Luis Leante: ‘Se puede tener padre y madre y, sin embargo, sentirse huérfano’

Luis Leante, escritor/ Chema Moya
Luis Leante, escritor. / Chema Moya

"Lo peor de todo es querer recuperar una etapa de la vida “perdida” cuando ya no hay posibilidad de volver atrás", explica el escritor Luis Leante a propósito de su última publicación.

Luis Leante: ‘Se puede tener padre y madre y, sin embargo, sentirse huérfano’

La entrevista que nos ofrece Luis Leante, tras la publicación en Edebé de su novela juvenil, Huye sin mirar atrás, profundiza en esa fértil relación entre la literatura y los problemas de la adolescencia. Nos adentramos en algunos aspectos críticos de un libro donde no se renuncia a la aventura ni a las emociones más intensas por parte de los adolescentes; un relato que confirma esa necesidad de Leante por volver a revisar la adolescencia como un rito iniciático, conflictivo, pero también como un tiempo de maduración que nos lleva a descubrir qué queremos y qué nos espera al aceptar lo que somos.

— ¿Los protagonistas de tu novela, los más jóvenes, son personajes a los que acompaña siempre un sentimiento de orfandad? ¿Cuál es la razón?

— Toda historia, en mi opinión, debe partir de un conflicto. En el caso de esta novela, el conflicto es esa sensación de desarraigo, muchas veces de orfandad, de falta de referencias o de no saber qué lugar ocupa uno en el mundo. Lamentablemente, no es algo que me haya inventado yo, sino que refleja una realidad cercana que ha ido creciendo a mi alrededor en los últimos años. Se puede tener padre y madre y, sin embargo, sentirse huérfano. Y lo peor de todo es querer recuperar una etapa de la vida “perdida” cuando ya no hay posibilidad de volver atrás. Esa frustración la he conocido de cerca en personas que en su vejez siguieron reconstruyendo la imagen del padre o de la madre a los que no conocieron, pero también de aquellas cosas que perdieron y que en su momento no supieron valorar. Es una enorme frustración.

— Compruebo que intentas en esta obra romper en un primer momento con el buenismo que impera en muchos textos dirigidos a un público juvenil: amenaza, persecución, heridas. ¿A qué corresponde ese inicio tan vertiginoso frente a la lasitud que observo en muchas novelas juveniles?

— El buenismo es, en mi opinión, más una quimera que un reflejo de la realidad. Por desgracia, los adolescentes no viven en el mundo de los Teletubbies, como a menudo creemos los adultos, o nos gustaría. Yo no trato de reflejar un mundo feliz, porque eso es una utopía. Tampoco pretendo mostrar una visión pesimista de la adolescencia, sino contar una historia en un contexto lo más parecido al mundo real que yo conozco. Para que haya buenos, tienen que haber malos. Para que haya felicidad, tienen que haber sufrimiento. Para disfrutar de las cosas, hay que saber lo que cuesta ganarlas o lo fácil que resulta perderlas. Para llevarnos bien con los padres, necesitamos saber qué es llevarse mal. Además, me gusta reflejar esa sensación de vértigo que yo tuve en mi adolescencia, en la que la vida me parecía una montaña rusa. Naturalmente, no pretendo contar mi vida, pero sí describir esa sensación de huida, de persecución, más mental que física. La vida en la adolescencia es bastante agitada física y emocionalmente, y la mejor manera de describirla es poner en movimiento a sus personajes, aunque las cosas que les ocurran no se parezcan siempre a las que suceden en la realidad. Yo prefiero reinventar la realidad a contarla tal como es. No trato de hacer un documental de cómo son los jóvenes de hoy en día, sino mostrarles a ellos cómo es o podría ser la vida de otros chicos.

— A lo largo de tu obra, hay una concepción de la adolescencia bastante ambigua: los personajes son felices, pero también conviertes la adolescencia en una exploración de la identidad. Muchos prejuicios sociales acerca de la adolescencia la convierten una etapa frívola e irresponsable.

— La adolescencia no es una etapa dulce donde los jóvenes aman a sus padres, respetan a sus profesores y son felices con sus amigos, a los que nunca insultan ni desprecian. La adolescencia es una de las etapas más difíciles de nuestra vida, pero el paso del tiempo hace una selección en nuestra memoria y vemos las cosas no como nos sucedieron, sino como las recordamos. La mente, seguramente para protegerse, entierra los recuerdos y las sensaciones angustiosas, y selecciona pequeños momentos de felicidad. Si yo pienso en mi adolescencia en general, inmediatamente digo que fui muy feliz. Pero si trato de recordar el día a día (los problemas con los amigos, los desengaños amorosos, las discusiones con mis padres, la incomprensión de los profesores, la falta de sentido de mi vida, las frustraciones, etc.) la conclusión a la que llego es que no me gustaría volver a pasar por esa etapa. ¡No, por favor!

— Observo muchas influencias fílmicas en este relato. ¿Piensas en imágenes antes que en palabras a la hora de escribir, Luis?

— El lenguaje cinematográfico y el lenguaje literario son mucho más diferentes de lo que pueda parecer. Cuando escribo, únicamente pienso en palabras. Eso ya es muy complicado para mí. Yo no soy capaz de pensar en el cine y en la televisión al mismo tiempo. Supongo que mi forma de narrar será muy visual y eso puede parecer influencia del cine. Pero la verdad es que mi formación y mi vocación es más literaria que cinematográfica. Cuando en alguna ocasión he trabajado en guiones de cine, he tratado de olvidar todo lo que sé sobre literatura. Y viceversa. Si no haces eso, es difícil contar una historia.

— El título de la obra es una declaración de intenciones y se desprende de ese título un sentido amenazante de la vida. Tu protagonista contrasta con esa concepción mediática que se tiene ahora del joven como un mero consumidor de modas y como un aprendiz de Ni-ni.

— Trato de huir de los tópicos. No me gusta generalizar con la vida los jóvenes, ni tampoco con la de los adultos. Si miro hacia atrás, mi generación no sirve de modelo para la generación actual. Es verdad que no teníamos tantas facilidades, ni tantas posibilidades para consumir, o para ir a la moda, pero no porque fuéramos mejores o más inteligentes, sino porque simplemente la oferta de casi todo era escasa o nula y nos conformábamos con poco o nada, qué remedio. Pero en los jóvenes de mi generación también había Ni-nis, y jóvenes que no leían, pasotas, pijos, hijos de papá (y de mamá), tontos de culo y demás fauna psicodélica. Lo que ocurre es que la mayoría se quedó por el camino, algunos incluso murieron o se quedaron tontos, y los que llegaron son los que estudiaban, luchaban por algo en la vida, leían y querían salir de la miseria en que a veces vivíamos. Es lo que se llama “selección natural de la especie”. Todavía, a veces, me cruzo con algún espécimen de Ni-ni de aquella época y pienso en la suerte que tuve por gustarme leer y por tener ganas de aprender.

— Al atreverte con los relatos juveniles, ¿hasta qué punto te influye la doctrina del buenismo como nueva censura a la hora de afrontar argumentos y diálogos?

— De alguna manera hay cierta autocensura que no puedo evitar. Por ejemplo, no me gusta convertir a los villanos en héroes, ni hacerles creer a los jóvenes que los niños buenos van al cielo y los malos a todas partes. No me gustan que ganen los malos y pierdan los buenos. No me gusta que los acosadores se salgan con la suya. No me gusta que los niños sean machistas y sexistas. No me gusta que el camello que pasa la droga en la puerta del colegio se haga rico, se compre un pazo y los chicos terminen medicándose los desajustes piscológicos que terminarán padeciendo.

Por eso, aunque trato de reflejar estos prototipos de malos-malísimos, al final siempre resultan los perdedores de la historia. Lamentablemente en el mundo real no es así. Tampoco utilizo el mismo lenguaje que utilizan los jóvenes, pues uno de los riesgos de la escritura es caer en el abuso de la jerga. También rebajo la intensidad de algunas escenas escabrosas que en la vida real son más crueles y dramáticas que en la literatura. Ya te digo que no trato de hacer un reportaje, sino una recreación verosímil.

— Me gustaría que nos hablaras de tus proyectos inminentes.

— Tengo un par de proyectos teatrales que irán saliendo entre este año y el próximo. Además, acabo de terminar una novela para adultos que se publicará en febrero de 2017. Ahora mismo está empezando el proceso de edición, que es una de las partes que más me ilusionan: corrección, maquetación, elección de portada, etc. El título es Annobón (el nombre de una isla del golfo de Guinea) y es el resultado de cinco años de duro trabajo.

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