España progresa adecuadamente como ‘NiNilandia’ de Europa

Jóvenes practicando el botellón. / Foto de Leticia Rodríguez
Jóvenes practicando el botellón. / Leticia Rodríguez

Hay demasiados príncipes de papá y mamá que pueden acabar convirtiéndose en mendigos. Se empieza por el NiNismo de calle, no a las reválidas, no a los deberes, y se puede acabar en el NiNismo de vida,  no al estudio, no al trabajo, no al esfuerzo, no al futuro…

España progresa adecuadamente como ‘NiNilandia’ de Europa

Estos, los padres y madres españoles de ahora, son padres y madres amantísimos, responsables, comprometidos con la educación y el futuro de sus hijos, oye, y no los que había antes, que los abandonaban a la suerte de las revalidas, a la infernal tortura de los deberes, a la dictadura de esos indocumentados, desaprensivos y extraños individuos a los que llaman profesores y profesoras! Contemplo desde Babia a los chiquillos y chiquillas de ahora, y se me encoje el corazón evocando a sus antecesores, los chiquillos y chiquillas de antes, ¿recuerdas?, martirizados por sistemas y organigramas educativos que les exigian urbanidad, ortografía, extensas redacciones en vez de concisos tuits de menos de 140 caracteres, la humillación de tratar de usted a sus docentes, el inhumano estrés de hallar la solución a una ecuación de 2º grado, la traumática cultura del esfuerzo o el inútil ejercicio de la memoria para grabarse en sus cabezas, que eran los discos duros de entonces, los insignificantes ríos que regaban España, Europa y el mundo de vida, los nombres e ideas de los filósofos que se habían ido relevando para intentar transmitirnos la futilidad de quiénes éramos, de dónde veníamos y hacia dónde podríamos ir, la nómina de escritores que se habían dejado la vista y el alma intentando el absurdo ejercicio de proporcionarle siglos de las luces a una humanidad sumida en sucesivos y persistentes siglos de las sombras.

 El Mundo Feliz de Wikipedia

Qué horror, qué inmenso horror la educación jurásica de los codos, de la soledad del estudiante de fondo ante los libros de texto, del hormigueo en los estómagos ante los exámenes a vida o muerte, a aprobado o suspenso, a veranos al sol o veranos a la sombra! ¡Cuánto trauma adolescente cuando la curiosidad embrionaria había que satisfacerla entre las interminables páginas del  Larousse o la Enciclopedia Británica! ¡Cuántos estériles calvarios hasta las bibliotecas esperando la llegada del Mundo Feliz de la Wikipedia! ¿Cómo hemos podido sacar adelante a Ortegas y Gasset, a Isaac Perales, a Ramón y Cajales, a Severo Ochoas, a Manuel Azañas, a Unamunos, a Alexandres, partiendo de los rústicos métodos de aquella España que pasó y no ha sido, esa que después tuvo la cabeza cana, esa que hoy contribuye a un Informe Pisa tan desequilibrado como la mismísima torre que desafía a la gravedad  en la ciudad que lleva ese nombre?

¡Esos padres guays…!

Estos, los padres y las madres de ahora, fervientes seguidores de la doctrina divulgada por Belén Esteban en la prestigiosa escuela de Sálvame Diario: “yo por mi hija mato”, son guays, hombre, y no como los padres y las madres de antes, aquellos infelices, indocumentados y primitivos progenitores que invertían el orden de los factores, a ver si me entiendes, y eran ellos los que se mataban por sus hijos. La España en la que yo vivía antes de solicitar la nacionalidad en Babia estaba plagada de médicos, de abogados, de arquitectos, de ingenieros, de economistas, de licenciados en humanidades y todo tipo de brillantes profesionales de esos, cuyos padres y muchas de sus madres trabajaban de sol a sol en los campos, en talleres mecánicos, con manguitos protectores de sus únicos trajes en tediosa jornadas de oficina, durante meses de mareas en alta mar persiguiendo milagros de los panes y los peces, o en casas ajenas fregando escaleras, guardando porterías, haciendo la manicura, explotando el arte de  coser, remendar o incluso confeccionar prendas de los otros, sin el mínimo tiempo u oportunidad para invertir en sesudas reuniones de APAS, sin capacidad para incluir reválidas o deberes entre el maremágnum de preocupaciones que iban aumentando a medida que se acercaba un fin de mes, con la única referencia de las notas, decepcionantes o estimulantes, para intuir si sus hijos “progresaban adecuadamente” y con el sueño prioritario de que, cada uno de los seres que habían traído al mundo, tuviesen una oportunidad, al menos una, de alcanzar una vida mejor.

Emperadores sin imperios

¡Qué malos padres y qué malas madres aquellos y aquellas que dejaban a sus hijos solos ante el peligro de las aulas, de los profesores, de las evaluaciones, de las tareas en casa para apuntalar los edificios del conocimiento que iban adquiriendo en el cole! Los padres de ahora, en cambio, que están dotando al mundo de una saga de adolescentes con “complejo de emperadores”, están encantados de conocerse a sí mismos. Se gastan lo que no tienen en eso que llaman “la vuelta al cole”, la dichosa “cuesta de septiembre”, con una mayor inversión en aparentes objetos y prendas inútiles y la mínima inversión en lo que podríamos calificar de prendas y objetos útiles. Su prioridad no son, no parecen, vamos, las actividades escolares propiamente dichas, sino las extraescolares. Y, hay muchos, con muchísimas excepciones que confirmarían la regla, naturalmente, que en vez de soñar con una descendencia de profesionales competentes, sueñan con que suene la flauta y les salga de carambola un Nadal, un Márquez, un Fernando Alonso, un Messi, un Gasol, algo así, que le abra a la familia un atajo hacia El Dorado.

Este es el panorama que se contempla desde Babia, Director. Con la peor o con la mejor intención del mundo, por acción u omisión, amantísimos progenitores contribuyendo a crear NiNilandia: un país de chiquillos y chiquillas que ni ceden el sitio a sus mayores, ni admiten que nadie les lleve la contraria, ni pueden escuchar un no en casa, ni pueden soportar un reproche de los profesores, ni deben someterse a evaluaciones de sus conocimientos, ni pueden terminar en casa lo que han dejado a medias en el cole, ni estudian, ni trabajan, ni se imaginan que, por ese camino de flores que papá y mamá han trazado para sus idolatrados hijos adolescentes, les espera un mundo, una vida especialista en convertir a príncipes en mendigos.

Teoría de las APAS como terapia de grupo

La irrupción de los padres y las madres en los organigramas de los sistemas educativos permite albergar muchas expectativas de luces, no lo pongo en duda. Pero, chico, mientras la cosa madura, mientras no acabe de sincronizarse la apatía educativa doméstica con el fervor educativo escolar entre tantos hiperactivos y emergentes socios de las APAS, ¡qué quieres que te diga!, se cierne sobre el personal un siniestro panorama de sombras. ¡Ya sabes!, esa especie de rutina legislativa de hacer, de una Ley tras otra, un pan con unas hostias. Curiosamente, y dicho sea sin ánimo de herir susceptibilidades, la intensidad de intervencionismo de los padres y las madres en los Consejos Escolares está siendo directamente proporcional al número de hogares con progenitores en paro. Puede que sea una simple casualidad, oye. La duda es que haya podido convertirse en un síntoma, en una manera de pasar el tiempo, de sentirse útil, de practicar terapia individual o de grupo, en períodos de siembras curriculares y sucesivos tiempos de zozobra aguardando la anhelada cosecha laboral.

Mientras tanto, NiNilandia va ampliando sus lúdicas instalaciones por la geografía física,  sociológica y humana de ese país al que seguís llamando España. Va camino de convertirse en un siniestro parque temático referente en Europa ¡A mí, plín! ¡Yo sigo en Babia…!

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