La filósofa Ana Mas analiza la obra Las exploraciones, de Manuel García

Las exploraciones/ MGP
Las exploraciones. / MGP

"Esta nueva obra contiene 27 poemas desasosegantes, brutales, perturbadores pero,tal vez, de una belleza más depurada y contenida que en su anterior poemario", explica la profesora de Filosofía, Ana Mas.

La filósofa Ana Mas analiza la obra Las exploraciones, de Manuel García

Hace unos días se presentó en Orihuela, en Alicante, en un acto multitudinario, el segundo poemario de Manuel García, Las exploraciones (editorial Neopatria). Un hecho inusual tratándose de un género tradicionalmente minoritario que, aunque nos gustaría interpretar como un símbolo de reconciliación del municipio con la poesía, refleja más bien el aprecio personal y literario que despierta el autor. Siguiendo la estela de Luz de los escombros esta nueva obra reúne 27 poemas desasosegantes, brutales, perturbadores pero, tal vez, de una belleza más depurada y contenida. Sus versos, de ritmo cadencioso e imágenes potentísimas y desgarradoras, dibujan, ante la atónita mirada del que se adentra por primera vez en el universo literario del autor "ese hecho rotundo que no puede ser interpretado": el asesinato, el terrorismo, la tortura, el maltrato o el abandono en un mundo primario, violento y hostil que no por silenciado es menos real. La barbarie sigue siendo el día a día de incontables víctimas y verdugos aunque tendamos a su ocultación desde nuestras acomodadas conciencias. La violencia ha sido, es y será, parafraseando a Nietzsche, humana, demasiado humana.

 “La obra de arte es el objeto visto sub specie aeternitatis", decía Wittgenstein, y en ese afán de trascendencia Manuel García vuelve a combinar distintas voces. En primera persona se manifiestan las obsesiones personales, las raíces propias, las experiencias fundantes de su poesía: "sentí que estar vivo era además desear la extinción", "la escritura que me pertenece... es una forma de excavar, de extraer aquello que se aloja en un espacio pútrido al tiempo que sagrado", pero este exorcismo personal -que en Luz de los escombros fue seña de identidad-  va perdiendo terreno y la vivencia personal de la escritura como necesidad y tormento se diluye ante la magnitud del drama colectivo descrito por la segunda voz del poemario. Una voz aséptica que se limita a describir los horrores de este mundo y va repasando a modo de neutral catálogo todas las variantes de la crueldad humana: amputaciones, párpados cosidos, hombres perseguidos hasta la extenuación, ahogamientos, ofrendas vivas... Pero la voz que entronca la subjetividad del autor y la casuística del horror con lo universal y lo trascendente es una voz que no le pertenece -de ahí su uso siempre en cursiva- una voz que, sin embargo, tiene la fuerza de la tradición secular al estar extraída en buena medida de salmos bíblicos -entre otros el 9:10 titulado "Súplica del oprimido". La sabia combinación de estas tres perspectivas, junto a su estilo acendrado, es quizá la principal novedad del poemario.

Manuel García Pérez, ya lo he dicho en otras ocasiones, es un labrador de palabras, un escultor de imágenes y un maestro de la composición. De ahí la identificable marca personal de Las exploraciones. Por lo demás, y aunque sobre las cuestiones estéticas es difícil teorizar y más aún asentar juicios de valor, lo que resulta indudable es que el lector atento y sensible no se librará fácilmente de la profunda impresión que le causarán estas exploraciones.

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