte la mía de refuerzo fue la AstraZeneca y eso me salvó. Aclaro que tengo pasaporte español. En el formulario exigían el asiento donde íbamos a viajar, y para hacer el check-in era indispensable tener aprobado el formulario. ¿Qué era primero: el huevo o la gallina?. Kafka se habría hecho un festín con estos laberintos sin salida. Por un momento pensé que todo estaba pensado para hacer desistir de viajar a la mayor cantidad de gente posible.

Una vez llegados al aeropuerto, cuatro horas antes del horario de vuelo para que pudieran inspeccionar uno a uno que todo lo exigido estuviera en orden, hechas las colas correspondientes con la debida distancia y ya dispuestos a estar amordazados por casi dieciocho horas, empiezan los controles: si la declaración jurada, si los comprobantes de las vacunas, si el formulario y el logrado QR.

En el avión, viajamos codo a codo con acompañantes, ya no importa la distancia y escuchamos que la nave espacial ha sido desinfectada por sustancias que limpian el aire y eliminan el 99,9% de los virus. Se me ocurrió pensar que si la cuarentena la hubiéramos hecho todos dentro de un avión, habríamos acabado con la pandemia en poco tiempo. Sin embargo, no es extraño encontrar en los bolsillos delanteros, junto con las explicaciones de los pasos a seguir en caso de tener que dejar el avión, algún auricular usado, un bolígrafo o algún recuerdo que en “la desinfección” se les había pasado por alto.

después del purgatorio, el Paraíso 

Nada más llegar a Madrid, la sospecha de que llegamos infectados comienza: comprobar el QR, mostrar los originales de las vacunas, a pesar de que para llenar el formulario hubo que poner los comprobantes. Después migraciones y todo lo que ya sabemos. Siempre esa sensación de ser sospechado de algún delito o de estar contagiando irresponsablemente.

Para entrar a Inglaterra no sirve el mismo QR, como tampoco el obtenido para entrar en España la primera vez. Hoy una persona muy mayor o no diestra en el manejo de información digital, necesita asistencia para viajar.

Pero después de este purgatorio, se llega al Paraíso.

Mi primer cielo fue Wescott, en Surrey, UK. Pasar una semana entre mis niñas, las más listas y lindas del mundo. Caminar por el campo hasta llegar al primer pueblo para tomar un café durante más de media hora caminando, con botas de lluvia y chapoteando en el barro que suponíamos era lava, mientras el cachorro de labrador se nos adelantaba y chapoteaba en los lagos, bajo el asombro de los patos. Y tomar un café creyendo estar en un cuento. Y reírme en español-english con mis nietas. Y cuentos antes de dormir. Y magia, mucha magia, que es como mi hija mayor concibe la vida. No hubo QR que pagara tanta felicidad.

Después vino Madrid donde llegué con mi hija casi inglesa, la maga madre de esa familia superlativa. Le costó dejarlos, pero aterrizamos en la ciudad de mi juventud que yo quería mostrarle y nos disparamos al primer bar que encontramos en el barrio de Salamanca a tomarnos un vino con el mejor jamón ibérico. Tengo ese momento grabado en mi memoria como para elegirlo para transformarlo en mi eternidad. Al rato se nos acopló la segunda de mis hijas que viajó especialmente desde Buenos Aires para la presentación de Ema. Poco más se le puede pedir a la vida.

La primera presentación de la novela fue en la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes, el 24 de febrero pasado. Fue un éxito. Se llenó el auditorio, había gente parada. Nunca esperé ese escenario, yo, una escritora desconocida en España, estar viendo a tanta gente interesada en mi obra, en Madrid, la ciudad que amo. Es cierto que hubo amigos y familia que me hicieron quórum, eso le agregó un valor inestimable: mi nieto  mayor, representante de mi hija menor, ausente, que acaba de terminar la carrera de director de fotografía en cine y está viviendo en Madrid quien desde que nació me hizo crecer casi más que yo a él; amigos que emigraron y me quieren; una hija de la vida que vive en Barcelona y viajó especialmente, más gente desconocida e interesada en mi novela que participaron, hicieron preguntas. Firmé libros hasta agotar mi imaginación de las dedicatorias. Tuve una presentadora de lujo: María Jesús Mena, escritora que entendió como pocos la personalidad de Ema e hizo que fluyera un diálogo espontáneo que todos disfrutamos.

Gira española. Vicky Rego.
Gira española. / Vicky Rego.

Hubo otro momento fotográfico que también guardo para mi feliz eternidad: cuando el editor Cristian Velasco me presentó, a mi juicio exagerando mis cualidades, miré la cara de mi hija del medio que estaba sentada en la primera fila y vi sus ojos llenos de lágrimas. Ojalá pueda responder toda mi vida a su orgullo y admiración y ojalá le sirva para enriquecer el camino de la suya.

Antes de la participación del público, mi hija mayor leyó un fragmento de la novela que había elegido. Con su mejor tonada argentina y muy histriónica dio vida a la loca de Ema para que todos pudieran conocerla en vivo y en directo. Le agradezco especialmente porque siempre fue una declarada opositora a la personalidad de Ema en cuanto a su cuestionada maternidad. Es lo que me gusta: que haya críticas y se produzca debate.

De Madrid a Asturias

De Madrid a Asturias. Ya sin familia que hiciera apoyo. Pero con la mejor calidez que me pudiera imaginar. En mi vida por España en los setenta recorrí todo. Menos Asturias. Superó mis expectativas.

Oviedo, una ciudad señorial que me llevó en la máquina del tiempo. Me hospedé en un hotel desde donde mi ventana podía ver la Catedral y la estatua de la Regenta, una de mis heroínas preferidas del siglo XIX. La presentación de Ema, quien quiso reivindicar a todas las Emas, con una sola “m” o con dos de la historia de la literatura, en las vetustas  imaginables y las rusas con las Kareninas insatisfechas, por Oviedo y Gijón, fue soñada, hasta necesaria en la historia de la literatura.

Todas las mujeres de todas las épocas la apoyaron. Todas quisieron ser Emas. Y Ema disfrutándolas, en medio del mar bravío de Gijón el 4 de marzo en la librería La buena letra, con la increíble presentadora Verónica García Peña y de la mano de Aula de Cultura, donde hasta apareció una Rego, de Vilalba, posiblemente integrante de  mis antepasados luguenses que me encontró por el apellido y con quien intercambiamos contactos.

Antes, en la principesca Oviedo, estuvimos en la librería Cervantes, donde mi editor me presentó frente una concurrencia a pleno. Me encontré con amigos que habían viajado tres horas en auto para estar, con otros que vivían en Oviedo y me sorprendieron con un abrazo y un entusiasmo conmovedor.

Al día siguiente fue mi encuentro más impresionante. En el Instituto de Enseñanza Superior  Santa Bárbara de Langreo, un grupo de estudiantes de Literatura Universal, de dieciséis años compartieron conmigo el mejor de los momentos. Supuse que, como todos los adolescentes, estarían apáticos y poco dispuestos a escuchar hablar a  una escritora. Me encontré con chicos interesados en temas como si el dinero era indispensable a la felicidad, puesto que Ema es una persona sin limitaciones económicas. O si alguien me había cuestionado alguna vez mis condiciones de escritora. Todos temas que seguramente eran los suyos. Me adentré en ellos y les pedí, por favor que, en cuanto leyeran la novela, me enviaran la crítica, sin filtros de ningún tipo. Que sería la más valiosa. Y la debatiríamos en un posible zoom.

Gracias, Profesora Azucena Alvarez García, por prestarme a tan valiosos alumnos.

Me quedó mucho por hacer. Mi asignatura pendiente es la Ribeira Sacra, en Galicia, lugar elegido por Ema par descansar en su eterna adolescencia. Prometo volver.

Nada hay más cálido, divertido y placentero que España.

Gracias a mi padre, Ulpiano, por haberme dado por herencia a este país que me recibe como su hija siempre. @mundiario

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