Sobre la entrevista personal o el arte de la revelación

Risto Mejide entrevistando en su "Chester"
Risto Mejide entrevistando en su "Chester"

El objetivo de una pregunta ha de ser obtener del entrevistado la expresión de sus percepciones más profundas, y también la de sus emociones más importantes.

Sobre la entrevista personal o el arte de la revelación

Siempre me ha interesado el género periodístico de la entrevista. Me refiero a aquellas que pretenden profundizar en el hombre o en la mujer que están dispuestos a mostrar una porción de su intimidad, a someterse a una reflexión inducida. No hablo de los interrogatorios puramente informativos, ni tampoco, por supuesto, de esas repugnantes entrevistas efectuadas a los políticos, en las que estos no ceden en su defensiva falsedad; ni, aún menos, de esas otras de los programas basura en los que los entrevistados están midiendo que las palabras que pronuncian entren dentro de los honorarios pactados.

En una entrevista, lo más importante es conseguir desvelar al personaje, que se nos muestre en alguna versión desconocida. A veces, lo que pide un público, no necesariamente morboso, es que se ponga de manifiesto alguna debilidad, porque se supone que las fortalezas ya nos las han vendido todas, especialmente aquellos seres manchados de glamur.  

Las entrevistas más interesantes son las televisivas, porque resultan más integrales. En ellas tenemos la voz, pero también el gesto, la pose. Las radiofónicas carecen de esa completud aunque sus enfoques habituales suelen ser muy interesantes. En las escritas, nos tenemos que quedar con la pura palabra, aunque es muy valioso en ellas ese complemento de la introducción descriptiva del personaje, incluso de alguna acotación ilustradora de la forma en que ha dado sus respuestas. Además, está esa entrevista en la que se ofrece la posibilidad de que las respuestas se den por escrito, dejando tiempo al entrevistado para meditarlas. Este formato, si bien resta espontaneidad y viveza, al escatimar esas preguntas que se improvisan a raíz de de las respuestas inesperadas; sin embargo, posibilita un mayor rigor a la hora de exponer el propio pensamiento.  

Me aficioné a las entrevistas con aquellas que realizaba, en los años setenta y principios de los ochenta, José María Íñigo. En sus programas Estudio Abierto o Directísimo, con un punto de timidez, que superaba con profesional osadía, en directo, indagaba en los personajes que invitaba. Unos eran famosos, de muy distinta procedencia, pero otros eran anónimos, personajes curiosos que traía de la España rural para que ofrecieran algún inédito espectáculo, a veces el mero hecho de su presencia singular. También fui seguidor del memorable A fondo, que conducía Joaquín Soler Serrano, un programa al que se invitaba a principalmente escritores, con la intención de construir con sus palabras una semblanza biográfica. Con el tiempo, este programa se ha convertido en un valiosísimo documento histórico, en una forma de testamento espiritual de sus eximios participantes. Luego, procuré no perderme programas como La noche abierta, de Pedro Ruiz, o los sucesivos que fue realizando Jesús Quintero, y algún otro menos memorable. También recuerdo con mucho agrado los De cerca, de Baltasar Magro. Y ha habido otros buenos entrevistadores en profundidad: Juan Ramón Lucas, Julia Otero, Antonio San José, etc.  

Lo que puede dar de sí una entrevista es siempre una incógnita. Un entrevistador puede ser excelente y, sin embargo, equivocarse en la elección del entrevistado; o este puede cerrársele más de la cuenta, o simplemente no tener nada relevante que decir. En la forma de entrevista de la que hablo, el que un personaje no resulte anodino, que desprenda una impactante humanidad, dependerá también del momento vital en el que se produzca el encuentro. La habilidad del entrevistador para crear un clima necesario de confidencia, de confianza, tendrá que ir acompañada de la necesidad del entrevistado de abrirse, de confesarse, de que considere esa ocasión tan aprovechable como la de sentarse en el diván del psicoanálisis, como una oportunidad para liberarse de secuelas íntimas o para conocerse mejor a sí mismo.

Hay entrevistados que nunca decepcionan, porque, aunque no se desnuden enteramente, lo hacen hasta un nivel que su pudor considera permisible. Parece que estén esperando las preguntas para volcar todo su ser lingüístico, su estructura, su configuración hecha para ser exhibida, a la que, para darle mayor interés, añaden también algunos pensamientos de más adentro. Siempre se repiten. Al escucharlos a menudo, se pone de manifiesto el truco de su facilidad, la reiteración infinita. Es lo que pasa con Antonio Gala o con otros que tienen muy bien asentado su discurso.

Una buena pregunta tiene que ser una sorpresa, una indagación que resulte inesperada. El entrevistado ha de sentirse, por unos momentos, violentado en sus seguridades. Ha de verse obligado a reparar sobre un aspecto de su vida, o sobre la de los demás, sobre el que no tiene del todo definido un juicio previo. El acto de hurgar en sus impresiones para obtener una respuesta le proporcionará un nuevo conocimiento. Matices de sus ideas incompletas aflorarán en directo.

Ahora, en las redes, me encuentro a veces con el novedoso género de la autoentrevista o bien de la entrevista tipo, también aplicable a uno mismo. Un precedente de esta última sería el Cuestionario Proust, un conjunto de preguntas que pueden ser aplicables a casi cualquiera, o al menos a aquellos que posean cierto barniz cultural. El problema de la autoentrevista es que en ella se pierde el factor sorpresa, se carece de la visión exterior que vislumbra cuestiones para las que el propio interesado está ciego. Hacerse preguntas a uno mismo no es tarea fácil. Al menos, preguntas verdaderamente previas, porque siempre podríamos hacer la trampa de crearlas a partir de nuestras consabidas afirmaciones. Preguntar a los demás también es complicado. En la vida cotidiana está mal visto indagar en el pensamiento ajeno, las preguntas significan incomodidad, intrusión. Y si no preguntamos, no es solo por respeto, sino también por no abrir la puerta a una reciprocidad indeseable.

No creo que sea nada fácil el arte de la entrevista. El objetivo de una pregunta ha de ser obtener del entrevistado la expresión de sus percepciones más profundas, y también la de sus emociones más importantes. Se le ha de desarmar de sus corazas, desmontar su pretendida imagen, desnudarlo hasta revelar un amplio recorrido de su verdad, que desde ahora él también conocerá un poco más a fondo. Eso lo tiene claro Risto Mejide. Desde sus inicios, en Viajando con Chester, hasta ahora, ha dado un salto cualitativo. Ha dejado algunos conatos de profesional agresividad para transformarse en alguien más bien acogedor, pero casi nunca protector, y con ello ha salido ganando. Ahora, sin apenas necesidad de provocar, consigue lo que se propone: alguna confesión inédita de sus entrevistados. Es como si hubiera adquirido alguna propiedad carismática, algún aspecto espiritual que invitase a la sinceridad, a la inmersión interior. Así por ejemplo, en la entrevista al hijo de la duquesa de Alba, de hace algunos años, en la que este confesó un suceso muy trascendental de su vida. Dijo haberlo expresado por primera vez. No se lo había dicho ni siquiera a su difunta madre, a quien tanto hubiera confortado oírlo. Es curioso cómo el atizador sin piedad de los “triunfitos” se ha convertido ahora en alguien dispuesto a acoger indulgentemente los patinazos del prójimo.

Lo que no me gusta de Risto Mejide es que se decanta demasiado. Unas veces, muestra un respeto casi reverencial; otras, un desprecio de partida, un prejuicio, una mezquina superioridad. Lo mejor de él es esa indagación platónica, que parece desconsideración, pero que es poner a prueba la ligereza con la que se pretende lanzar una supuesta verdad. En fin, Mejide no es mi entrevistador ideal, pues me parece que está muy supeditado a la servidumbre de la espectacularidad, pero estoy esperando a que vuelva en una nueva temporada más con su Chester. Y que no decaiga este género, uno de los pocos que me interesan en la televisión.  @mundiario

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