Etty Hillesum, una profunda e intensa vida interior truncada por la ciega aniquilación nazi

Etty Hillesum.
Etty Hillesum.

Tzvetan Todorov la incluye en su libro Insumisos. Se podría discutir esta inserción de alguien que acepta lo que llama “el destino común”. Y es que su insumisión es interior.

Etty Hillesum, una profunda e intensa vida interior truncada por la ciega aniquilación nazi

Etty Hillesum fue una mujer judía, holandesa, que moriría en Auschwitz en 1943. Ante la tremenda situación que vivió, opuso una resistencia que no rebasó los límites de su ser, que no interfirió más que, indirectamente, en lo público. Mientras pudo, escribió un impresionante diario en el que, primero de forma muy lejana, y luego de modo más presente, se percibe la amenaza, la posibilidad de que pueda quedar truncada su vida por la creciente presencia de los nazis; un diario que intenta ser, sobre todo, un canto a la vivencia del día presente, un esfuerzo por liberarse de las sombrías inminencias.

Etty fue una joven – murió a los 29 años con una experiencia interior impresionante – tendente hacia la espiritualidad, que pretendía ir más allá de sus sentimientos más automáticos y reflexionar sobre la condición humana. Aspiraba a ser escritora y lo fue, en un grado de profundidad muy considerable, en esa única obra que escribió, en sus diarios. Era devota de Rilke, de Tolstoi y de la Biblia: “Lo de devorar constantemente libros desde la infancia no es en mí sino pereza. Dejo que otros formulen lo que debiera decir yo misma”. Pero, en sus diarios, logra un alto grado de introspección, la construcción de un ser interior que, junto a la proximidad de sus amigos, la ayudaría a protegerse de la desazón sobre el mundo exterior tan monstruoso que le tocó vivir: “Si uno pudiera enseñarle a la gente que puede trabajárselo, que puede conquistar la paz interior, seguir viviendo de forma productiva, llena de confianza interior, y superar todos los temores y rumores”.  

Estaba en contra de sentir odio: “El odio salvaje que sentimos por los alemanes vierte veneno en nuestros corazones”. Consideraba que “lo que es criminal es el sistema”, porque “en realidad no creo en las denominadas malas personas”. Ante la presión creciente a los judíos dice: “Tengo fuerza interior y con eso basta, lo demás no tiene importancia”. Equiparaba a Hitler con accidentes naturales ante los que es necesario saber sobrellevarlos. La vida interior salva; es lo que prima, lo que vence a lo exterior: “No creo que podamos mejorar en algo el mundo exterior, mientras no hayamos mejorado primero nuestro mundo interior”. Frente al mundo, lo que importa es “cómo se sitúa uno antes los acontecimientos de la vida, eso sí que determina el destino”. No cree que pueda cambiar nada. Prefiere la reacción moral frente a la acción política. O la actitud religiosa: “Los sufrimientos que envía Dios son buenos porque generan bondad”.

Se aísla todo lo que puede del entorno. No quiere verse afectada: “Mucha gente diría que soy una tonta que vive fuera de la realidad si supieran cómo me siento y cómo pienso. Y aun así vivo en la plenitud de la realidad que trae cada día”. Aunque: “Ya no vivo más el infierno en mí, pero puedo vivir muy intensamente el sufrimiento de los demás. Tiene que ser así, si no me volvería autocomplaciente”. Y es que en el primer campo de concentración en el que ingresa  se centra en los demás y se olvida de sí misma, y piensa: “Eso está muy bien”. Aspira al amor universal, incondicional. No cree en el amor reducido a un solo hombre. Piensa que “se puede vivir bien, incluso en un lugar así, si se tiene amor a los personas”. Pero, cuando sus padres y su hermano ingresan en el campo de concentración de Westerbork, comprende que “toda persona puede decidir aceptar lo que le depara la vida, pero solo puede hacerlo para sí mimas, nunca por los demás”. Entonces, el sufrimiento por las personas queridas – por las que se siente apego – le hace vivir en un infierno absoluto, quiebra su fortaleza interior. Si pudiera, se pondría diez veces en su lugar y se acabaría su sufrimiento. Lo que finalmente la convence de que habría que actuar es la visión de los convoyes que parten, con todas esas personas hacinadas, en condiciones infrahumanas. Finalmente, con toda entereza, se apresta a subir al convoy que la conducirá a la muerte. “Ahora sé que la vida y la muerte están unidas, que tienen un mismo sentido. Es una transición, aun cuando el final en su aspecto externo sea triste, terrible”

Tal vez haya conseguido aquello por lo que se ha esforzado, pertrecharse de una profunda paz interior, de una aceptación global de la realidad.  “Y al final de cada día tengo necesidad de decir: la vida es, a pesar de todo muy bella”. Ha sabido vivir el presente: “Cada día tiene bastante con su propia maldad. Cuando más sufre el ser humano es con el sufrimiento que teme”. Ha logrado “salvar un pedazo de alma intacta a pesar de todo”. Lo suyo es todo un manual de resiliencia: “Esta lección también la tendré que aprender todavía y será la más difícil, Dios mío: encargarme del sufrimiento que tú me impones y no del que me he buscado yo misma”. Hillesum, ayudando a los demás se eleva a sí misma: “Y ahí, en los barracones, llenos de gente aterrorizada y perseguida, he encontrado la confirmación de mi amor por la vida”. Su prioridad no es el amor sino que este es una consecuencia natural de estar bien consigo misma. “Como había aprendido a leer dentro de mí misma descubrí que podía leer también a los demás.”

Tzvetan Todorov la incluye en su libro Insumisos. Se podría discutir esta inserción de alguien que acepta lo que llama “el destino común”. Y es que su insumisión es interior. Apenas pueden tener noticia de ella sus enemigos, en nada les afecta. Su padre la tilda de “novicia mojigata” y de “donquijotería”, y ella reacciona: “Señor, no me hagas anhelar que me comprendan, haz que sea yo quien comprenda”. Etty Hillesum fue una joven extremadamente espiritual, incluso religiosa, pero no una mujer reprimida: “El sexo no es para mí tan importante, aun cuando a veces doy la impresión de que sí lo es”. Tuvo diversos amantes, estaba abierta al mejor y más atrevido arte. Era una mujer moderna: “Quizá tenga que empezar todavía la verdadera y auténtica emancipación de la mujer. Aún no somos auténticas personas, somos hembras”. Todo esto no fue óbice para finalizar entregándose a la idea de Dios: “Estoy dispuesta a testificar que la vida es hermosa, que tiene sentido y que no es culpa de Dios, sino nuestra, el que todo haya llegado a este punto”. En cualquier caso, Etty Hillesum fue un ser humano que vivió con intensidad la realización de su ser interior, que se defendió de los sentimientos inútiles, de las ideas contaminantes, y buscó su propio camino, su propia salvación, sin refutar absolutamente una situación que le parecía – y, desde su posición, lo era – irreparable. “En todas partes se adivina lo bueno. Y, al mismo tiempo, lo malo. Las dos caras de la realidad encuentran su propio equilibrio” 

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