No estamos hechos para tanta inmediatez… ni tan siquiera en época de coronavirus

Videojuegos. / Pixabay
Videojuegos. / Pixabay

En estos tiempos de confinamiento es normal que haya aumentado la utilización de la tecnología para relacionarnos, y por ende se ha producido una sustitución parcial de lo real por lo virtual: chats, juegos, etcétera.

No estamos hechos para tanta inmediatez… ni tan siquiera en época de coronavirus

La frase que da título a este artículo surgió en mi mente mientras veía un programa de TV en el que se proponía que los niños y jóvenes debían interactuar más con los animales, y la naturaleza en su conjunto, como forma de obtener mayor conocimiento del entorno en el que viven y, también, cómo forma de ayudar a educar sus propios sentimientos y emociones.

Se hablaba de la gran cantidad de tiempo que pasan muchos de ellos con algún dispositivo (móvil, tablet, ordenador, videoconsola, etc.) utilizándolo como vehículo para relacionarse con sus “amigos”, o sea, con el mundo exterior, en buena parte a través de juegos. Incluso antes de que estuviéramos inmersos en el confinamiento ya se veía el mismo comportamiento (hay muchos estudios sobre cuánto se debería jugar y que efectos puede tener su abuso).

Seguro que muchos de estos juegos aportan ventajas como, por ejemplo, se habla de que estimulan la memoria y la capacidad de planificar y de pensar en estrategias, también el rendimiento en las actividades diarias, incentivando la creatividad, aumentan la capacidad de atención y toma de decisiones, permiten descargar tensiones, ayudan en la resolución de problemas… siempre que se haga un uso moderado de los mismos, lo que implica dedicarles menos tiempo. Aunque, por otro lado, también se escuchan voces que hablan de problemas conductuales, violencia y un mayor riesgo de desarrollar adicciones. En resumen, los videojuegos no son buenos ni malos en sí mismos, sino que todo depende de cómo y durante cuánto tiempo se juega, a cada edad.

Desde hace ya tiempo tengo la impresión de que, en la práctica y dado que el tiempo dedicado no suele ser poco, el exceso en su utilización lleva a acostumbrarse a que todo suceda de forma rápida, en periodos muy cortos de tiempo. De esta forma la relación entre la acción de la persona y la respuesta del juego es casi inmediata, igual que ante la pregunta, o invitación a la acción que presenta el juego, y el lapso de tiempo en el que hay que dar respuesta… cuanto más rápido, mejor. Y esto se intenta llevar, involuntariamente, a la vida real.

Veo frecuentemente patrones bastante comunes de comportamiento que me llevan a pensar, acertadamente o no, que a muchas de las personas que han crecido con un videojuego en las manos les cuesta asumir la NO inmediatez de las cosas que, por otro lado, suele ser lo habitual a lo largo de la vida. Ante cualquier acción, esperan una respuesta o resultado inmediatos, o al menos rápidos, y muchas veces no ocurre así. Puede ser que esto les acabe llevando a incertidumbres, o incluso estrés, cuya solución sólo podrán encontrar en la vida real, aumentando las relaciones humanas y sociales… no virtuales.

Pero ¿cómo encaja la inmediatez con la cultura del esfuerzo? aquella que se basa en la constancia y perseverancia en el tiempo como método para conseguir los deseos y objetivos. ¿Cómo se relaciona con quien quiere correr una maratón? ¿O con quien desea estudiar una carrera universitaria? Para esto se necesita otro esquema mental, distinto al de buscar lo inmediato. Son retos de largo recorrido.

Y cambiando de enfoque ¿Cómo se verá una puesta de sol? ¿bonita, emocionante, fantástica, romántica…? muy lenta, seguro.

Llegados hasta aquí, vuelvo al principio, no estamos hechos para tanta inmediatez… ni tan siquiera en época de coronavirus, sino que debemos acercarnos a los ritmos que nos marca nuestro entorno natural, tan natural como nuestra propia esencia de seres humanos. Quizás entonces lleguemos a ser más inteligentes, a la vez que más humanos. @mundiario

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