'Gallego' no puede ser esgrimido como un insulto, pero 'panchito' tampoco

Con maletas de cartón o de fibra, el objetivo es hoy el mismo.
Con maletas de cartón o de fibra, el objetivo es hoy el mismo.

El artículo de David Esteban sobre la emigración, publicado en la edición gallega de MUNDIARIO, sugiere reflexiones inéditas sobre la soberbia de la que a veces hemos hecho gala en tiempos de vacas gordas.

'Gallego' no puede ser esgrimido como un insulto, pero 'panchito' tampoco

El artículo de David Esteban sobre la emigración, publicado en la edición gallega de MUNDIARIO, sugiere reflexiones inéditas sobre la soberbia de la que a veces hemos hecho gala en tiempos de vacas gordas.

Humildad. Eso es lo que rezuma el magnífico artículo de David Esteban Cubero para esta misma edición de Mundiario GALICIA: 'Iberoamérica: de los chistes de gallegos al respeto por los nuevos emigrantes'. Él, que hace unos meses emigró a Uruguay, sabe lo que significa arrancarse de raíz para plantarse en otro país, en otro continente. Con las diferencias propias de dos momentos históricos distintos, David, un 'gallego de Marid', sabe tanto de desarraigo como los gallegos que emigraban a América en la posguerra. Por eso su artículo es también humilde, porque comprende.

Cuando hace unos años se pidió desde Galicia que desapareciera del Diccionario toda entrada que relacionara 'gallego' y 'bobo', quienes lo pidieron no exigían más que dignidad. ¿Hemos tenido desde este lado del Atlántico el mismo afán en desterrar de nuestro vocabulario el antiguo 'sudaca' y el moderno y despreciable 'panchito'? Mucho me temo que no. Como profesional de televisión, me avergüenza que, a estas alturas, personajes latinos de muy diverso origen que aparecen en series norteamericanas sean doblados en España con sólo dos registros: acento cubano o mexicano; y, encima, imitados por actores de doblaje españoles. Quizá sea el resumen de lo que por aquí conocemos de quienes más allá del mar hablan con palabras gemelas de las nuestras.

Apenas sabemos aquí que los acentos americanos son tan diferentes, dentro de un país y entre países, como el castellano de Lugo y el de Murcia, como el de Cádiz y el de Tarragona. Nada tiene que ver el español de Chile con el de Argentina; el de Colombia con el de Venezuela; el de Puerto Rico con el de Cuba... Y no importa que compartan fronteras.

La soberbia es, básicamente, ceguera por ignorancia; y la ignorancia tiene mucho de miedo. Miedo a cambiar prejuicios que nos sirven de muletas para fingir que sabemos de todo. Hemos sido muy soberbios en este país cuando las cosas iban bien -aunque artificialmente- y los de fuera venían a pedirnos trabajo. Ahora nuestros jóvenes se marchan a pedirlo en otros países y me da la sensación de que, estando mucho más preparados que muchos de nosotros, se abren al mundo con la humildad de quien las ha visto -y las ve- de color de hormiga. Puede que estos chicos, estos nuevos emigrantes, nos traigan un remedio que nos ayude a despejar nuestra pobre visión de la soberbia con las que a veces la nublamos: el colirio de la humildad y, con él, el alivio del respeto.

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