El fraude de Volkswagen muestra la débil conciencia sobre el cambio climático

Tráfico en una ciudad.
Tráfico en una ciudad.

El mundo del S.XXI es el de la sociedad de los riesgos compartidos. Probablemente, el cambio climático sea la mayor amenaza común a la que nos enfrentamos.

El fraude de Volkswagen muestra la débil conciencia sobre el cambio climático

El mundo del S.XXI es el de la sociedad de los riesgos compartidos. Probablemente, el cambio climático sea la mayor amenaza común a la que nos enfrentamos.

En el imaginario colectivo del S.XXI, algunas sociedades se han posicionado como más correctas, más eficaces, y menos corruptas que otras. Como si hubiera un baremo de moralidad tácitamente aceptado, hemos admitido seguir el ejemplo de la ética de algunos países. La corrupción se asume en España como un mal arraigado de difícil cura, mientras se contempla con asombro cómo no muy lejos los ministros dimiten, por ejemplo, por ser acusados de plagio en su tesis electoral. En la “eticidad” de Hegel, el concepto de corrupción dependería de los valores dominantes de una sociedad. Así, Fernando Vallespín y Joan Subirats, hablan de tres tipos de corrupción: la blanca, la gris y la negra. En aquellos Estados en que impera la ética, la moralidad, la corrupción blanca, la más leve, no es aceptada por la comunidad. No se admite el nepotismo ni existe una cultura de favores. Sin embargo, en otros países el concepto es más laxo y cualquiera ve normal un cierto trato beneficioso para determinados allegados, que con más facilidad que en las sociedades menos tolerantes hacia la corrupción, se transmite a la política.

Sin duda, uno de esos países que gozan de una imagen de pulcritud es Alemania. Y, aunque como recuerda José Castro López en MUNDIARIO, no es ni perfecta ni tan rigurosa como imaginamos, sus instituciones públicas se suelen concebir como difícilmente corruptibles, y los ciudadanos y el sector privado como extremadamente trabajadores. En el Estado ejemplar en el que la economía crece y la solidaridad se proclama como valor, ¿quién iba a imaginar que la empresa de Das Auto instalaría dispositivos para falsear la contabilidad de las emisiones contaminantes de sus productos? Volkswagen, que literalmente se traduciría como el carro del pueblo, es una de las muchas empresas símbolo de la Alemania industrial, exportadora, sólida y próspera, de un país que izaba con fuerza pionera la bandera del desarrollo sostenible, la lucha contra el cambio climático, la eficiencia de las energías renovables y los compromisos de reducción de CO2.

El liderazgo en la lucha contra el cambio climático se tambalea, pero seguirla es una necesidad

Quizás el escándalo duela más porque se haya producido en Alemania. Si el alumno aventajado hace trampas, ¿a quién sigue el resto de la clase? O tal vez hubiera producido el mismo daño fuere el país productor que fuere, por afectar a modelos de coches populares que, sólo en España, se cifran en más de 600.000, y porque se cree que pueda ser la punta del iceberg que destape fraudes incluso en otros bienes generalizados, como los televisores.

Quizás duela el doble porque cuando se pensaba que se estaba dando un paso adelante en la lucha contra la contaminación, a escondidas, se estaban dando dos pasos atrás. Y la idea de una conciencia colectiva sobre el cambio climático se debilita un poco más. El informe Stern, el primero encargado por un gobierno a un economista sobre esta preocupación ambiental, ya advertía que en un siglo podrían aumentar las temperaturas 4ºC, y esto conllevaría la desertificación de zonas como el sur de Europa, la imprevisibilidad de la época del Monzón del norte de la India, el derretimiento de nieve en Himalaya que alteraría el volumen de agua y el cauce de ríos… Si aumenta en 2 metros el nivel del mar, se estima que habrá unos 200 millones de desplazados, de refugiados climáticos. Harald Welzer ya preveía que en el S.XXI los conflictos serán por los recursos. Y ante esta perspectiva, es importante no retroceder frente a la lentitud de los pasos.

Soluciones urgentes para evitar un futuro corto y desesperanzador

Institucionalmente, “París 2015” será clave. Ahí se celebrará, del 30 de noviembre al 11 de diciembre, la vigésimo primera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015. Se parte de una situación un tanto catastrofista, o catastrófica, como es la voluntad de mantener el calentamiento global por debajo de 2º C. Las temperaturas no deben subir más, pero ya parece tarde para que no suban nada. En París se verá si los Estados están dispuestos a asumir compromisos vinculantes, ya que las decisiones nacionales (como medidas de eficiencia energética en la edificación, educación ambiental, o redes de transporte público sostenible) son un refuerzo imprescindible hacia la consecución del objetivo.

Desde el sector privado, la responsabilidad de las empresas juega también un papel importante. La ONU señala que el cambio climático tendrá un impacto directo sobre ellas. Si los Gobiernos van adoptando políticas que fomenten una producción responsable, las inversiones y las infraestructuras de las empresas necesariamente se verán alteradas. Es interesante la iniciativa que adoptaron algunos conocidos negocios en el Reino Unido y en Irlanda, “We´re in this together”, para ofrecer a los consumidores soluciones bajas en carbono simples y a bajo coste.

Y, por supuesto, en este asunto que ya es, no sin voces escépticas, un riesgo oficial global, el papel individual tiene especial relevancia. En pocas ocasiones afecta tanto socialmente nuestra buena conducta como en la defensa del medio ambiente. Hay mucho que cada uno puede hacer: reciclar, tener hábitos saludables, vigilar cómo se desechan los residuos, reducir las actividades altamente contaminantes, o usar coches menos contaminantes. Por eso es importante que no haya engaños. Porque el único futuro posible exige una respuesta transversal, y el paso en falso de uno de los actores afecta inevitablemente a todo lo demás. 

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