Fuera de cobertura, un programa de televisión digno y necesario

La reportera Alejandra Andrade
La reportera Alejandra Andrade.

Fuera de cobertura es un programa hecho con honestidad, que indaga en las heridas sin buscar el aspecto morboso de la cuestión que trata.

Fuera de cobertura, un programa de televisión digno y necesario

Fuera de cobertura es uno de esos programas que mejor justifican la necesidad de la televisión, una de las pocas alternativas que tiene el espectador frente a la  numerosa basura que desde la gran mayoría de las cadenas vomitidamente se le ofrece. Alejandra Andrade es la audaz reportera que pone rostro a su equipo, internándose en aquellas realidades que sospechábamos y nos hemos acostumbrado a obviar; las que, desde su ilustrativa profundidad, interpelan a nuestra delicada conciencia. Sus distintos reportajes los he contemplado desde la renovación del estupor que nos causa saber de la capacidad del ser humano para organizarse y contagiarse; para, desde el regazo de una compañía eximente, actuar, con más o menos impunidad, contra otros colectivos más débiles.

 

En los ocho reportajes que han compuesto está temporada hemos podido viajar a lugares en los que no están protegidos los derechos de los más desfavorecidos y donde está implantada una cultura irrespetuosa. Así, hemos visto el acoso sexual al que son sometidas las mujeres en El Cairo, la persecución que sufren – con el amparo de una ley absurda y aviesamente interpretada -  los gays y lesbianas en Rusia. (Curioso y gran contraste el que, en la grabación que programé, quedó registrado previamente el final de First Dates que terminaba con un beso entre chicos). Hemos oído también los testimonios de las jóvenes españolas que trabajan de “au pairs” en Londres, y que, en ese país, teóricamente tan civilizado y moderno, sufren una explotación no muy distinta de la que se puede padecer en el tercer mundo. Por lo que se ve, las buenas formas se diluyen cuando se trata de aprovecharse de ciudadanos que se hallan en situación de inferioridad.

También hemos conocido la patética situación de los españoles que han emigrado a Marruecos en busca de un precario puesto de trabajo que les garantice una subsistencia que el gobierno español es incapaz de asegurar. Porque el programa ha viajado fuera y lo que hemos visto, por comparación, nos atribuye muchas veces una mayoría de edad cultural, democrática; pero tampoco se han ocultado nuestras vergüenzas, como la endémica pobreza que hace que algunos ciudadanos vean una salida en la temeraria delincuencia del narcotráfico, o una creciente desigualdad como la que se trata en el último capítulo, cuando la reportera, aparentemente a salvo de los territorios peligrosos, pasa a rodearse de los millonarios que pulcramente infligen a nuestra sociedad una despiadada y lucrativa vorágine económica, cuyas consecuencias negativas acaba acusando siempre el mismo despreciado colectivo.  

Los reportajes nos muestran el mundo de los explotadores y de los perdedores, unidos en una inconsciente sinergia que estabiliza la injusticia del mundo. Lo que hemos contemplado no supone apenas una sorpresa para mí, pero sí un prolijo recordatorio de lo que descuidadamente hemos venido sabiendo, de aquello contra lo que parece que poco podamos hacer, en una sociedad en la que – a pesar de las apariencias que proclama la política – no somos más que piezas colocadas con muy disímil fortuna sobre el tablero de juego, casi siempre por un azar del que solo pueden escapar unos pocos, sobre todo aquellos que han heredado un ámbito favorable, más que quienes han sabido emerger con su esfuerzo o la fortuna de un importante talento.

Dondequiera que ha ido el programa, se ha visto que la desregularización o una nula o sesgada voluntad de hace cumplir las normas, origina – bajo la apariencia de una urgente salvación -  víctimas sin fin, explotaciones sin piedad, y aprovechamiento escaso. Así, como he referido antes, en el civilizado Reino Unido, en su capital, esa indefensión a la que se ven abocados jóvenes españoles ante empleadores sin escrúpulos. Las “au pairs” aceptan  unas condiciones vejatorias, próximas a las del esclavismo, con tal de poder cumplir su cometido de intentar esquivar un futuro que, para los jóvenes, en España, es casi siempre muy desesperanzador.

Hemos oído en estos capítulos las voces de la insensatez, del pensamiento pútrido, cerril, del malvado egoísmo. La paranoia de los armamentistas norteamericanos, la necia y enfermiza lascivia de los egipcios que se divierten vejando y agrediendo a las mujeres, la inamovible sinrazón de los rusos que ven a los homosexuales  como a enfermos peligrosos para la sociedad, los grandes capos del narcotráfico que se sirven de la desesperada necesidad de aquellos que se expondrán a la cárcel para servirles, o los ingleses que se desconectan de toda posible capacidad de empatía para obtener un lesivo beneficio.

Uno no sale incólume de contemplar estas emisiones. Son fundamentalmente desesperanzadoras. Hay que hacer un ejercicio de relativización, ampliar el foco de la mirada hasta la inclusión de otros sectores de la sociedad más benignos, de iniciativas solidarias. Y aunque uno no alcance el nivel de insensibilidad de esos directos ejecutores de una irrefutada injustica, si se sabe, de alguna manera, sujeto necesario de una sociedad desequilibrada. Basta con participar del consumismo generalizado, para contribuir, indirectamente, a algunas explotaciones o al irreversible deterioro de nuestro planeta.

Algunos de los testimonios que nos ofrecen estos reportajes albergan la infinita dureza del infierno vivido. Así, la de aquel preso en Guantánamo que sufrió indelebles torturas o la de la mujer egipcia que padeció una violación masiva que parecía eterna. Pero también resulta patético escuchar al español que sobrevive, lejos de la familia, precariamente en Marruecos, humillado por la injusticia social de su propio país, entristecido en su necesidad de vivir en otro ámbito que le resulta inhóspito.

Y si la sensación es de desesperanza por la inamovible iniquidad de una sociedad cruelmente descompensada, también podemos encontrar algún atisbo esperanzador. Son réplicas insuficientes ante el predominio de la maldad, pero también resistentes signos de vida digna. Las muestras de ello son esas mujeres y hombres de El Cairo que se asocian para defender a esas  jóvenes del oprobio del acoso, o esos homosexuales de San Petersburgo que reivindican heroicamente su condición en un mundo hostil, o la voluntad parcialmente victoriosa de Barak Obama de erradicar el campo de torturas de Guantánamo.

La intrépida Alejandra Andrade – junto a su equipo - porfía por llegar  hasta los gerifaltes de la maldad, se expone peligrosamente a ellos  - a narcotraficantes, a soldados, a acosadores… - e intenta el diálogo, llegando incluso, imprudentemente, a hacer un amago de cuestionamiento, topándose con la fuerza de su irreversibilidad, con el estrecho confín de sus mentes.                                                  

Fuera de cobertura es un programa hecho con honestidad, que indaga en las heridas sin buscar el aspecto morboso de la cuestión que trata. Y Alejandra Andrade es un reportera que demuestra empatía, que no rehúye la esclarecedora conversación, que sentidamente manifiesta su rechazo o nos transmite su solidaridad, pero, también - cuántas veces -  su impotencia. Fuera de cobertura es un programa necesario. Ya no se emite en directo pero está disponible en Internet. Esperemos una nueva temporada.

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