Falta de respeto al público, otra forma de abuso

Flora.
Flora.
La falta de cordialidad, el trato indigno o discriminatorio se consideran abusivos y son ilegales. Sin embargo, a veces, nos da miedo quejarnos para no empeorar las cosas y toleramos lo intolerable
Falta de respeto al público, otra forma de abuso

Flora, interpretada por Antonio Gasalla, actor cómico argentino, parodia en sus sketchs, a la empleada pública del Estado. Nunca trabaja y atiende mal a la gente. Nos ha hecho morir de risa  durante años. Nos veíamos representados.

Cuando nos toca ser uno de esos maltratados, ya no nos causa gracia,  nuestra autoestima baja, nos sentimos indefensos, impotentes, como si estuviéramos pidiendo un favor y no ejerciendo el derecho a un servicio. Y lo que es peor, nos da miedo quejarnos para no empeorar las cosas y abortar nuestro objetivo. Toleramos lo intolerable, igual que en cualquier otro caso de abuso. La mujer también calla cuando su pareja la agrede, vuelve a perdonar, cree que va a cambiar, teme la soledad y su debilidad la lleva a riesgos ilimitados.

Hay una Flora en las municipalidades, en los consultorios médicos, en los hospitales, en las empresas de telecomunicaciones, en los Bancos, en los supermercados y hasta en las Embajadas y los Consulados.

Tal vez Flora tiene problemas en su casa, el marido le pega, o está sola, no tiene un buen sueldo, la madre la rechazaba, se siente frustrada, solo Freud lo sabrá. Lo cierto es que descarga su rencor en las víctimas que van a caer a su mostrador o a su atención telefónica.

La falta de cordialidad, el trato indigno o discriminatorio se consideran abusivos y son ilegales.

Según Jorge Surin, Profesor de Defensa al Consumidor de la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires, se considera abusar del cliente si se le pide abrir el bolso al salir de un comercio, cuando se pretende que haga cola más de treinta minutos o a la intemperie, cuando en un supermercado se le impide que saque fotos a los precios o a los productos, cuando en una tienda no le brindan los talles obligatorios.

Si tenemos algún inconveniente bancario o de un servicio que no funciona, como cable, telefonía o internet, debemos disponer de horas y días para que nos atiendan, escuchar grabaciones y música intercalando con la frase que nos informa “que todos nuestros asesores están ocupados, espere pacientemente que va a ser atendido.” Después de largos minutos, alguien que nos dice su nombre como un robot, se presenta y pide que le digamos nuestro nombre y varios datos más, después nos permite hablar del motivo de nuestra llamada. Lamentablemente no es la persona indicada para resolverlo. Pero inmediatamente nos pasará al sector correspondiente. Intenta hacerlo pero aparece un tono continuo, la llamada se corta. Y vuelta a empezar.

Son prácticas abusivas que toleramos, las comentamos entre amigos, pero no hacemos la queja correspondiente.

En Argentina hay una forma legal que nos respalda y que ignoramos. Es el artículo 8 bis de la Ley 24.420 de Defensa al Consumidor. En ella dice que “el consumidor tiene derecho al trato digno y equitativo”. Y ahí empiezan las interpretaciones, porque ¿qué se considera digno o equitativo?

Es indigno que el empleado alce la voz, que use palabras vulgares, que humille al cliente, que lo discrimine por edad, sexo, condición social u orientación sexual. Que nos demoren sin considerar el valor de nuestro tiempo.

Es indigno el abuso psicológico, como gestos, ironía, manifestación de enojo o malhumor.

Cualquiera de estas experiencias deben ser denunciadas. Hay teléfonos de atención gratuita y correos electrónicos para comunicarse con ADECUA (Asociación para defender los derechos del consumidor) : 0800-666-1518.

Todos los países deben contar con algo similar. Hay que informarse.

Tuve una buena experiencia con ADECUA. Solicité el servicio de una cerrajería para que me cambiara la cerradura de la entrada de mi consultorio. Les pedí que pusieran una en la que la puerta se abriera desde adentro y no desde afuera. Hicieron el trabajo. Cuando quise entrar al consultorio con la llave no pude. Los llamé y me dijeron: “Usted pidió que solo se abriera desde adentro”. No podía dar crédito a lo que oía. Creí que bromeaban. Discusión, pretendían solucionarlo y volver a cobrarme. Hice la denuncia y logré que pusieran una cerradura que me permitiera entrar con mi llave, como es lógico  y además que me devolvieran el dinero en pago del contratiempo ocasionado.

Por suerte este virus hizo que, hasta las personas mayores, aprendieran a hacer trámites on line y evitar así las largas filas para ser atendidos en el Banco, a la intemperie, para cobrar sus haberes o pagar impuestos.

Otra forma de humillar es tratar al anciano como si fuera un niño. Ese jubilado que tal vez le cueste entender cómo hacer un trámite, o no sepa manejarse por internet, fue una persona que trabajó toda su vida, que tal vez ocupó cargos importantes, que mantuvo un hogar, y educó a sus hijos. Que tuvo historias de amor, una vida. Que aprendió tanto que nos puede transmitir sus experiencias. Es algo muy valioso.  Sigue siendo un adulto y que se dirijan a él como si fuera un chiquilín, a veces creyéndose que son amables, lo hace sentir espantosamente mal. Me molesta que le digan “abuelo” o “abuela”. Es la misma persona que hace unos años tenía un nombre, una profesión, o simplemente se hacía cargo de su familia. ¿En qué momento dejó de ser persona para transformarse en abuelo?

Sorprende cuando alguien atiende con amabilidad y respeto. Se agradece exageradamente. No es lo corriente.

Flora debería saber que, si fuera amable, su cuerpo estaría más sano, no luciría tan vieja y desastrosa.  Porque ser amable genera serotonina que es una hormona que actúa sobre la amígdala cerebral reduciendo la depresión. Retarda el envejecimiento, dilata las arterias y es un antídoto contra el estrés. Al ser amables generamos una sensación de bienestar, relajación y  satisfacción que, además, es contagiosa.

Cuando un paciente viene con alguna queja, enojado, opto siempre por recibirlo con amabilidad, darle confianza en que voy a solucionar su problema. Valoro sus logros y, siempre que sea verdad, le halago algún detalle de su vestimenta o de su ingenio. Quiero que se sienta bien.  Su enojo se va diluyendo, y cuando los dos subimos la carga de serotonina, todo se encamina. Porque se siente respetado, escuchado, sube su autoestima y seguramente el problema se soluciona más fácil. Nos beneficiamos los dos.

En estos años de aislamiento, la soledad pesó. Al salir a caminar y encontrarnos con otra persona que estaba padeciendo igual que nosotros nos solidarizó y empezamos a saludarnos, a sonreírnos. Cuando iba a visitar a mis hijas a Los Ángeles en Estados Unidos o a Dorking en Inglaterra, me llamaba la atención que cualquier desconocido me dijera Good morning, con una sonrisa. No era frecuente en Buenos Aires. Ni en San Isidro, la localidad más pequeña donde vivo.  Sin embargo se está dando el milagro.

Basta de Floras. Hay que informarse y denunciarlas. Perder el miedo. Ante el primer síntoma de maltrato o abuso  de cualquier tipo hay que pedir ayuda. Nada se corrige si no defendemos nuestros derechos. @mundiario

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