Las fábulas, consideradas cultura de bajo vuelo, encierran hermosas lecciones

Fábulas de Samaniego.
Fábulas de Samaniego.

¡Cuánto  aprenderían nuestros niños a través de las sencillas moralejas de Iriarte, Samaniego, Esopo y otros, sobre conceptos siempre vigentes! 

Las fábulas, consideradas cultura de bajo vuelo, encierran hermosas lecciones

Mediocre: quien se queda  a mitad del camino. La respuesta del sapo a la luciérnaga en  la fábula “La luciérnaga y el sapo”, define  la actitud del mediocre: “¿Acaso no sabes que las distinciones siempre salen caras? Si no hubieses brillado como lo haces no te hubiese escupido”.

La mediocridad es hija del conformismo,  lo que supone quedarse en el intento de aspirar a la perfección –ojo, no digo lograr la perfección, sino anhelarla-, despreciando  la tenacidad y el esfuerzo, ante el temor a ser calificado como soñador, que algunos consideran sinónimo de estúpido.

El mediocre promete y no cumple, planea y no ejecuta por miedo al fracaso, por dejadez o pereza y se justifica  a sí mismo con la competencia, la vanidad y la ambición de los otros.

La mediocridad emparenta con la rutina, la acomodación y el “seguidismo” y, lo que es más grave, suele degenerar en envidia hacia el que considera que la vida es un proceso permanente de aprendizaje basado en la curiosidad. El mediocre envidia, pues, a quien intenta abandonar la cautividad de la mediocridad.

Naturalmente, la mediocridad puede reinar en cualquier ámbito de la vida del ser humano -personal, cultural, familiar, amistad, político, laboral- con la recurrente muletilla de “yo no puedo cambiar nada”, “qué más da”, “no soy ambicioso”. El mediocre suele ser materialista y cree que, quien no lo es, tiene como única motivación el aplauso y el dinero; en su mezquindad, desconoce que la mejor recompensa de la excelencia es sentir la satisfacción de lo bien hecho.

La  fábula  “Juan Salvador Gaviota” es un sencillo canto al soñador, a través del deseo de volar cada vez más alto para conocer nuevas experiencias -aún apartándose de su propia bandada- y huir de lo gris y anodino.

Las fábulas son despreciadas como cultura de bajo vuelo; ¡cuánto aprenderían nuestros niños, si  se fomentase la lectura de Esopo, Lafontaine, Samaniego o Iriarte!. Las moralejas no están de moda, lo absoluto se ha rendido al relativismo, porque se educa en la línea de que cada uno decide libremente, con muy pocas y relativas normas.

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