Una fuerza arrolladora que no se arredra ante leyes, muros, armas o peligros

Campaña contra el hambre de Michael Kors. / Instagram
Campaña contra el hambre de Michael Kors. / Instagram

Es la fuerza de los migrantes, empujados por el hambre, la intolerancia, las persecuciones o la guerra...

Una fuerza arrolladora que no se arredra ante leyes, muros, armas o peligros

Ojos como luna llena, radiantes, que reflejan la máxima expresión de la alegría, brazos en alto con la señal de la victoria, de sus gargantas salen gritos de gozo: han alcanzado el sueño dorado, tras un viaje agotador y peligroso de miles de km., financiado con el sacrificio de toda la familia que confía en ellos para paliar su miseria.

En otras ocasiones los rostros de los que llegan reflejan un profundo agotamiento, sufrimiento y el miedo vivido durante una larga travesía, realizada en condiciones precarias, algunos acompañados de su familia.

Otros vagan sin rumbo durante meses por países que los persiguen y expulsan y son   muchos los que perecen en el intento.

Los que consiguen el supuesto “dorado” ríen gozosos, con la ingenuidad del niño que ha conseguido lo que deseaba. Pero no tardan en sentirse defraudados por una sociedad que los rechaza, aísla  y desearía que se convirtieran en seres invisibles para no sentir desazón; una sociedad incapaz de compartir, de comprender, de sentir.

Los estados navegan entre la legalidad y una tolerancia hipócrita. Permiten su llegada ilegal, los retienen durante un tiempo y luego fingen perseguirlos por calles y playas cuando tratan de ganarse la vida con su modesto comercio.

La comunidad internacional crea, para asear conciencias, agencias, organizaciones y mesas de diálogo, que se revelan incapaces de alcanzar  acuerdos como modernas torres de Babel.

Nadie se enfrenta con voluntad decidida y pragmatismo a  las causas por las cuales se producen esos movimientos masivos de seres humanos que huyen del hambre, la intolerancia, la guerra, la persecución ideológica, religiosa o de otro tipo. Los intereses son muy potentes y renunciar a ellos tendría un alto coste.

Olvidamos que estos éxodos son la última  esperanza que les queda, cuando ya no pueden perder otra cosa que sus vidas, y que  su necesidad les otorga una fuerza que no se rinde ante leyes, muros, armas o mafias. La actitud meramente voluntarista ante este fenómeno social será arrollada por una multitud doliente, tampoco el desprecio, “llévalos a tu casa”, es la solución que proponen algunos.

Si llegan –máxime cuando, hipócritamente, se hace la vista gorda-, hay que auxiliarlos; pero la verdadera solución es la solidaridad mundial llevada a los países de origen, con rigor, voluntad y sin fariseísmo.

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