Los gallos cubanos tienen marcado acento gallego

El palacio del antiguo Centro Gallego de La Habana. / Facebook Habana Eterna
El palacio del centro gallego de La Habana. / Facebook Habana Eterna
El pueblo cubano callaba. Como en su día calló el español. Allá, en La Habana, controlado por los "guardianes" de los barrios; en España, por la Policía Armada y la Guardia Civil, además de la "policía secreta" y la "brigadilla".
Los gallos cubanos tienen marcado acento gallego

Manuel Teijido Pena, labrador de A pedra (Cariño) vivió en la provincia cubana de Matanzas del mismo modo que lo hizo Fulgencio Batista Zaldívar: cortando caña. Mientras Manuel, mi abuelo materno, seguía cortando caña, Batista entró en la milicia isleña, convocó a los sargentos -como él- cabos y tropa y, mediante un golpe de estado, accedió a la presidencia constitucional de la república en 1940, hasta 1944. En las elecciones de este año, Riva Agüero ganó y Batista se exilió para regresar posteriormente y mediante un nuevo golpe de estado, convertirse en un dictador entre 1952 y 1959, año en el que la revolución castrista le obligó a exiliarse de nuevo. Fue en 1952 cuando el labrador cariñés Manuel Teijido regresó a Galicia con un jipijapa y una dentadura postiza.

Cuba vive actualmente lo que nadie en la isla -salvo los anticastristas- pensaron que podría ocurrir algún día: multitudinarias protestas en distintos lugares del territorio, especialmente en La Habana, y ciudadanos muertos no fusilados o ajusticiados, sino tiroteados por los adláteres de la nueva forma de ser del no menos nuevo sistema castrista sin Castro -ni Fidel, ni Raúl- al frente de los designios del país como lo han estado en los últimos 60 años, en la que se puede considerar como la más extensa e intensa dictadura iberoamericana. 

La férrea vigilancia del castrisno hizo que buena parte de los cubanos justificaran o medio justificaran la aplicación de una especie de apartheid económico y social: los cubanos vivían del peso, como moneda, y los turistas, del dólar o su valor en pesos. Los cubanos cantaban y bailaban en las calles y los patios caseros, y los turistas deambulaban por la isla de La Bodeguita del Medio a Tropicana, Florifita o Buena Vista Social Club, entre otros sin más cortapisa que el manejo del dólar. Y en Varadero, división de especies: los cubanos a un lado, los turistas a otro. Era la Cuba real y no la de los extractores de petróleo, que cual jirafas desmochadas permanecían a la espera de una solución que les permitiese proseguir los sondeos para extraer un petróleo que logró suministrarles la "hermana" Venezuela de Chávez desde la casi vecina México. Pero las panaderías estaban vacías.

Un aire de cambio circuló por la zona de tolerancia y se extendió por el contorno de la isla. Hubo ayuda económica y hasta España contribuyó e repintar La Habana Vieja. Hubo látex para la pintura de paredes y la señalización horizontal de las calles y autovías de la época norteamericana de dominio insular. Pero el antiguo cuartel general de Castro y los suyos, el ahora Hotel Habana Libre, dominaba desde su altura como domina la luz del faro el mar que se extiende a sus pies. La Habana no ha logrado hasta hoy superar los viejos modos y un grito de libertad en la calle suena distorsionado por una maraca que ni Antonio Machín hizo sonar del mismo modo. 

Manuel, adiós carajo, pastoreó en Campo de Monte una oveja, y una Marela ayudó a plantar patatas y algo de maíz. Los cubanos se olvidaron de Batista y amaron, decían, al comandante, a Fidel, no tanto al "Che" Guevara, aunque afirmaban todo lo contrario. Incluso Manuel Fraga, exministro de Franco y a la sazón presidente de la Xunta de Galicia, organizó una pseudo queimada -las de Fraga eran malas como pocas- en una de las Casas del Pueblo a las que el pueblo cubano no podía acceder si no era mediante autorización gubernativa. En aquella queimada de 1991, Fraga mezcló en la perola utilizada para quemar el aguardiente, limón y lima, y ron y vino de Barrantes, y se habló del PPG, un sustitutivo de la Viagra que el siempre ocurrente pueblo cubano tradujo por "Pà ponel-la golda".

Pero el pueblo callaba. Como en su día calló el español. Allá, en La Habana, controlado por los "guardianes" de los barrios; en España, por la Policía Armada y la Guardia Civil, además de la "policía secreta" y la "brigadilla". Fidel Castro en la colmena de la sede del Gobierno de amplísimos e interminables pasillos de mármol, Franco en el palacio del Pardo, con historiados pasillos en los que, en más de una ocasión, se habló de la vieja excolonia, el castillo del Morro y la catedral de La Habana -Santírima y Mewtropollitana Iglesias Catedral-. Franco, muerto; Fidel, también. Hoy, los que fueron sus conciudadanos en Cuba demandan a gritos por las calles nuevamente democracia y libertad. En España, Franco abandonó el Valle de los Caídos en helicóptero. En el bohío, los gallos cubanos siguen cantando con marcado acento gallego, marcando el son con la maraca bailona que nadie como Machín manejó mejor en las salas españolas y con ausencias de boleros y angelitos negros. 

Ojalá las demandas cubanas de hoy sean el alborear de un tiempo nuevo en el que mi abuelo Manuel no tenga que seguir cortando caña en Matanzas del mismo modo que lo hizo Batista en los tiempos en los que Manuel no podía pensar en jipijapas ni en dentadura postiza, de quita a y pon. @mundiario 

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